Para poder llegar a Valeria el viernes, aunque fuera de anochecida, tienen que rogarle a Marcela que termine de una buena vez con ese informe de La Naviera, que justo se le había ocurrido digitalizar al momento de salir.
En el despacho, Diego, Marina y Luisa la ven trabajar, parados frente a ella en posición de protesta.
–Si me miran así no voy a terminar más –les reclama ella–. Me están poniendo nerviosa. ¿Por qué no me tiran buena onda y se dejan de joder?
Con gesto cansado, pero divertidos, los tres van a ocupar otro lugar desde el que seguir mirando como teclea en la computadora a velocidad de vértigo. Diego fue a sentarse en el borde de su mesa, frente a la de Marcela, llevando a Marina de la mano. La acomoda junto a él, abrazándola por la espalda, y ahí se quedan esperando. Luisa opta por sentarse en un sillón delante de la asistente.
–¡Por Dios te ruego, Marcela! –le pide a la amiga con voz melosa–. Deja eso para el lunes y vamos ya. Nadie te lo va a sacar de ahí.
–¿Y? ¿Por qué tanto apuro, nena? Valeria tampoco se va a mover de allá.
–¡Pero, ajá! ¿Tú no ves que estoy ansiosa por llegar? Marina me contó lo lindo que es todo y quiero conocerlo ya.
–¿De veras usted le contó a mi hija todo lo "lindo" que tiene Valeria? –dice Diego al oído de Marina, haciendo que ella gire la cabeza para mirarlo.
–Bah, todo, todo no, ¿vio? –se excusa ella con un beso–. Por ahí alguito le dejé por descubrir. Pero sí la mayor parte. ¿Por qué? ¿Tiene algo de que avergonzarse, señor?
–¿Yo? ¡No! Para nada.
–Estoy a un paso de terminar. No me exijan –Marcela se queja, mirando con disimulo a la pareja que se sonríe.
–Me tocó alistar tu bolsa, empacar tus cosas –insiste Luisa–. Todo para que termines ese bendito informe, ¿y todavía estás así?
–¡Panda de boludos que son todos! Yo acá a full y ustedes tocándome...
–¡Oiga, Marcela, respete! –le riñe Diego riendo–. Yo soy su jefe.
–Flor de jefe, que no la deja laburar a una –la mujer golpea la tecla de envío y se recuesta en su sillón con gesto de triunfo–. ¡Ahí está! ¿Vieron que no era para hacer tanto quilombo por unos minutitos de nada?
Se les hizo tarde y ya no pudieron, de ninguna de las maneras, acercarse a Pinamar para cenar con Ariel y los padres de Marina; como habían planeado hacer si Marcela no los hubiera retrasado. Cenaron, pues, en un restaurante cercano a la cabaña y enseguida se fueron a descansar.
El sábado sí estuvieron con los Bordonaba y a Diego ya le pasó la inquietud del primer encuentro. En realidad ese fue el motivo del viaje; ser formalmente presentados, de modo que, puede estar tranquilo de que todo haya salido bien. A toro pasado se da cuenta de que, sin querer, se estuvo comportando como un novio, joven e inexperto, al que le excita la idea de conocer a los padres de la mujer que ama y no sabe qué hacer para caerles bien desde el primer momento. (Incluso en eso se siente como un adolescente). Con Ariel ya esperaba no tener ningún problema, pues, en los esporádicos contactos que tuvieron por teléfono, siempre se trataron con educación. Además, Marina le había contado que su hermano es un hombre pacífico y muy sensible, cuya única prioridad en la vida es ver a sus afectos felices. Su mayor preocupación es realizar bien su trabajo, con el cual vive entusiasmado, y jamás le complica la vida a nadie.
Los viejos son otra cosa y Diego lo sabía de antemano. Ellos conocen de primera mano la tormentosa relación anterior de su única hija y, obviamente, por nada del mundo quieren volver a verla hundida en circunstancias similares. Así Marina no se lo haya dicho, don Ernesto, durante la conversación que mantuvieron a solas en el escritorio tras del almuerzo, no tiene ningún reparo en confesarle que estaba ansioso por conocerlo; muy preocupado también porque la nena se hubiera equivocado de nuevo al elegir pareja sentimental. Pero no. A primera vista le parece un hombre de honor. Él solamente le pide que dé a Marina todo lo que, espiritualmente, necesite para ser feliz.
