Es cierto que las dos últimas semanas han sido delirantes para Lidia; yendo y viniendo como loca de un lado para el otro; organizando todo lo necesario para el matrimonio. Gracias a Dios que contó con la ayuda de las muchachas, proporcionándole los consejos que necesitó en cada caso y trabajando codo con codo con ella. Pero al fin llegó el gran día y es hoy cuando realmente se siente transportada en una nube, como en un sueño. Desde que se levantó en la mañana, tratando de hacerse a la idea de que en unas horas va a ser la esposa de Jorge; Lidia Rangel de Muir.
A partir de su paseo por la playa todo cambió. Después de que él le pidiera matrimonio y su pequeño mundo, tranquilo hasta entonces, dejara de serlo para convertirse en una locura de la que parecía no estar participando, siente que de repente se ha convertido en otra persona que apenas conoce. Tan grande es su desconcierto, que a ratos se pregunta si está haciendo lo correcto al aceptar una boda tan precipitada. Sin embargo, sabe que Jorge la adora y ella lo ama como nunca antes amó a nadie ¿Qué otra cosa puede hacer, más que someterse y reconocer que desea pasar el resto de su vida al lado de aquel hombre? Aunque le hubiera gustado que no fuera todo tan apurado; tener tiempo para disfrutar de esos momentos que quisiera guardar para siempre en su memoria y que cree no va a poder recordar mañana.
Todavía no sabe porque se enojó tanto cuando él le propuso que fuera su esposa. ¿O sí sabe? Bueno. Al menos reconoce que lo ama más que a nada y se lo ha demostrado hasta la saciedad. Y quizás sea por eso que le dolió tanto su desconfianza; que hubiera pensado que ella podía volver a sus devaneos con Daniel, no bien lo tuviera cerca. Jorge no puede comprender todavía que, lo que le da a él, es más de lo que nunca le dio a nadie. En cualquier caso, se alegra de haber bajado a la playa, así fuera enojada. Caminar descalza a orillas del mar, sintiendo la suave arena bajo sus pies, le hizo bien. El masaje la relajó y el suave rugir del agua calmó su desasosiego. Tan solo necesitaba encontrarse a solas para ver claramente los hechos en la distancia y, sobre todo, para cotejarse a sí misma.
Lidia Rangel es una mujer extraordinariamente perceptiva, que sabe en cada momento qué es bueno para ella y qué le puede causar daño. Se quedó sola en el mundo con apenas ocho años y sus únicos parientes cercanos, unos tíos de su mamá que viven en el D.F., ni siquiera sugirieron la idea de llevarla con ellos. En verdad, de no haber sido por sus padrinos, los Maldonado, que la acogieron y la cuidaron como a una hija, no sabe qué habría sido de ella tras el fallecimiento de sus progenitores. Pero ahí está, dueña de sus actos y de sus decisiones y siempre agradecida a quienes se lo dieron todo sin pedir nada a cambio. Alfredo Maldonado, su padrino, era el jefe de su papá cuando este y su mamá perdieron la vida en un accidente de carretera. El hombre nunca la abandonó, sino que, junto con su esposa, le dieron techo, amor y un futuro. Después Lidia se las compuso sola y justo es reconocer que no lo hizo nada mal. Se licenció con éxito en Monterrey, encontró un buen trabajo y comenzó a volar por su cuenta. Todo lo que hizo fue motivo de orgullo para ella y para las personas que la cuidaron. Si acaso falló en algo, fue en los asuntos relacionados con el corazón, tal vez porque no le puso demasiado empeño a eso de encontrar al hombre que le convenía a su vida. Puros romances pasajeros, en los que nunca se involucró demasiado y que, por suerte, no le dejaron grandes ni dolorosas huellas. Relaciones en las que ella sí lo dio todo de sí misma y ellos vinieron nomás a llevarse. Unos buscaron su amistad, otros simplemente sexo; algunos, compañía; Daniel, el refugio de unos brazos, donde ahogar las penas que lo aquejaban en su matrimonio. Y ella desperdició el amor que le sobraba, con una lista de hombres que no dejaron nada digno de merecer y mucho menos de recordar. Hasta que apareció Jorge Muir: el único que no llegó pidiendo nada, sino dándose entero en cuerpo y alma. ¿Y ella lo había rechazado por una mera cuestión de formas? ¿Por qué? ¿Qué de malo tiene que Jorge se muestre celoso, de lo que pueda suceder en Mar del Plata con Daniel? Si de verdad la ama, y ella así lo cree, esto y no otra cosa debe esperar de él: que la cele. El problema era que Lidia presumía una confianza que, a ojos vista, no le estaba dando. Sin embargo, volviendo a la sensatez, debe ponerse por un instante en su lugar. ¿Qué hubiera hecho ella de haberse dado la situación a la inversa? ¿Qué sentiría si, por una casualidad, apareciera de pronto cualquiera de las relaciones anteriores de Jorge, así él no hubiera tenido nada serio con ellas? ¿No desearía igualmente que no se le acercaran ni para darle sombra? Entonces, ¿qué le estaba exigiendo?