46. CAMPECHE

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No a todos los Álvarez de Arauca les va tan bien como a Diego con Marina. Daniel y Andrea no están pasando por su mejor momento y, por lo que se adivina, sin visos de solución a corto plazo. Es más, de un tiempo a esta parte, se podría decir que el viento les viene de cara y no los deja avanzar. Pero ahí están, juntos todavía, aunque no unidos.

Andrea, siempre sola en la casa, comprende al fin lo lejos que se encuentra su deseada reconciliación con su esposo. Tan lejos que, en las últimas semanas, han perdido incluso el mínimo contacto que tuvieron desde su regreso de Colombia. Daniel, supuestamente, se pasa el día trabajando en el despacho y la mayoría de las noches no va a dormir a la casa. Pero ya ni siquiera se puede quejar ni echarle en cara que la entretenga con embustes; porque él no le oculta sus andanzas lejos de ella. Con cínico atrevimiento, se muestra con su amante, quien lo acompaña a todas partes, sin preocuparle en absoluto que los vean juntos; que lo critiquen o que le vayan a ella con el cuento de sus correrías. No obstante, Andrea, más que preocupada, se siente decepcionada y lastimada de una forma bien distinta a la que él pretende. Realmente Daniel la decepciona con su comportamiento; no tanto porque esté actuando con una falta total de sutileza, perjudicándose a sí mismo con su mezquino proceder, sino porque ella no lo habría creído capaz de maltratarla de aquella manera. Si no más que por los años que han compartido, esperó de él un mínimo de respeto y no la infamia con la que la está tratando. Y si se siente lastimada, no es porque la desvele con sus salidas; con estas solo le está demostrando que no estaba errada al suponer que le era infiel: más nada. El hecho de que esta infidelidad la esté perpetrando ante sus ojos, con una mujer que ella conoce, y que esté durando más de lo acostumbrado, no es un pecado ni menor ni mayor que los que cometió antes: cuando la querida de turno le duraba una sola noche. Tras haber pasado quince años su lado, no quiere asumir que se ha equivocado tanto, creyendo que Daniel era una persona buena y no el monstruo que está demostrando ser.

De todas formas, ¿qué puede hacer? Por más que le duela reconocerlo, ella ya perdió la dignidad al empeñarse en volver con él a Campeche; dizque para no perder su lugar como esposa. Eso lo supo nada más llegar a México, al comprender que nada iba a poder solucionar con él, si en todo el viaje no le había dirigido la palabra y no parecía tener intención de hacerlo en el futuro. ¿Entonces? Para no tener la posibilidad de conversar sobre el problema y tratar de solucionarlo, mejor se hubiese quedado en Colombia, donde, seguramente, él sí la habría extrañado. Aquí, a su lado, lo siente mucho más lejos y ajeno, que si los separaran los dos mil kilómetros que distan entre Santa Marta y Campeche.

Tampoco quiere pedirle ayuda a la familia; entre otras cosas porque no sabe si, después de lo que pasó con el bebé, sigan teniendo la misma consideración con ella, o de plano lo apoyen a él en lo que está haciendo.

Es evidente que Daniel no ha sabido, podido, o querido reaccionar a sus momentos de enojo, con los que ella pretendía dejarle ver que necesitaba un cambio en su vida. Tal vez sea cierto también que ha dejado de interesarle; que ya no le importan ni ella ni el inmenso amor que le profesa. Pero todavía le queda por jugar una carta, aunque bien es cierto que este será el último intento por recuperarlo. Si después de esto, su esposo no entiende que está dispuesta a todo por defender su matrimonio, quizás no valga la pena seguir luchando por él. Es posible que existan mujeres en el mundo que se apoltronan, vegetan o subsisten en una eterna situación de infidelidad; sacrificándose por un marido al que aman. Quizás no les importe, o se hayan acostumbrado a ello, porque el esposo nunca las abandona y siempre vuelve a su lado. Y quien sabe si ella también se hubiera podido acostumbrar a una vida como esa, inútil y miserable, alimentada por la presencia de Daniel. Pero Andrea todavía se quiere a sí misma; no es capaz de soportar eternamente que la humillen y, aún sabiendo cual ha sido su pecado, cree tener derecho al perdón: del mismo modo que ella perdonó cientos de veces los pecados de él. Si disparando el último cartucho no logra nada, con el poco orgullo que le quede abandonará la batalla.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now