30. SANTA MARTA

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Los casi seis mil kilómetros que separan Mar del Plata de Santa Marta, no parece que se sientan cuando los corazones están unidos. Sin embargo, mientras en la primera los buenos momentos predominan sobre los malos, en Colombia, el último día del año se hizo pesado, por suavizarlo un poco. Los ánimos en La Casona están exaltados; ya a primera hora quedó patente que nadie tenía ningún afán por celebrar y eso se dejó notar en el ambiente y en las caras descompuestas de todos. Desde que Diego y Luisa marcharon la tarde anterior, se miran unos a otros con recelo, como si no quisieran hablar de lo que realmente los tiene preocupados. Ciertamente, aquella ha sido una Navidad diferente, extraña y dolorosa, que les ha dejado un mal sabor.

Daniel y Andrea se cruzan miradas de rencor, que lastiman a los demás tanto como a ellos mismos. Cada uno por su lado, conversan con la familia como si nada hubiera pasado, sin embargo ellos no se hablan entre sí, lo que implica una incomodidad dolorosa.

En la mañana, mientras las mujeres están con los preparativos para la comida de la noche, a la que como cada año tienen invitados, los chicos hacen sus planes de salida. Estando los duendes de la casa en pie de guerra lo mejor es que desaparezcan y traten al menos de divertirse un rato. Aunque si han de llevar con ellos a la atravesada y malhumorada Valentina, la perspectiva no es muy agradable porque seguramente armará un zaperoco por cualquier cosa.

Desde que discutió con su padre está más insoportable que nunca, fregando a todo el mundo con sus embelecos, como siempre que no se sale con la suya, tratando por todos los medios de encontrar aliados en la familia. Cualquiera que la apoye en su lucha personal contra Diego es bienvenido. En su tenaz ofuscación le cuesta entender que esa batalla la tiene perdida de antemano y se aferra a la menor posibilidad que le salga al paso. Basta con que escuche que alguien menciona a su padre, para que saque la rabia que la consume en su contra. Y es peor ahora que Luisa –la única que se demoraba escuchando sus quejas, aunque nunca apoyara sus ideas– se fue a la Argentina con su papá. Su hermana Adela nunca le prestó atención a sus rabietas, mucho menos desde que ofendió a Irene delante de todos. Así las cosas, a Valentina únicamente le queda seguir la pelea con los demás jóvenes de la familia; los únicos que se avienen a soportarla por el momento. Aunque será hasta que alguno le plante cara o la ponga en entredicho, y ella sabe que eso puede pasar en cualquier momento. Claro que –como Javier repite a cada rato–, si los mayores no son capaces de atajar sus arrebatos, ellos no se van a meter en problemas con su prima.

En cualquier caso, lo peor de aquel día llegó tras la cena de Nochevieja; cuando la abuela dijo que era hora de llamar a Diego para felicitarles el año nuevo y Fernanda se comunicó con su hija Luisa al dar las doce en Argentina. Entonces Valentina vio una nueva oportunidad de agredir a su padre, incluso en la distancia, y no se paró en barras. La estupefacción de todos fue mayúscula, al ver como se exaltaba con su hermana; con tal violencia que, no les cabe duda, de haberla tenido enfrente la habría atacado físicamente. Y eso sin otra complicación que saber que Marina está con ellos celebrando el fin de año. ¿Pues qué esperaba? ¿No se había dado cuenta de que su papá adelantó el viaje, únicamente, por estar con aquella mujer a la que ella aborrece aún sin conocerla? Incluso el abuelo Sebastián, que no suele intervenir en las discusiones entre los miembros de la familia –costumbre que parece estar perdiendo en los últimos tiempos, a causa de los problemas que origina Valentina–, le gritó a la ex esposa de Diego, mientras Rosalía hablaba con él.

–¡Ve, Fernanda, acaba con esta vaina de una buena vez! Organizas a tu hija; le buscas un novio o lo que sea. Pero que se deje de fregar, porque nos va a enloquecer a todos con esos celos rabiosos que tiene!

–Yo no tengo celos, abuelo –se atrevió a replicar la joven, como si unos segundos antes no hubiera armado tremenda pelotera con su hermana y con su padre–. No es mi culpa que mi papá sea un mujeriego. Pero tal vez sea culpa de ustedes, que no supieron hacer que fuera por el buen camino.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now