144. Tu Cielo en mi Paraíso

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Manejando con cuidado emprenden el camino de su nuevo hogar en la "Los límites". Marina cree que es allí, en la casa, donde él guarda la sorpresa de la que tanto le habla. Y tiene que ser algo magnífico para que Diego lo esté haciendo todo con tanto sigilo y esté tan polvorilla como lo ve. Lo que no imagina, por más que piensa, es qué cosa puede ser. Es por eso que, en el corto trayecto hasta la hacienda, insiste con la esperanza de lograr al menos una pista. Aunque puede esperar, ahora que está a un paso de saberlo, necesita conversar para no verse contagiada por su misma inquietud.

–¿En serio no me vas a contar? –pregunta, girándose a mirarlo desde el asiento del acompañante.

–Ajá. En serio –Diego la mira a su vez y sonríe–. No insistas.

–Pero ¿qué te cuesta?

–¿Qué te cuesta a ti esperar?

–La curiosidad me mata.

–Aguanta un poco que ya casi estamos.

–¿Ni una pista chiquita, amor?

–Ni una.

–Yo te digo lo que creo que es y vos decís sí o no.

–De acuerdo –acepta el reto riendo, confiado en que no lo va a adivinar–. Juguemos.

–¿Es el caballo de que me hablaste?

–Perdón, pero yo nunca dije nada de un caballo. Fuiste tú quien lo sugirió.

–No es el caballo. ¿Una joya?

–Tampoco. Una joya ya te la hubiera entregado. Además, ni para que me molesto gastando plata en una joya. Ninguna estaría a tu altura.

–Sos un embaucador de lo peor. –Marina se sonroja ante la lisonja como si fuera la primera vez–. Así me enredas, distrayéndome de lo que importa.

–Uno se defiende como puede.

–¿Es un auto entonces?

–No. Pero ya que hablamos de eso: es cierto que ahora estás sin carro. Más adelante compraremos uno para ti. Por el momento puedes usar cualquiera de la casa. Cuando las peladas viajen a Mar del Plata tú te quedas con uno de los suyos y ellas que usen tu camioneta allá. ¿Te parece?

–Me parece. Seguís eludiendo una respuesta.

–Ya no hay caso. Estamos llegando.

Y así es. Aunque Marina no se dio cuenta, hace un rato que traspasaron la verja de entrada a la propiedad, y que el carro que los seguía, con los hombres de la escolta, se dio la vuelta para regresar a Santa Marta, sabiéndolos seguros entre el grupo que custodia la hacienda.

Diego enfila el camino de la casa, pero a un kilómetro de la vivienda gira a la derecha tomando una ruta desconocida para Marina. Contrariamente a lo que pudiera esperar, ella no pregunta adonde la lleva. Adonde quiera que sea será para ella el lugar perfecto. En cualquiera caso, si su sentido de la orientación no le falla, hacía allá está el mar. A pesar de que está comenzando a oscurecer, recuerda que Diego le comentó, en la única visita que hizo con él recorriendo parte del lugar, que por aquel lado la finca termina en la bahía: justo detrás del pequeño bosque al que se dirigen.

–¿Y entonces? ¿Ya no vas a preguntar más?

–No. Ya no.

–¿Te sientes bien?

–No lo sé. Tanta reserva me puso nerviosa.

–Pues no lo estés, mi amor. Te aseguro que te va a encantar.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now