134. SANTA MARTA/MAR DEL PLATA

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Poco después de las seis llegan Daniel y Sergio en compañía de Irene. 

Los dos hombres pretenden aislarse en el despacho para terminar algunos asuntos que todavía les quedaron pendientes por el día de hoy; pero la Nana les sirve unos tragos y los hace sentar con ellas en la sala, a esperar la hora de la comida. Al igual que en Mar del Plata, allá el tema de conversación también es el viaje de los que están fuera del país y el próximo matrimonio de Diego y Marina. Sin embargo, desde el momento en que Rosalía corta la comunicación con su hermano en Argentina, y comienza a gritar desaforada, todo es confusión y alarma en La Casona de los Álvarez de Arauca.

–¡Que mi Dios me perdone, pero yo la mato! –La mujer, fuera de sí, inicia su acostumbrado paseo cuando las cosas van mal, de lado a lado de la sala–. ¡Yo les juro que lo hago, la mato con estas manos! –grita, mirándose las mismas.

–¿Qué es eso que dices, Rosalía? –Eugenia salta espantada del sillón–. ¿Con quién hablabas?

–¡No pues, estoy fregada y bien jodida! –continúa su queja, sin detenerse a responder a su madre–. ¡Esto no me lo ha podido hacer a mí! ¡A mí no! ¡Yo no me lo merezco!

–Pero ¿tú de qué o qué estás hablando? –averigua su cuñada, asimismo angustiada ante la incertidumbre de un nuevo desastre.

–¡Yo, que lo he dado todo por ella! ¿Cómo pudo hacerme esto? –Se sigue preguntando la mujer, enfurecida, dejando igualmente sin respuesta las dudas de Andrea, que se paró junto a Daniel, ambos con gesto preocupado–. Ah, pero esta me la va a pagar. ¡Juro por la santísima Virgen del Carmen, que me va a pagar todas y cada una de las que me ha hecho padecer!

–Mamá –La llama Sergio, tratando de detenerla y que les hable–, fresca, por favor. Te ruego que te calmes.

–¿Qué me calme dices? ¿Tú cómo piensas que me voy a calmar?

–¿Por qué no nos cuentas qué es lo que te está pasando? –interviene dona Eugenia con voz firme–. Deja la bulla y habla de una vez. Mira nada más cómo estás de alterada.

–Ajá. ¿Y cómo no lo voy a estar, mamá? Esa culicagada pretende sacarme canas verdes, igual que a su papá. ¡Pero no está ni tibia! ¡Ni crea que va a poder conmigo! ¡A ella es a quien yo voy a desmechar con mis propias manos!

–¡Virgen santísima! –la Nana se lleva las manos a la cabeza–. ¿Qué es lo que está pasando ahora, niña por Dios?

–Y esas dos alcahuetas que se buscó... las Gutiérrez... Esas también me van a tener que oír. ¡Par de flojas, que se amangualaron con ella! ¿Qué se habrán creído que soy yo? ¿Ah? ¿Me tomaron por imbécil o qué?

–¡Rosalía, por favor! –insiste la madre, más enojada por momentos–. Deja el bochinche y cuéntanos de una vez qué te está pasando.

–Si esto no es para contar, mamá –aprieta los puños crispada y vuelve a clamar–. ¡Uy, me lleva la ira! ¡Pelada del demonio!

–¿De quién estás hablando, Rosalía?

En este momento, cuando escucha la pregunta que le dirige don Sebastián, que vine llegando con su papa de regresó de Bogotá, Rosalía parece comprender que de nada sirve llenarse de rabia, cuando lo que apremia es tratar de solucionar el problema que les creó Valentina. Si es que existe alguna manera de solucionar aquello, claro está.

–¿Qué de quien estoy hablando, abuelo? –inquiere medio aplacada–. ¿De veras quieren saberlo?

–¡Pero por supuesto! Y sin demora –le reclama don Ramiro–. Se oyen tus gritos hasta en la bahía de Taganga, con este zaperoco que estás armando.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now