115. Limón con sal

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Una complicación de última hora, en el aeropuerto de Campeche, con la salida del avión de los Muir, fue la causa de que Jorge y Lidia tomaran tierra en Monterrey, justo cuando Javier Álvarez de Arauca, recibía su bautismo charro de manos de Sofía Maldonado. Por este retraso imprevisto, el matrimonio no tuvo oportunidad de presenciar la malograda serenata. Como tampoco supieron que se habían cruzado, en el camino de entrada a la urbanización, con la camioneta del muchacho manejada por uno de sus escoltas, seguida por el mariachi ya de vuelta al hotel.

El matrimonio, ajeno a lo sucedido, se baja del coche que los trajo desde el aeropuerto y, tomados de la mano, se dirigen a la casa. Ambos se detienen un instante y se miran extrañados, al ver en el suelo el agua que resbaló minutos antes sobre el cuerpo de Javier, sin imaginar qué ha podido pasar allá. Pero su extrañeza es mayor al entrar en la casa, y ver a sus padrinos discutiendo acalorados, sobre los malos modos de Sofía con aquel pobre muchacho.

–Pero platíquenme, ¿qué fue lo que pasó? –Lidia, preocupada, se acerca a saludarlos con un beso–. ¿Por qué se ven tan alterados?

–Problemas nomás –responde el hombre yendo al encuentro de Jorge, como si quisiera que él lo apoyara en sus argumentos.

–¿Qué tipo de problemas, padrino?

–Sofía la regó con un joven que le trajo serenata –le explica su madrina, aunque a ella no le hubieran preguntado–. Por eso estamos acá, debatiendo, si de veras se le enseñaron buenos modales, a esta escuincla malcriada.

–De veras que sí. De que lo regó, lo regó. Nada más hay que ver el rastro que dejó en la entrada –bromea Jorge–. Tiene coraje, no cabe duda.

–¿Y dónde está? –quiere saber Lidia, obviando la pulla de su esposo–.¿Se encuentra en la casa?

–Estoy acá –Sofía se atreve a regresar al salón, ahora que llegó Lidia, pues cree que, con ella cerca, está segura de que no va a tener que discutir más con sus abuelos por lo que pasó recién. Al cabo pregunta, fingiendo indiferencia–. ¿Cómo les fue en el viaje? ¡Hablen, que para eso han venido!

–Maravilloso –responde la recién casada, pero al instante, antes de que la joven crea que va a escapar del problema que provocó, agrega–. Pero si no te importa, más tarde platicamos del viaje.

–¿Por qué más tarde? ¿Qué más tiene platicar ahora?

–Porque ahorita queremos saber qué fue lo que pasó –la mujer señala a sus padrinos con un gesto de los ojos–. ¿Qué hiciste para que se vean tan enojados?

–¿Hacer, yo? ¿Qué crees? ¡Nada!

–¿Nada, Sofía?

–De veras que no hice otra cosa que defenderme –mira a sus abuelos, sin ningún reparo, y los enfrenta a su vez– En realidad son ellos quienes deberían de estar abochornados, por querer meter en la casa a un desconocido.

–¿Y por qué no mejor nos cuentas, Sofía? –se interés Muir, en verdad más divertido que preocupado por la situación–. Pero con detalles. ¿Sí?

–Primero que todo yo le voy a contar a mi hermana –replica, medio enfurruñada por la broma; ignorando deliberadamente al hombre, mientras arrastra a Lidia tras ella–. Luego veo si les platico a ustedes.

–Por lo menos que nos acompañe la abuela –dice Lidia, creyendo ver cierta decepción en su madrina–. Más tarde le decimos a ellos, ¿no?

–Vayan ustedes tranquilas –observa la mujer que, conociendo a su nieta, sabe que va a hablar más sinceramente con Lidia si ella no está presente–. Se van a entender mejor si yo no estoy.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now