116. SANTA MARTA

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Desde su divorcio, Fernanda Valdés, ex de Álvarez de Arauca, vive por y para sí misma; nada que no esté relacionado con su propio bienestar la mueve ni la conmueve. Aunque lo justo sería decir, que esto fue siempre su mayor y única prioridad. Antes de su matrimonio, siendo hija única, nunca existió en su universo nadie, excepto ella: ni padres ni amigos ni compromisos; era Fernanda de principio a fin.

Luego vino esa corta etapa de su vida que compartió con Diego, en la que parió a sus dos hijas y ahí quedó su condición de madre: en parir nomás. Semejante evento, que para cualquier mujer hubiera sido de suma importancia, para ella no es otra cosa que el recuerdo de una época en la que, su rutina de exclusividad, estuvo un tanto reducida por el qué dirán. Pero incluso esta limitación, fue concretada a ciertos momentos, pues ella jamás se acomodó a compartir su tiempo con nadie, como tampoco puso el menor empeño en cambiar sus costumbres de toda la vida por atender a sus dos retoños. En cualquier caso, después de nacer Luisa, tras el divorcio, volvió a ser en toda su plenitud, la misma mujer disipada que fue siempre; con la salvedad que ahora, además de individualista y ególatra, también se hizo resentida.

Abiertamente culpa a Diego por la presencia de las dos muchachas, que apenas siente ligadas a ella, sino más bien ajenas a su vida. Como también de haber coartado su libertad dejando a las niñas a su cuidado, acusándolo de semejante "delito" ante quien se tercie. Pero quienes la conocen, saben que esto no es más que un pretexto, fruto de su berrinche de mujer abandonada, para salirse con la suya. Saben que su ex esposo –a pesar de los muchos defectos que ella le quiera achacar y de todo lo que le pueda echar en cara–, siempre se ocupó de Valentina y Luisa y fue un padre excelente para ambas. Incluso se las llevó a vivir con él e Irene durante un tiempo; hasta que Fernanda descubrió que las niñas eran una baza importante, si deseaba lograr que él volviera a su lado, y las reclamó para que vivieran con ella.

En un principio su capricho –que ni siquiera fue deseo o necesidad– era recuperar al hombre, apenas un niño, con el que se había casado. No pensó en tener su amor de nuevo ni reconquistarlo porque le estaba haciendo falta. Demasiado bien sabía ella, que el amor de Diego no lo tuvo jamás, y en lo material, ni él ni su plata le fueron nunca indispensables. Pero lo que sí deseó siempre recobrar, fue el prestigio y el crédito que le daba ser la esposa de un Álvarez de Arauca; más aún, de "ese" Álvarez de Arauca. Y pensó que en esto las niñas iban a suponer una ayuda incalculable, ya que ella se iba a encargar de educarlas en la idea de presionar a Diego, hasta que a él no le quedara más remedio que regresar a su lado. Obviamente, se olvidó de algo importante: en el tiempo que compartieron, durante su corto matrimonio, ella no se tomó el trabajo de conocer al hombre con el que se había casado, en cuyo caso, jamás habría soñado siquiera con la posibilidad de manejar a Diego a su antojo. Sin embargo, lo peor para Fernanda fue haber dejado que, lo que comenzó siendo una especie de venganza, por haber sido atada por sus padres con un mal matrimonio para luego ser abandonada por un esposo que nunca fue, terminara convirtiéndose en una obsesión enfermiza para ella; al punto de vivir solamente para lastimar a Diego y atormentarlo en todas las formas posibles. Gracias a Dios él, hombre práctico y experimentado, se había dedicado a proceder con sensatez, sin prestarle mayor atención a los manejos de su ex mujer, pero de no haber sido este su proceder, seguramente habría logrado su propósito de arruinarle el paso por este mundo, sin el menor remordimiento.

En los planes de Fernanda la prioridad primera fue embaucar a Luisa, a quien siempre creyó la consentida de su papá. Por alguna razón pensó que la pequeña iba a ser más flexible que Valentina, pero se equivocó de medio a medio. Al parecer tampoco se había tomado la molestia de conocer a sus propias hijas, pues Luisa, tan rebelde como su padre, jamás quiso oír hablar de sus intrigas y se negó rotundamente a ser manipulada por su madre. Así las cosas, no le quedó otro remedio que echar mano de Valentina, no porque la conociera mejor que a su hermana, sino porque, en un momento de lucidez, se dio cuenta de que ella sí tenía el corazón blando y maleable. Precisamente ahí, en ese corazón sin protección, iba a sembrar ella la cizaña con la que enredar a Diego, para hacerle la vida un ocho.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now