Tras el almuerzo, también los jóvenes salieron de la casa dispuestos a continuar con lo que tenían planeado hacer aquel sábado. Unos felices y otros no tanto.
Sergio y Carol acompañan a Héctor y Raúl a casa de Ana María. Allá los están esperando esta y su hermana Isabel. Pero la verdad es que, después de lo que pasó en La Casona, el mayor decide quedarse un rato con ellos hasta ver que con las amigas son capaces de hablar de lo que le está pasando a sus vidas sin mayores inconvenientes. Sergio sabe, por la experiencia que tuvo con sus primas –sobre todo con Adela, que fue la más consciente de lo que estaba sucediendo, pues tenía doce años cuando sus padres se divorciaron–, que no va a ser fácil para ellos esta nueva etapa. Por eso quiere estar pendiente de los chicos, por si pudieran necesitarlo.
Por su lado, Adela con Eduardo partieron para la casa de Irene. En un principio la muchacha se vio consternada por lo que de malo tiene la noticia del divorcio para sus primos. Ella misma pasó por aquello a muy temprana edad y sabe perfectamente todos los pensamientos que corren por la mente de uno cuando, de alguna manera, llega a sentirse culpable de lo que le sucede a los demás. Pero ella era una peladita entonces, muy despierta aunque todavía incapaz de interpretar el alcance de lo que sus papás iban a hacer. En este momento sus primos ya son adultos y seguramente no va a suponer ninguna complicación para ellos aceptar las cosas como son. En cualquier caso, un divorcio es algo que pasa cada día en muchas familias, pero esta vez a ellos les afecta más de cerca. Ahora, todavía pensando en sus tíos, se siente feliz porque al fin va a poder contarle a su mamá lo que tantas y tantas veces ha soñado poder hacer. Va a decirle que su abuela ha reconocido, delante de todos, lo mucho que se ha equivocado con ella. Tal vez Irene piense que está exagerando, pero allí está Eduardo para apoyar sus palabras, como las ha escuchado de sus propios labios y de los de Javier, que no paraba de celebrar semejante acontecimiento.
Adela conoce a su abuela mejor de lo que nadie pueda imaginar. No en vano fue siempre su consentida; suya y del abuelo Sebastián. Con ella ha pasado horas y horas conversando de todo lo habido y por haber. Doña Eugenia le habló siempre como si de una persona adulta se tratara y ella le agradece que así lo hiciera. Pero nunca, jamás en la vida le ha reprochado los malos sentimientos que dejaba ver por su mamá. Porque ella mejor que nadie, sabe que no eran otra cosa que pura pose de su abuela; una forma de no dar su brazo a torcer, sin pensar ni esperar que los demás fueran a dar la razón a sus quejas. Aunque, a tenor de las muchas discusiones que Adela ha presenciado entre Eugenia y don Sebastián, está segura de no equivocarse al decir que su abuela hace mucho tiempo que cambió de opinión sobre Irene. En todo caso, le agradece que hoy haya reconocido ante todos, su error al juzgar, sin el menor miramiento, a la que fuera esposa de su hijo mayor, sin haberse parado a medir el daño que le estaba haciendo con su rechazo. Eso le asegura que no estuvo equivocada al encajar el momento preciso en el que su abuela cambió de parecer, es decir: justo cuando su papá decidió irse a vivir a la Argentina y comenzar una nueva vida. Entonces la abuela debió comprender, por la entereza de su mamá a pesar de seguir locamente enamorada de él, que Irene es una mujer con todas las de la ley. Una mujer que sabe aceptar las derrotas con decoro sin complicar a nadie, muy al contrario, colaborando en lo que sea necesario para mantener la paz en la familia. Y por si esto fuera poco, se lo ha demostrado con creces cuando surgió el problema que creó Valentina, a raíz de la relación de Diego con Marina. Ahí Irene se portó como una fiera defendiendo el bienestar y la felicidad de su papá. Ni modo que su abuela no se hubiera dado cuenta de eso.
Su abuelo Sebastián sabe todo lo que ella ha sufrido, al ver como en la familia se aceptaba de buen grado a Fernanda, aun conociendo su mezquino comportamiento, y a su mamá le reprochaban todavía que hubiera enamorado a Diego, culpándola por ello de la ruptura de su primer matrimonio. Y si bien sus hermanas jamás se lo hicieron notar y la quieren sin reservas, esto no impidió que ella pensara en algún momento que, incluso su hermana mayor, Valentina, la estaba condenando por todas las supuestas desgracias venidas tras el divorcio de sus padres. Bueno. Hasta que su tía Rosalía le puso su tatequieto.