78. Conspiración de damas

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No bien está de vuelta en la Naviera, Marcela comprueba que su jefe también regresó y que, como le dijo Nadia, no está de muy buen humor. Ella no sabe a qué es debido su enojo esta vez, pero de lo que sí está segura es de no querer sumarle más piedritas narrándole los avatares de su complicado día.

Diego la llama a su despacho al saber por la secretaria que está en la planta. ¿Qué más podía esperar para completar la jornada? Pero lejos de arredrarse por lo que, con toda razón, le pueda decir, lo que hace es crecerse en su interior preparando su mente para una hipotética pelea. Cualquier cosa, con tal de olvidar aquello que no debe escapar de sus labios. Sin embargo, para su sorpresa, el hombre no está furioso por su prolongada ausencia de la empresa. Su enojo se debe a no haber podido encontrarla y que ella le explique por qué no le contó antes todo lo que, seguramente, conoce sobre el documento que ahora agita en su mano

–Ajá, ¿y entonces? ¿De qué se trata todo esto, Marcela? –La recibe, con el saludo y la pregunta, al verla entrar en el despacho–. ¿Por qué el misterio?

–¿De qué se trata, qué? No entiendo. –Y es cierto lo que dice; no sabe de a qué se refiere–. ¿De qué misterio me hablás?

–Esto... –El hombre deja sobre la mesa el documento, junto al sobre abierto en la carpeta, mientras le explica–, es una citación para una reunión urgente en La Plata.

–¿Y? ¿No era lo que esperabas que pase? –Si Marcela no soltó un suspiro de alivio al constatar de qué va el asunto, fue por no dejar ver a Diego que esconde misterios todavía más infames que aquel–. Ahí lo tenés.

–¿Tú sabías algo?

–Saber, saber... sabía.

–Toma asiento frente a mí y empieza a largar antes de que pierda la poca paciencia que me queda.

–Bajále un cambio, Diego. Calmáte, ¿podés?

–Sí sabías de esto, ¿por qué razón no me lo has comentado antes?

–A ver –se arrastra hasta el borde de la silla, aproximándose a la mesa lo suficiente para alcanzar el papel, no vaya a ser que su jefe, alterado como está, le largue a ella cualquier pieza del escritorio en la cabeza sin darle tiempo a largar la lengua–. ¿Me permitís que vea el documento?

–¿Para qué?

–Nomás una ojeada.

Diego se lo acerca de mala gana y aguarda a que ella lo revise. Como Marcela esperaba, en su mano tiene la confirmación de que actuó debidamente al no haberle contado nada de lo que sabía sobre aquella comisión directiva. Marina ha hecho que lo enviaran desde su departamento; eso sí, porque no le quedaba otro remedio. Pero en el documento no ha estampado su firma. Lo cual indica, simple y llanamente, que pretende evadir su responsabilidad y no estar presente en aquella reunión. O al menos, por lo que percibe, no quiere que él sepa que va a estar.

–¿Y? –la apremia el hombre, que no soporta por más tiempo su silencio.

–Y... nada. Yo sí sabía de esa comisión. –Intuye que lo que viene a continuación también lo va a sorprender, pero ya solo le queda confesar–. Ella me lo comunicó en mi último viaje a La Plata.

–Daniel también sabe que se vieron, ¿verdad? –La voz del hombre pasa del enojo al abatimiento y eso a Marcela la descompone–. Ninguno de los dos me dijo nada. ¿Por qué?

–Vamos, Diego, por favor. Olvidáte de buscar culpables –lo anima, vencida por el dolor que advierte en sus ojos–. Daniel y Nicolás saben que nos vimos. Como también saben lo mucho que me costó lograr que me reciba. Yo les pedí que no te contaran.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now