89. En la Facultad

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Quizás fuera culpa de la casualidad o quizás fue el destino. Cualquiera de los dos se ha portado bien con ella últimamente; mucho mejor de lo que nunca esperó de la vida.

La realidad es que Marcela Luján siempre anduvo sola. Fue hija única, sobrina única y nieta única. Sus papás murieron siendo todavía una adolescente y con ellos se extinguió su familia de sangre. Lo que tiene ahora, sea poco o mucho, le pertenece únicamente a ella. En lo material, lo poco que logró lo obtuvo con enorme esfuerzo; en lo afectivo, lo que permanece se lo ganó de mano. Durante mucho tiempo estuvo sola y no solamente cuando quiso estarlo, cuando no quiso también. Unas veces estando rodeada de gente y otras sin nadie alrededor, siempre sola. Por eso, por pura experiencia, reconoce que, de no haber sido por su carácter y su fuerza de voluntad, en infinitas ocasiones se hubiera venido abajo. Pero no. Ahí está; ahí sigue y ahí va a seguir estando. Sin hacerle reclamos a la vida o al destino, porque ella nunca se queja por lo que la vida le da o le quita, muy al contrario, siempre se siente agradecida.

Nadie mejor que Marcela sabe cuántos y cuáles fueron los momentos amargos, muchos de ellos debidos precisamente a eso, a la particularidad de su forma de ser abierta, franca y directa; siempre de frente. Pero obviamente, los buenos, los más dulces y reconfortantes, pagan con creces aquellos que la quebraron. Por eso no se arrepiente de nada, ni de lo que hizo, ni de lo que la vida le hizo a ella. Todo lo que tiene en su cuenta está en azul. De todo aprendió y tomó fuerzas para crecer y para crecerse. Y bueno. Si acaso de algo se arrepiente, es de no haber sacado tiempo para hacer muchas de las cosas que a su edad le hubiera gustado hacer. Pero ya pasó. Fue. Es otro tiempo.

Bastante penoso fue haber tenido que separarse de Ariel Bordonaba, dispuesta incluso a perder su amistad –lo más sagrado que le quedó de él–, para no continuar con una relación que no iba para ningún lado. Ya no lo amaba y no podía seguir siendo su pareja, cuando las cosas que en un tiempo los unieron empezaron a desunirlos. Pero su amistad no la quería perder por nada del mundo. Por conservar su afecto luchó con todas sus fuerzas; aún a costa de tener que soportar en sus ojos el dolor que ella misma le estaba causando.

¿Y qué decir de los momentos difíciles al lado de Marina? El peor de todos: cuando su amiga descubrió, casualmente, al tarado de Víctor Alemán –con quien planeaba casarse en una semana–, en su propia cama con otra mina. Lo otro que supo después..., la conspiración que el tipo había tramado en su contra, no fue nada al lado de aquel desastre que provocó el hundimiento de su mejor y única amiga. ¿Cuántas veces lo había recordado, muerta de risa por lo cómico de la situación, con el tipo en bolas en el ascensor, mientras su vecina Juliana y ella misma, le gritaban de todo y nada lindo? Tan solo evocar el dolor de Marina, destruida por la traición, hace que se sienta mal. En cambio, por el badulaque no se le movió un pelo.

Pero aquel episodio trajo sus consecuencias, todas ellas nefastas para Marcela. Marina, refugiada en Pinamar al lado de sus padres; Ariel yendo y viniendo de la costa a Buenos Aires. Todo cambió entonces. Ellos se fueron de su vida y ella quedó nuevamente sola; sola y segura de haber perdido el amor de sus dos mejores amigos.

Por aquel tiempo pensó que su vida había quedado reducida a laburar, comer y respirar para seguir latiendo. Y realmente, eso era lo que hacía por pura costumbre. En aquellos meses, a pesar de su carácter luchador, Marcela creyó tenerlo todo en contra, incluso el destino. No obstante, su idiosincrasia, siempre combativa ante los grandes conflictos que se le ofrecían de frente o de lado, no le permitió apocarse ni perder la batalla que la mantenía luchando a brazo partido con la vida. Un buen día se dio cuenta de que Buenos Aires la estaba saturando y no quedaba espacio para ella. Su deber entonces –el que se marcó como meta–, fue buscar nuevos horizontes, indagar en otros lugares, respirar otros aires, así no fueran tan "buenos" como los que publicitaba su ciudad. Sin embargo, ¿qué podía hacer? ¿Adónde podía ir alguien como ella, sin afectos cercanos? Aunque igual no era tan difícil –se dijo–. Lo primordial estaba en hacerse nuevamente amiga del destino y jugar de su lado, dejando en aquellos pagos los miedos, unidos a los reparos que hasta entonces se había puesto a sí misma. Tenía que salir a buscar lo que estaba extrañando.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now