98. MAR DEL PLATA

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En el despacho de la Naviera están Daniel y Diego con Rosalía. No es habitual que ella visite la empresa, pero esta es una ocasión que lo amerita. En cuanto llegue Marina, saldrán para el aeropuerto a esperar el vuelo que trae a Javier procedente de Colombia, y no ve la hora de abrazar a su hijo chiquito que viene lleno de problemas. Mientras aguardan, la charla de sus hermanos le calma el hormigueo y la preocupación que siente.

Daniel y Rosalía se sonríen mirando al mayor, que parece encontrarse ausente del despacho, perdido en sus cosas. Y es cierto. Diego anda perdido pensando en Marina, como cada vez que lo ven alejarse de la realidad. Sobre todo piensa en todos los cambios habidos en su vida desde que la tiene a ella. Esto, lejos de asustarlo como debiera, hace que se sienta tan dichoso que se imagina paseando encima de una nube. Pero no es para menos. Con los cambios en su conducta, que antes de ella fue siempre versátil e inestable, esta actitud de ahora ante lo cotidiano, esta agitación que nunca antes había sentido por una mujer; pensar en todos estos sentimientos que siempre le fueron ajenos, hacen que comprenda hasta que punto estuvo perdida su vida sin tener a su lado a una mujer como ella. Pero no a cualquier mujer, por más que se le parezca, sino a ella; a Marina. Y sin embargo, si alguien le hubiera dicho hace seis meses que algo así le iba a suceder, se habría reído en su cara. En esta locura anda y ya no le teme al futuro.

–Entonces, ¿qué hacemos con él? –bromea Rosalía mirando a Daniel.

–¡No, pues que flojera! Nos va a tocar subir a rescatarlo –responde él riendo, pasando la mano ante los ojos de su hermano que reacciona al verlo.

–¿Qué paso?

–¿Estás aquí? ¿Oíste lo que dijimos?

–No.

–Por eso nos preguntamos que donde andabas. No oyes lo que hablamos.

–Me disculpáis, pero tengo que hacer una llamada –Diego les ofrece una sonrisa embobada, al tiempo que levanta el teléfono de su mesa–. Un segundo y os atiendo.

–Cógela suave, mijito.

–Ya deja la guachafita, Daniel –replica severo–. Que mamera contigo.

–¡Ve este! Si me vas a pegar, no me regañes, ¿no?

–¿Puedo llamar entonces?

–Claro, mijo, llame. Llame nomás –se burla Daniel, seguro de saber qué va a hacer su hermano–. Fresco que acá lo esperamos.

Diego, volviendo a la sonrisa complaciente que lucía un momento antes, se comunica con su gente de seguridad en la planta baja, para pedirles que le pasen el aviso en cuanto vean que Marina se dirige al ascensor. Luego trata de prestar atención a sus hermanos, que esperaron pacientes a que diera la orden.

–Ajá, ¿y qué? –dice, recostado en su sillón–. ¿De qué era que hablaban?

–Rosalía me comentaba recién que no debemos salir a recibir a los Muir nosotros solos –Daniel mira distraído la pluma que hace girar entre los dedos–. Ella cree que lo correcto sería ir con las mujeres.

–¿A qué mujeres te refieres, Rosalía? –Diego observa a su hermana, consciente de que ella no da puntada sin hilo–. ¿Tú quieres decir que le armemos la parranda, nada más bajen del avión? Pero no te olvides que ellos vienen en viaje de novios. Yo no creo que a la esposa le vaya a gustar.

–¡Ay, Diego! No seas bobo, ¿quieres? Tú ya me entiendes.

–Sí, yo sé –ríe por el regaño–. Tú lo que quieres decir es que vayamos a recibirlos con Andrea y Marina.

–Aja.

–Pero ¿te parece?

–A mí sí me parece.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now