141. Quisiera pedirle a Dios...

12 2 0
                                    

Los dos últimos días han sido demenciales en La Casona Álvarez de Arauca. La llegada de los demás invitados desde argentina; familiares y amigos de los Bordonaba; Mónica Cubillas y los antiguos compañeros de Marina en el Ministerio. Todos son debidamente atendidos. Excepto los Muir, y los abuelos de Sofía –llegados desde Campeche, invitados al matrimonio por Rosalía–, que se quedan en el consulado con los Maldonado, todos los demás ya fueron ubicados con la ayuda de los muchachos en sus respectivos hoteles, en las suites reservadas por la familia para la ocasión. Rosalía y Marcela organizaron con todo lujo la comida de bienvenida que les dieron la noche pasada, así como el desplazamiento de todos ellos el día del evento.

Hoy, 23 de septiembre, víspera del esperado acontecimiento, la casa dio la impresión de ser un caos, sin embargo, cada cosa está en su lugar y cada cual conoce a la perfección lo que tiene que hacer. Los empleados de la empresa contratada para engalanar los jardines y organizar las mesas, dentro y fuera de las carpas que se levantaron en distintos lugares, van y vienen dirigidos por su jefe sin dar un paso fuera de su ruta. Las floristas, colocando los ramos que trajeron ya listos desde la plantación de doña Eugenia en la hacienda. Los cocineros y meseros del catering tomaron posesión de la cocina y Hortensia los mira hacer, pendiente de que no le vayan a estropear nada, sin resignarse a estar de brazos cruzados mientras los intrusos manosean los utensilios que ella considera propios. Juana, con Lida y Marta, que viajaron desde "Los Límites" para colaborar en lo que fuera preciso y se ocupan del cuidado y aseo de los invitados; junto con tres empleadas transitorias que llegaron unos días antes contratadas por la Nana, para cubrir las necesidades de la casa. Y los más ocupados y nerviosos: los hombres de seguridad de La Naviera, que parecen haber invadido la propiedad poniéndola en estado de sitio. Se les ve pasear de un lado a otro, tiesos e inexpresivos, en silencio y sin molestar; cuidando de que nadie, sin el permiso correspondiente, traspase las verjas de la propiedad o se adentre sin autorización en el lugar que no le corresponde.

Rosalía, Marcela e Irene, cumpliendo las órdenes del abuelo, no paran un minuto. Se ocupan de organizar sobre el papel, la ruta y los movimientos de cada uno para el día señalado; asunto bastante complicado, teniendo en cuenta que todo debe llevarse en el mayor de los secretos, hasta un momento antes de salir de la casa o los hoteles donde se alojan los invitados. Por eso es necesario reunir, a última hora del día, a los conductores de los distintos vehículos y darles entonces las instrucciones pertinentes. Ya en la mañana apuraron a los muchachos para que de una buena vez hagan la última prueba de vestuario, en los cuartos dispuestos para los modistos, peluqueros y maquilladores, y más tarde los mandaron a hacer algunas vueltas en la ciudad. (Diego sonríe pensando que los botaron sin miramientos, para que no estorben demasiado y dejen trabajar a los profesionales). Doña Eugenia, con doña María y la Nana, ven que todo quede a su gusto y se mueven nerviosas de acá para allá, dando el visto bueno al trabajo que queda concluido.

Entre tal movimiento, Marina encontró un hueco en la biblioteca –que por el momento parece ser el único lugar en el que se puede respirar un poco de paz–, para hablar un rato a solas con su papá. Don Ernesto ha estado en los últimos días bastante ocupado, recorriendo Santa Marta con su mamá y los primos, como si en esos pocos días pretendiera conocer toda la ciudad y sus alrededores. Además, por lo que pudo deducir, también estuvo acompañando a Diego en su aventura con la compra de la hacienda "Los Límites", que en adelante va a ser el hogar de ambos.

–Vení. Sentáte acá –le pide cariñosa, llamándolo a su lado en el sofá–. No imaginás como te voy a extrañar.

–También yo a vos, chiquilina. –Don Ernesto toma su mano emocionado–. Bah. Lo único que me interesa en esta vida es que vos seas feliz.

–Lo soy, papá.

–Y bien. Si es así, me voy a bancar que estés lejos de nosotros, por tu bien.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now