51. Dos amigas

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Daniel y Andrea han realizado el viaje en silencio, sin dirigirse la palabra más allá de lo estrictamente necesario. En algún momento él trato de entablar una conversación, pensando que aquella era una muy buena oportunidad para hablar de su situación de pareja; rogando para que fuera una conversación que no terminara, como siempre, en otra pelea. Después de todo, el vuelo ha tenido una duración de más de once horas, tiempo suficiente para departir sobre lo que les está pasando y muchas cosas más, en un lugar del que no pueden huir; un lugar en el que Andrea no se va a exaltar, delante de los demás pasajeros. Sin embargo su estrategia no funcionó. Lejos de acceder a sus deseos, su esposa se mostró callada y taciturna, sin entrar al trapo que le tendía.

Andrea ha tenido mucho tiempo, en la soledad que él la dejó y en la paz que ella misma buscó, para meditar sobre su situación al lado de Daniel Álvarez de Arauca. Todas esas horas de abandono, recordando y considerando los pormenores de sus años de matrimonio y las circunstancias por las que ha terminado en esos términos, la han llevado a convencerse de que nada pueda hacer ya por salvar lo que tenían. Sin duda alguna, ambos se han lastimado demasiado en los últimos tiempos, de modo que, por más que se haga perdonar y él la perdone, no va hay caso en pretender que las cosas vuelvan a ser como eran antes. Y tampoco está segura de poder aceptar sus disculpas, en el improbable caso de que él las pidiera; si llegara a reconocer su parte de culpa en el problema. No ve posible que ambos puedan olvidar, si en medio quedaron tantas palabras duras, tantos insultos y todos los reproches que se tiraron a la cara el uno al otro. Ya de nada sirve hablar, para seguir poniendo el dedo en la llaga, si las conclusiones van a ser las mismas.

Nada más pisar suelo colombiano, parece que el humor de Daniel se transforme al sentir el calor de su amada tierra costeña. Andrea no sabe si se debe a su cercanía con la familia o a que allá, en su casa, vuelve a ser de nuevo el hombre de siempre. En cualquier caso, esto no es un motivo de dicha para ella, que se siente más triste que nunca, pensando en lo que fue su vida al lado de una de las familias más poderosas del país y lo que puede llegar a ser a partir de ahora. Obviamente, lo que más le duele es darse cuenta de que está perdiendo sus mejores años al lado de un hombre que tal vez no es el que ella se merece. Pero, con todo y con eso, no se resiste a perderlo del todo. Quizás sí debería seguir luchando por él –se dice–. ¡Ay Dios, como lo ama! Lo ama de tal manera, que no va a saber qué hacer con su vida cuando no pueda verlo más; cuando ya no esté a su lado y lo sepa en brazos de otra. No obstante, no puede vivir en ese tira y afloja constante. Tiene que decidirse de una vez, y en este momento decide, al verlo sonriente y feliz por acercarse a los suyos, no pelearlo más. No merece la pena luchar por una ilusión como aquella, cuando sabe que ese cambio que está teniendo, va a durar lo que dure su visita a Santa Marta, nada más. A su regreso a México las cosas entre ellos van a seguir siendo las mismas.

Hasta hace poco no tenía conciencia de que su amor, tal vez mal enfocado, pudiera ser el culpable de semejante desastre. Ahora entiende que, de las muchas maneras que existen de amar a alguien; con una pasión entregada; con recelo; en silencio... Quizás, de todas esas maneras de amar, ella eligió la equivocada. Pero ya está. Con Daniel todo fue difícil porque él no es, ni ha sido nunca, un hombre fácil. Eso lo sabe mejor que nadie, porque lo ha vivido y lo ha sufrido durante casi veinte años. Desde que se conocieron como amigos; cuando se comprometieron y después en su matrimonio. Ella sí lo conoce como la palma de su mano. Esa mujer, Lidia Rangel, que cree tenerlo por completo, porque dice amarlo y él le regala unos pocos momentos en su cama, no sabe nada. ¿Cómo y de qué manera lo tiene? Si ni siquiera sabe lo que fue su vida anterior. Lidia jamás podrá conocer a su esposo, porque se perdió todos sus años anteriores que, por mucho que quiera dejar en el olvido, siempre van a estar presentes. Lidia nunca lo ha tenido realmente; nunca lo ha soportado ni lo ha peleado como sí lo hizo Andrea. Pero resulta que ahora Daniel la prefiere a ella; la ha cambiado por toda una vida compartida a su lado. Pues bien. Solamente le queda endurecer su corazón y manejarse ante los demás lo más dignamente posible; hasta que todo termine. Y su dignidad, que había creía perdida, sale a flote de nuevo, mientras camina a su paso por la terminal del aeropuerto, al encuentro de Diego y Marina que esperan su llegada.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now