37. LA PLATA

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Marina llama a Diego para pedirle que no se demore en pasar a buscarla. Mientras lo espera, entra a saludar a las que fueron sus compañeras durante unos meses –cuando Mónica Cubillas la rescató de su refugio en Pinamar, tras la ruptura con Víctor Alemán–, que la reciben con muestras de cariño y respeto. Dada su forma de ser y la dulzura natural con la que trata a todo el mundo, siempre tuvo una excelente relación con sus colaboradores, ya fueran militares o empleados públicos del gobierno. Incluso más tarde, al ser trasladada a Mar del Plata, mantuvo la relación con ellos, en la mayoría de los casos por teléfono y, con sus superiores inmediatos, en las visitas que realizó a la Sede Central de la zona Ensenada–La Plata, cuando había que resolver alguna complicación provisoria, por ejemplo: el problema con el buque de la "Sol de Arauca", unas semanas atrás.

Entretenida conversando con las chicas, no se da cuenta de la hora hasta que, desde recepción, le anuncian que Diego la está esperando. Se despide de ellas, pero se va feliz, porque sabe que todos allá están de su lado; compañeros y amigos. Tanto sus superiores como los demás trabajadores de la sección, le van a prestar su apoyo, colaborando en lo que sea necesario, para que nadie ponga entredicho su integridad como persona ni como representante del Ministerio. Lo cual no evita que se sienta destruida.

Parada en el ascensor que la lleva hasta la planta baja, comprende que los minutos de relajo que tuvo con sus compañeras en las dependencias del departamento, apenas han servido para tranquilizarla un poco. Se da perfecta cuenta de que, lo que paso hoy, lo que acaba de vivir, es una herida abierta que, si bien ahora no lastima demasiado, lo hará a medida que se enfríe. Quizás cuando su cabeza se encuentre en situación de valorar lo que pasó en ese tiempo, durante los seis años que conoció a Víctor –cuatro de los cuales vivieron en pareja–, y el mundo se le venga encima. Entonces será cuando duela en serio. La rabia, la impotencia, y la confirmación del engaño rondando en su memoria, hurgarán con saña en la llaga.

Aunque tal vez no haga falta esperar tanto. En unos segundos, cuando se encuentre con Diego en la entrada, sabrá cuanto sangra la herida que le acaban de hacer y hasta qué punto está sola y aniquilada. Por más que quiera, no puede olvidar que los dos prometieron no hablar de sus respectivos trabajos; que lo hicieron para que esto no interfiriera de ninguna manera en su relación. Sin embargo, así no esté arrepentida del compromiso que adquirió con él, en este momento desearía con todas sus fuerzas no haberlo hecho nunca. Necesita, más que nada en el mundo, sus palabras, su comprensión, su respaldo y una mano de la que agarrarse para ponerse en pie de nuevo. Pero nada de eso va a tener. Ella misma se vetó, sin pensar en las consecuencias, al hacer la promesa con la que pactaron el acuerdo. ¡Si pudiera volver el tiempo atrás!

En cualquier caso, ya fue. No vale la pena lamentarse –piensa–. Ahora lo prioritario es preocuparse de esconder su angustia delante de él; que Diego no advierta su enojo, ni el dolor y la rabia que hierven dentro de ella. ¿Pero cómo hacerlo, si nunca supo ocultarle nada? ¿Qué hará cuando le pregunte como le fue en la reunión? ¿Qué le va a decir? Y lo que todavía es peor –siempre hay algo peor–; por más que lo necesite, ¿cómo va a lograr serenarse sin contarle todo y romper el trato? En adelante tendrá que cargar ella sola, con todas las implicaciones que se deriven de lo que acaba de saber. Aunque el director tiene razón: puede callarse lo que pasó por un tiempo, pero no lo va a poder callar siempre. Lo quiera o no, en unas semanas aquel asunto va a salir a la luz, y la va a arrastrar detrás. Y si Diego llega a enterarse por terceras personas, jamás se lo va a perdonar. No. Es mejor que ella le cuente cuando se sienta preparada. Pero no ahora. No en este momento. Hoy no. Hoy necesita que la abrace, que la contenga y que la mime. Quiere, entre sus brazos, sacarse el peso helado que se le ha quedado en el alma. ¿Pero cómo va a esconder su malestar ante él, si incluso tiene miedo de dejarse abrazar para no claudicar? Por más que lo intente, no podrá negar su necesidad, y la misma inquietud que siente la va a delatar.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now