48. Bienvenida

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Poco antes de tomar tierra, en el Aeropuerto Simón Bolívar de Santa Marta, una azafata se dirige a ellos para hacerles saber que, a su llegada y después de pasar los trámites de aduna, deben dirigirse a la sala VIP de la terminal donde los están esperando. No saben qué puede ser, o quién quiere verlos antes de su llegada a La Casona. Y puesto que no tienen noticias de que la familia haya preparado ningún recibimiento, solamente esperan encontrar en la sala a Jacinto, que como siempre les dará la bienvenida en la entrada. Aunque Diego piensa que tal vez se trate de alguien relacionado con el aeropuerto; quizás para exigirle algún documento que hayan pasado por alto.

–¡Que fastidio, papá! –se queja Luisa inquieta–. ¿Qué será lo que quieren ahora? –pregunta, sin detenerse a pensar que con eso está poniendo más nerviosa a Marina–. Con las ganas que tengo de llegar a la casa y verlos a todos. Será mejor que yo busque a Jacinto y me quede con él.

–Fresca, Luisa. Será un trámite cualquiera y más nada –Diego sonríe tratando de calmarla–. Seguramente es el propio Jacinto el que nos espera. Ya sabes que el hombre se agobia enseguida con este poco de gente; habrá pedido un permiso del abuelo para esperarnos en la sala –mira a Marina, que se aferra a su mano como una niña asustada–. Mi amor, ¿estás bien?

–Sí.

–¡Mi niña embustera! –la embroma sonriendo–. Estás aterrada.

–¿Y? ¿Para qué preguntás si ya sabés?

–Cálmate, mi cielo. Nadie te va a violentar.

–Igualmente, estoy asustada.

–No tengas miedo, Marina –la anima Luisa a su lado–. Mi papá te va a defender ante quien sea. Pero si él no lo hace, acá estoy yo. Mi hermana no va a poder con las dos, ¿oíste?

–¿Tú ves? Si yo no te defiendo lo hace ella.

–Muy gracioso. Las tres peleando por vos.

Llegando a la sala VIP, alejada del bullicio del aeropuerto, una azafata se les acerca solícita.

–Discúlpeme. ¿El señor Diego Álvarez de Arauca?

–Ajá, soy yo. ¿Para qué me necesitan? –pregunta, volviéndose a mirar a la mujer, sin soltar a Marina de la mano.

–Si son tan amables de acompañarme. Los esperan en una sala privada.

–¿Algún complique? Cuénteme...

–Ninguno, señor. Vengan conmigo, por favor –les pide la sonriente mujer, antes de abrir la marcha, seguida por Luisa y la pareja tras ellas.

La azafata abre la puerta de la sala privada en la zona VIP y hace pasar primero a la muchacha.

–¡Mi hermana! –grita Luisa, corriendo a abrazar a Adela, que sale a su encuentro tan alborotada como ella–. ¡Qué tal la dicha!

Ante el entusiasmo de las dos jóvenes, Marina se retrae y trata de ocultarse detrás de Diego. No conoce a Valentina. Nunca quiso que le mostraran una fotografía de las chicas, creyendo que sería más fácil no condenar a la rebelde si la podía juzgar en persona y no por una imagen estática. Odiar a Valentina significa enfrentar a Diego: obligarlo a decidir entre dos de sus amores. Eso es algo que nunca se atreverá a hacer. Aquella muchacha, que ahora abraza a Luisa con lágrimas en los ojos y le dice cuanto la ha extrañado, puede ser Valentina, pero también Adela. Y la otra joven que los acompaña...

–Ya, mi amor, cálmate. Es Adela –Diego, ahora que tiene la ocasión al frente, comprende cómo debe sentirse y los motivos de su inquietud.

–¿Cómo es que vinieron a recibirnos? –consulta Luisa sin apartarse de su hermana menor–. ¡Que linda sorpresa nos dieron!

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now