LA PLATA
En el camino de vuelta a La feliz, todavía les queda una gestión que llevar a cabo por orden de don Sebastián, y saben que para el viejo esto es sumamente importante. De ahí que hagan una corta escala en La Plata y se presenten por sorpresa en la mansión de los Steiner. La idea es llegar hasta ellos sin previo aviso. El objetivo es que no tengan la posibilidad de impedirles la entrada a lo que, por los informes que les entregó Nadia antes de emprender el paseo,consideran su sacrosanto lugar. No obstante, los primeros sorprendidos fueron ellos, ya que no imaginaron que se iban a encontrar de nuevo con Víctor¿Alemán?, a quien recién en la mañana habían dejado ante las puertas de la comisaría octava en Mar del Plata. Pero allá está, esperando en el jardín de la casa como si hubiera presentido la aparición de la pareja en sus dominios.
Lo que Víctor Steiner parece no haber adivinado todavía, ni siquiera tras la pelea que tuvo con ella en la mañana, es que Marcela Luján no es de las que se retraen ante el primer inconveniente y tampoco con el segundo. Si se detuvo en La Plata, luego del día agotador que pasaron en Capital, fue con la única intención de concretar el encuentro que el abuelo Sebastián quiere tener con la familia; el día de mañana a más tardar, dijo. Y eso es exactamente lo que va a conseguir, a pesar y con el pesar de Víctor. La mujer cree conocerlo lo suficiente; al menos tanto como para saber que, armando un pequeño escándalo, va a poder sacárselo de encima. Él también debería conocerla a ella, aunque no más fuera por las muchas veces que la vio dar la cara por defender a su amiga. Obviando la discusión de aquel mismo día en comisaría, Steiner no tendría que haber olvidado todas las ocasiones en las que ellos se enfrentaron con anterioridad. Sobre todo aquella en la que, esta misma mujer que tiene delante, mirándolo a los ojos, desafiante, lo empujó con malos modos dentro de la caja del ascensor, completamente desnudo. Ella misma se lo ha recordado unas horas antes, de modo que tendría que saber que no va a tener el menor reparo en agarrarse a golpes con él dondequiera que estén.
–¡Epa, Víctor! –lo saluda la mujer, divertida– Que placer verte de nuevo.
–¿Qué hacen acá?
–Eso mismo me pregunto yo. ¿Vos no tuviste suficiente con lo que pasó el día de hoy? –Marcela le ofrece una sonrisa irónica y la mano lista para agredir de nuevo–. ¿En serio querés más?
–Ustedes están invadiendo mi propiedad.
–¿En serio? –Mientras habla mira alrededor con un mohín discordante–. ¿Estás seguro de que esto sigue siendo tu propiedad?
–Es mi propiedad y también mi privacidad –se defiende el hombre con su mejor argumento, procurando mantener ante ellos una sonrisa cínica, tratando de convencerlos de que se encuentran en inferioridad y en su terreno–. Si no se mandan mudar de acá voy a tener que llamar a seguridad.
–Dale, sorete, llamá a quien te dé la gana. –Marcela no grita y con un gesto de la mano lo anima a hacer su llamada sin el menor temor–. Pero va a ser al pedo, ¿viste? Porque acá no vinimos a verte la jeta a vos, sino a tratar el tema con tu papá, a quien no dudo que le va a interesar mucho nuestra propuesta.