21. Clínica Díaz-Ruelas

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En la salita privada de la habitación que le han asignado, a la espera de que salga de quirófano o algún médico venga a comunicarles qué está pasando, está la familia. Y la espera se está haciendo larga; pasó más de una hora desde que se la llevaron y solo una enfermera de planta entró a preguntar si necesitan algo.

Don Ramiro conversa con David y las mujeres, sobre los infortunios que está sufriendo la familia. Diego, preocupado, se acerca a Daniel que, alejado del grupo, desde la ventana, mira sin ver a la gente que camina por los alrededores de la clínica.

–¿Tú cómo estás, mijo? ¿Cómo te sientes? –dice, apoyando la mano en su hombro. Daniel lo mira con gesto abatido, antes de responder.

–Mal, hermano. Te juro que no entiendo un carajo –se queja angustiado–. No sé qué mierda le está pasando a mi vida.

–Pero ¿qué fue lo que paso? ¿A qué vino la pelotera esta vez?

–No lo sé, Diego. Créeme que no lo sé.

–¿Y entonces...?

–Ella nada más me gritaba que tengo otra mujer; que hay otra mujer en nuestra casa. Y es obvio que no se refería a Luz, nuestra sirvienta.

–¿Con quien hablaba Andrea?

–Y yo qué voy a saber. Con alguna de sus amigas, me imagino. Pero no sé qué le pudo haber contado la tal. Estaba tan agitada que era imposible razonar con ella.

–Bueno pues. Fresco, que ya vamos a saber qué razón existe.

–¿Qué razón, Diego? Ninguna es suficiente para haber perdido a nuestro hijo. Mejor dicho: yo me siento culpable sin saber cuál es mi culpa.

–¿Tú estás completamente seguro? ¿No puede haber ninguna mujer en tu casa, además de Luz? –no es que desconfíe de su hermano; eso nunca. Pero sabe que, cuando Andrea pueda dar explicaciones sobre su insólito comportamiento, también las va a exigir. Él tiene que estar preparado para enfrentarla con seguridad–. Yo no sé, piensa tú. ¿Quizás alguna amiga que haya podido pasar a felicitarlos por la Pascua?

Daniel permanece callado unos segundos; pensando. Sabe que sí hay una mujer que ha visitado su casa en estos días, pero no entiende como eso puede haber molestado a su esposa. Claro que tampoco conoce todos los detalles de la conversación que mantuvo Andrea. No sabe de qué manera "su amiga Clarita" le ha contado el chisme.

–En realidad... –dice al fin–, sí.

–En realidad sí... ¿qué, Daniel?

–Ajá. Que sí hay una mujer visitando nuestra casa en estos días –confiesa, seguro de que su hermano no le va a dar importancia cuando sepa–. Pero...

–¿Quién es? ¿Andrea la conoce?

–Sí, claro. Y tú también la conoces. Es nuestra diseñadora, Lidia Rangel. ¿Recuerdas que te la presenté?

–Ajá. Pero no entiendo, ¿qué hace ella en tu casa si ustedes no están allá?

–¡Por Dios, qué cosa tan absurda! ¡No puede ser! –Daniel se separa de su hermano, furioso consigo mismo. Es imposible que, lo que está imaginado, haya sido la causa de lo que está pasando–. Andrea no puede haber creído... Imposible que sea tan insensata... ¡Ahí está pintada, carajo!

–¿Qué es lo que pasa, Daniel? ¿Cuál es la vaina?

–...

–¿En qué piensas? ¿Qué fue? ¡Termina de hablar de una vez!

–Yo le pedí a Lidia que fuera adelantando la decoración en el cuarto del bebé. Quise que lo hiciera en estos días para que esté listo a nuestro regreso. Deduzco que ella habrá estado trabajando en nuestra casa.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now