69. SANTA MARTA/MAR DEL PLATA

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–Mi amor, voy a viajar mañana y no quiero hacerlo en estos términos.

–¿En qué términos?

–Dejándote así.

–¿Así como?

–Así, furiosa como estás. Con ese cabreo que tienes.

David se acerca cariñoso a su esposa, pero ella lo rechaza alejándose enojada. Sobre la cama están las maletas en las que ambos acomodan lo necesario para el trasteo.

–¡No, pues que tal el reclamo! –le grita iracunda–. ¿Y tú de qué otra manera quieres que esté? ¡Dímelo!

–Pues yo no sé –replica él, apenado por la censura de su desdeño–. Pero si vamos a estar separados por un tiempo, no deberíamos despedirnos enojados. ¿No te parece?

–Si eso es lo que quieres, que no nos separemos enojados, tiene fácil solución. No te vayas y listo.

–Eso es un chantaje muy feo, Aleja –se queja, aún sabiendo que no lo está coaccionando y que ella tiene sus razones para decir lo que dijo–. Tú sabes que tengo que viajar, así yo no quiera moverme de tu lado.

–¡Claro! ¡Tú todo lo tienes que hacer por tu familia, inclusive abandonar a la tuya propia; a tus hijos y a tu esposa! –Alejandra está tan encrespada que solo quiere lastimarlo, aunque sabe que más tarde se arrepentirá–. ¡Te vas a vivir a un país extraño, a miles de kilómetros de nuestra casa y ni siquiera se te ocurre pensar que me estás abandonando!

–Eso no es cierto, mi amor. Yo no te estoy abandonando –se defiende él, procurando no violentarse también–. Si no vienes conmigo es nada más por lo terca que eres.

–¡Ve este! ¿A ti te parece que soy terca?

–¡Pues fíjate que sí me lo parece! –exclama, molesto ya por el regaño sin sentido–. ¡O dime sino qué tengo que pensar! Los pelados ya están grandes y tú no tienes ningún compromiso de trabajo que atender en Santa Marta. Ni siquiera tienes que ocuparte de buscar un lugar en el que alojarnos en Campeche, porque tenemos la casa de la empresa en la que viven Daniel y Andrea. De manera que puedes perfectamente acompañarme, ¿no te parece? ¡Pero por terca que eres, prefieres dejarme ir solo a México, antes que dar tu brazo a torcer!

–¡Qué tal, el señor? ¡Esta sí que es buena! –protesta ella, fuera de sí–. ¿Me estas acusando a mí de nuestra separación?

–Yo no te acuso de nada. Obviamente, porque no nos vamos a separar. Esto es un cambalache momentáneo.

–Cómo todo lo que haces por los Álvarez de Arauca; es algo momentáneo. Pero los hechos me confirman que, a largo plazo, ninguno de tus compromisos con ellos termina nunca.

–¿Y tú qué quieres? ¡Son mi familia; nuestra familia! ¿Comprendes eso?

–Comprendo que tus cosas son siempre más importantes que las mías.

–Estás ofuscada, Alejandra. Y no veo el motivo –David sabe que si él sigue enojado, alzando la voz, la pelea puede no terminar nunca. Por eso le habla con toda la calma que es capaz de acumular–. Pero no quieras hacerme sentir mal por algo que tú estás decidiendo.

–Está bien, David. No peleemos más –claudica ella también–. De todas formas no vamos a solucionar nada. Mañana vas a viajar a Campeche diga yo lo que diga.

–Ajá, así es. Y quiero que tú viajes contigo –insiste él, cariñoso otra vez, amagando acercarse de nuevo, si bien se frena antes de sufrir otro rechazo.

–Lo siento mucho por ti, pero no va a poder ser.

–¿Te fijas? ¡Por terca y más nada!

–No es por terca. Y espero que te des cuenta algún día de que, todo lo que haces en la vida, lo haces al son que toca tu "todopoderosa" familia.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now