32. CAMPECHE

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El avión llegó puntual y a las diez de la noche ya están en la casa. Aunque, ni la puntualidad del vuelo ni la tranquilidad de estar en su hogar, les cambia el mal humor que han mantenido durante todo el viaje. Se miran el uno al otro con gesto huraño; se hablan lo imprescindible y saben que, lo que han de vivir de ahí en adelante, será un incesante tira y afloja del que no se van a librar hasta que ambos den su brazo a torcer.

Luz los ha recibido, feliz de su regreso. Tiene preparada una cena rápida, que les sirve antes de ir a descansar, contenta de dejarlos solos porque no ve nada bueno en el semblante que traen. Sabe que se avecinan tiempos difíciles para el matrimonio. ¿Por qué, Señor, si hacen una pareja tan bonita?

Daniel y Andrea terminaron de cenar, pero aún permanecen sentados a la mesa; en silencio, sin mirarse siquiera, como si no supieran qué hacer a continuación. Es obvio que van a tener que dormir en la misma cama, pues ninguno de los dos le pidió a Luz que preparase otro cuarto. Sin embargo, saben que ese no es el problema. Igualmente compartieron habitación en Santa Marta y nada sucedió entre ellos. El problema, el verdadero problema, es la ira que ambos sienten, que va a tener que explotar por algún lado, antes de que a sus vidas llegue de nuevo la paz; una paz que, desgraciadamente, encuentran demasiado lejana todavía. Ninguno parece estar dispuesto a pactar una tregua.

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A cualquiera que se le pregunte en Santa Marta, o en cualquier lugar de Colombia en el que sea conocida la familia Garza del Castillo, dirá que Andrea es una mujer caprichosa. Que siempre fue una niña consentida, de la alta sociedad samaria, que en todo momento tuvo a su alcance cuanto pudiera apetecer y todo para ella carece de importancia.

¿Pechichona yo? –se preguntó muchas veces en su vida, a sabiendas de que esos son los chismes que corren sobre ella entre sus conocidos.

Pues sí. Quizás estuvo demasiado consentida. Pero ¿malcriada? Eso no lo fue nunca. Andrea sabe muy bien donde está parada; lo que tiene que dar y esperar de la vida y de la gente que la rodea. Si hay una cosa que tiene segura, a estas alturas de su vida, es que, haberse casado con Daniel Álvarez de Arauca, no fue ningún capricho, como mil veces sus amigas le echaron en cara. Su matrimonio fue la consecución de uno de sus mayores deseos, del que se siente plenamente orgullosa. Claro que no desconoce cómo fueron las cosas ni olvida que, en algún momento, no estuvo tan segura de sus sentimientos y dudó de su amor por el que ahora es su esposo. Pero eso fue en aquel tiempo en que creyó estar enamorada, del mayor de los Álvarez de Arauca, y no sabía para que lado tomar. Ahora sabe que aquello fueron titubeos propios de la juventud, cuando uno no sabe si lo que le conviene es esto o aquello. Cuando tiene que decidir entre tomar lo que le dan, o luchar para conseguir lo que quiere con esfuerzo.

En cualquier caso, la duda no fue tan grande ni duró tanto como para dejarla preocupada. La prueba de que a quien amaba realmente era a Daniel y no a Diego, la tuvo al conocer el rumor que se corrió por toda la ciudad, sobre la ya planificada unión del que ahora es su cuñado, con Fernanda Valdés; amiga suya y única heredera de una de las mayores fortunas del país. Al enterarse Andrea no se sintió defraudada ni ofendida. Tampoco se planteo la necesidad de sacar las armas y pelear por el mayor de los hijos de la familia. Era Daniel quien le hacía la corte y al que ella rechazaba por puro juego. Fue él quien (no sabe si inducido por su padre o por voluntad propia) le pidió matrimonio poco tiempo después; ofrecimiento que ella aceptó sin dudarlo siquiera. Y como resulta que, a Andrea –y eso lo sabe muy bien–, nadie le impuso forzosamente esta relación, por unir el poder de su propia familia al de los Álvarez de Arauca, siempre estuvo segura de que lo suyo era verdadero amor.

Hoy en día, tras cinco años de noviazgo y diez de matrimonio, Andrea Garza del Castillo, está preparada para cualquier cosa, pero sobre todo, para enfrentarse a lo que Daniel y el destino le quieran poner por delante. Lo ama, no como el primer día, sino mucho más allá de lo que marcan las reglas del buen gusto. Por él está dispuesta a todo: a dejarse humillar si es él quien la humilla; a permitir que la vean como una mujer mañosa y atrevida, capaz de usar engaños y artificios con tal de lograr sus metas. Incluso está dispuesta a tolerar que la insulten del modo que sea; por eso no se va a sentir rebajada ni va a perder su valía, aunque los demás así lo crean. Sin embargo, hay una única cosa que no va a tolerar ni ahora ni después: jamás dejará que nadie sienta el más mínimo asomo de lástima por ella. Tampoco va a permitir que vean las cartas con lasque juega, de modo que, quien se le quiera enfrentar va a tener que hacerlo a oscuras,sin conocer sus verdaderas intenciones. Ella jamás dará su brazo a torcer. No soltará una sola lágrima ante nadie ni rogará para conseguir su propósito. Andrea conoce perfectamente el juego y sabe cómo jugarlo, por lo que, no le cabe duda, va a ser quien gane la partida. Solamente necesita un poco de tiempo para ocupar su lugar en el tablero. Si a ella jamás le interesó la fortuna delos Álvarez de Arauca, tan solo Daniel, ¿cómo pretenden que se lo vaya a dejar quitar así nomás? 

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now