67. BUENOS AIRES/MAR DEL PLATA

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El frío llegó de forma prematura a Buenos Aires y empieza a causar estragos entre los bonaerenses que, aunque lo esperaban, no se prepararon todavía para recibirlo. Pero Marina, de visita en la ciudad por un tiempo corto, no repara en este hecho ni le preocupa de que manera le pueda afectar. No siente el frío porque su corazón está helado y es imposible para ella registrar el contraste con la temperatura ambiente.

Cuando salió de Santa Marta, huyendo de las incesantes agresiones a las que la sometió Valentina Álvarez de Arauca y de la mirada acusadora con la que Diego la venció, Marina Bordonaba dejó de preocuparse incluso de sí misma. Ahora vive en una realidad paralela de la que, desgraciadamente, ni quiere ni puede escapar. Durante las tres primeras semanas desde su regreso a la Argentina, que pasó en el campo –en la estancia de los padres Martín, el socio de su hermano–, hizo hasta lo imposible por recuperarse; luchando por olvidar a los demás seres que continúan su vida rutinaria lejos de aquel lugar; aislada del mundo para no sufrir más. Sin embargo, sabía de antemano que ni esto iba a poder lograr, por más empeño que le pusiera. El mundo, ajeno a ella y su dolor, sigue su curso; únicamente muerta va a poder bajarse de él y dejar de sufrir. Así sus afectos cercanos se esfuercen por consentirla, brindándole momentos preciosos llenos de paz y prodigándole toda clase de mimos, el dolor, ese dolor que persiste en su interior, es imposible que pueda dejarlo atrás.

Ariel fue a visitarla a menudo, por supuesto, respetando la pauta que ella le marcó desde el principio. Es prioritario que no le hable de lo que sea que esté pasando en Mar del Plata, pero sobre todo, no quiere saber de ninguno de los Álvarez de Arauca. Marina siempre supo que Diego la estuvo buscando, aunque no quiere averiguar los pasos que tuvo que dar ni las investigaciones que llevó a cabo para encontrarla. Tampoco si le está yendo bien o mal en sus gestiones de búsqueda o en sus negocios. Todo eso pertenece a un espacio que está intentando borrar de su vida, ya que, por algún absurdo motivo, cree que cuanto menos sepa de él, antes logrará olvidarlo. No quiere entender que, por más que se empeñe, es una pérdida total de tiempo; que es materialmente imposible, porque él se instaló a vivir en su interior y allá se piensa quedar.

Afortunadamente, Ariel, preocupado por el bienestar de su hermana, pensó hasta encontrar la manera de sacarla de su encierro y, como la vez anterior, también ahora fue en busca de Mónica Cubillas –su jefa inmediata y amiga personal desde sus inicios en el Ministerio–, para que le diera una mano en el rescate. Ella fue quien puso en marcha el proceso para sacar a Marina de la languidez en la que ha caído de nuevo, esta vez por causa de Diego. En la última visita que Ariel hizo a la estancia, la mujer lo acompaña en el paseo, segura de que la gravedad del asunto no llegaba a ser tan extrema como el hombre se la dibujó al contactarla. Pero también Mónica queda consternada, al comprobar como se ha transformado su amiga y compañera desde la última vez que se vieron, unos meses atrás en la sede de La Plata. Marina, antes llena de una vitalidad sana que la convertía en un ser especial, diferente a las demás mujeres, parece haber claudicado y se ha sumido en un abandono que, si bien realza su belleza en la paz de aquel lugar, en modo alguno es lo más conveniente para alguien que todavía tiene mucho que ofrecerle al mundo y recibir de la vida.

La encuentran sentada en una hamaca, en el mirador de la casa, envuelta en una frazada con la mirada perdida en el horizonte; tal vez pensativa o quizás verdaderamente quebrada. Los dos visitantes se miran entre sí unos segundos, pero ella se esfuerza por esbozar una sonrisa, como si quisiera hacerles ver que todavía está con ellos.

–No se preocupen tanto, que todavía no me vine en loca –dice, yendo a saludarlos–. Agradezco la visita. ¿Cómo estás, Mónica?

–¿Yo? Perfectamente. Vos no podés decir lo mismo.

–¿Tan mal me ves?

–¿Querés saber la verdad? ¡Pésima te veo! ¡Pero hasta acá llegó tu retiro, señorita! –La mujer toma asiento arrellanándose en la otra hamaca, a su lado; dispuesta a comenzar el tira y afloja que sin duda va a tener lugar entre las dos–. Lo que sea que le pasó a tu vida, ya fue; tiempo pasado. Yo no voy a permitir que sigás escondida en este lugar.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now