A primera hora de la mañana del viernes, Diego está en la Naviera dispuesto a cumplir su corta jornada de trabajo. Hoy no tiene que hacer otra cosa, que firmar algunos documentos que Nadia y Marcela dejaron preparados sobre su escritorio el día anterior. Luego esperará a que ellas y Daniel lleguen al despacho y saldrá feliz para no regresar hasta el lunes.
Realmente se siente inquieto y muy dichoso. Después de casi una semana en soledad, hoy al fin regresa su mujer de La Plata. ¡Pero cuánto la ha extrañado! Ni siquiera las incontables llamadas que se han hecho en estos días, le dieron tregua a su ansiedad. Además, aunque reconoce que no debería pensarlo siquiera, se siente feliz porque Valentina lo va a dejar respirar por unos días, mientras toma unos cursos adelantados sobre Mecánica de Fluidos en la Universidad platense. El mismo, como dijo Rosalía, le podía haber ayudado a sacar adelante esta materia, si hubiese querido. Pero no quiso. Ni loco va a acortar distancias con ella, después de lo que ha hecho en su contra en los últimos meses. Está dispuesto a aceptar que su hija haya cambiado mucho, según le han comentado, desde que mantiene relaciones con ese muchacho que todavía no conocen. No obstante, él va a estar atento y no se va a fiar ni un ápice hasta que su hija le demuestre que está dispuesta a acercarse a ellos sin albergar malos sentimientos por nadie; mucho menos por Marina. Así las cosas, lo más que ha estado dispuesto a hacer por Valentina, ha sido pasar por el apartamento a buscarla y acercarla al aeropuerto para que tome el vuelo que la lleva a la ciudad mágica del Río de La Plata; de donde regresa su mujer el día de hoy.
Marcela aprovecha que la jornada va a ser tranquila, sin el agobio que supone soportar la inquietud siempre exigente de Diego, para pedirle a Daniel que le permita salir un rato antes, pues quiere encontrarse con Ariel para almorzar. Instintivamente, cada vez que nombra al hermano de Marina delante del él, alerta sus cinco sentidos por si descubre que sabe alguna cosa del complot en el que andan metidas con su esposa. Por un lado teme que Andrea, en algún momento que baje la guardia, le cuente todo; por el otro, desearía en su interior que lo hubiera hecho. Eso supondría una complicación menos para cuando se descubra el bolazo que armaron.
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La salida de Marcela no estaba proyectada de antemano, pero tiene que aprovechar que Valentina no está en la ciudad para hacer lo que tiene que hacer. Y sí. Definitivamente, este es el momento adecuado para llamar a Ariel y mantener con él esa conversación que tienen pendiente desde que le fue "presentado" de manera oficial, antes de su escapada de fin de semana con la muchacha. La verdad es que está deseando saber cómo le fue, no en plan de chisme ni tampoco la parte íntima del paseo, sino lo que está sintiendo el amigo después de aquello. Es importante para todos que, dentro de lo malo, las cosas transcurran con normalidad según los planes trazados y los plazos que tienen.
Ariel se oye feliz de atender su llamada y no duda un instante en aceptar la invitación a almorzar. Sin embargo, esto a Marcela no le dice nada; necesita tenerlo enfrente para convencerse de que su entusiasmo no es fingido.
Y al parecer no lo es, a juzgar por la sonrisa que le dedica al recibirla, en el restaurante cercano a la Naviera donde quedaron en encontrarse.
–¿Cómo estas, linda? –pregunta, sentado frente a ella tras ordenar el menú–. ¿Todo bien?
–Sí. Lo mío todo bien –Marcela, directa como siempre, va a lo que le interesa saber–. Contáme vos que es lo que importa. ¿Cómo te fue en Miramar?
–¡Perfecto! ¡Genial! –ríe satisfecho–. ¡Re divino!
–Tiene que ser cierto lo que decís. No veo brillar esos ojos con tanta luz desde que...
–Desde que vos y yo tuvimos una relación como la gente –le recuerda, en tono de broma.
–Boludo, que miserable que sos –lo reta ella riendo–. Pero tenés razón. Vos sabés que esos ojos fueron mi locura durante mucho tiempo.
