2. CAMPECHE (México)

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CAMPECHE (Península de Yucatán, Golfo de México)

Daniel está de pie en el despacho de su casa, en Campeche, con una carpeta de documentos en la mano y un amago de sonrisa en los labios. Observa desde el ventanal como los niños juegan en la arena y algunas parejas pasean por la orilla, llegan a una punta de la cala y regresan por el mismo camino hasta el lado contrario de la pequeña playa de arenas blancas.

A primera hora había llamado a su despacho en la sede de La Naviera, para informar a su secretaria que no iría en todo el día. Andrea no ha pasado muy buena noche y no quiere dejarla sola en su estado. Sobre todo después de la discusión que tuvieron la tarde anterior, por la que dejaron de hablarse hasta bien entrada la madrugada.

Daniel es un hombre alto, moreno y guapo; muy guapo. Es apenas cuatro años más joven que Diego, parecidos tanto en su aspecto físico como en el carácter. Incluso le empiezan a asomar las primeras canas como pintadas en la sien. Esos cabellos grises que él tanto temía lo fueran a envejecer y, como solía decir, sacarlo de la circulación, ahora resulta que lo hacen más interesante a los ojos de las damas. Y la prueba la tiene en su hermano mayor. Para él parece que no vayan a terminar nunca las aventuras femeninas. Sonríe al pensar en Diego frente a aquella nueva conquista de la que le habló. Pero al instante se torna serio. De nuevo le viene a la mente su disputa con Andrea. ¿Será verdad que ella tiene razón y su mala conciencia hace que se sienta culpable?

No recuerda exactamente cuál fue el motivo, aunque intuye qué hay detrás de tanto recelo y ahora incluso entiende qué se esconde tras el malestar de su esposa. La tarde anterior, al igual que otras muchas, su trabajo en La Naviera lo había tenido tan absorbido que no se dio cuenta de la hora. Al llegar a casa no encontró a Andrea esperándolo en la sala como era su costumbre. La llamó repetidas veces, pero fue la Luz, la sirvienta, quien le salió al paso.

–Buenas tardes, señor –saludó la mujer, al tiempo que le recibía la cartera y el saco–. Bienvenido.

–Buenas tardes, Luz. ¿Sabe dónde está mi esposa?

–La señora está en su recámara –le informó–. No se sentía bien y fue a recostarse un poco.

–Gracias Luz.

–¿Desea algo más?

–No. Vaya y siga con sus cosas. Si la necesito yo la busco.

Como había dicho Luz, Andrea estaba en la cama. Por un momento pensó que dormía, pero al acercarse para darle un beso, ella abrió los ojos y lo miró desafiante.

–¿Vienes a ver como estoy, porque realmente te interesa o solo necesitas limpiar tu conciencia?

–¿Y ahora qué es lo que pasa, mi amor? ¿Vas a volver de nuevo con la misma vaina? –Daniel se quitó la corbata con gesto cansado, sin dejar de mirarla–. Llego de La Naviera en este momento y te aseguro que no tengo ganas de discutir contigo.

–Tú siempre vienes de La Naviera. Tu trabajo en ese despacho es lo más importante. Sabes que no me siento bien, que este embarazo me tiene postrada en la cama, pero tu trabajo es lo único que te interesa. Parece que no te importara nuestro hijo.

Andrea no grita, lo que hace que se sienta más culpable todavía. Como si la dulzura con la que ella le habla le diera toda la razón, y él, realmente, hubiera estado haciendo algo indebido.

–¿Tú cómo vas a decir que no me importa nuestro hijo?

–Pues es eso lo que me vienes demostrando con tu comportamiento.

–No digas más bobadas, Andrea. Sabes que estoy feliz...

–¡Sí, cómo no! ¡Feliz! –replicó burlona–. Pero lo que veo es que yo me paso el día sola, reposando para llevar a buen fin nuestra ilusión, mientras tú estás en la calle. ¿Haciendo qué?

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now