11. CAMPECHE

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Los problemas entre Daniel y Andrea, lejos de solucionarse, se han ido agravando por momentos. Ella está cada día más irascible y él no soporta por más tiempo vivir en una discusión permanente que cada vez le resulta más tediosa. Ya no se trata solo de aguantar el mal humor de su esposa sino que, en los últimos días, incluso se comporta de forma violenta; nunca antes la vio tan agresiva. ¿Pero qué puede hacer él, solo en aquella ciudad, sin nadie que le tienda la mano con Andrea? Podría pedirle a Lidia. Ellas se conocen y no parece que sean enemigas, si bien, eso puede ser una locura que, a la postre, solamente lograría poner peor a Andrea. Si su esposa no acierta a sentirse cómoda con las amistades que ella misma cultivó en aquel país, mucho menos lo estaría con una mujer que él ha introducido en sus vidas.

Durante la última visita a su tocólogo, mientras ella se vestía en la sala de al lado, Daniel comentó con él lo que le está sucediendo. Pero lejos de encontrar apoyo, acabó sintiéndose peor, si es que eso era posible. El médico le dijo que tiene que entenderla –y él la entiende–; que tiene que consentirla –y él la consiente–; que debe ponerse en su lugar –eso no puede, aunque lo intenta todos los días–; que comprenda que es una mujer muy activa y ahora se ve abocada al ocio sin desearlo –y él comprende–; que todo lo hace por el bebé para llevar a buen término el embarazo. Y a él, ¿quién lo comprende, lo entiende y lo mima?, ¿quién se pone en su lugar?

Se siente tan desesperado que esta mañana ha llamado a Santa Marta para hablar con su hermana, pensando que quizás ella pueda aconsejarle qué hacer. Pero como Rosalía no se encontraba en la casa, ha volcado todo su dolor en su Nana, que fue quien atendió el teléfono. La Nana le ha dicho que tenga paciencia, que sea juicioso, pero Daniel ya no sabe qué es para los demás tener paciencia y ser juicioso. Esas dos palabras ya no tienen el mismo significado que hace unos meses, cuando las cosas estaban bien entre ellos dos, cuando concibieron al bebe; cuando eran felices a toda hora.

Y como, obviamente, la Nana se ha inquietado con su problema al escucharlo tan abatido, se lo ha contado a su mamá que, sin pérdida de tiempo, lo ha llamado al celular un rato después.

–¿Qué es lo que está pasando, Daniel? –ha preguntado directamente Eugenia–. La Nana está que no respira desde que habló contigo.

–Nada, mamá. Problemas de pareja.

–Sí, mijo. Yo entiendo. Pero deben de ser extremadamente graves, cuando te animaste a llamar a la casa. Cuéntame, mi amor, para que yo trate de ayudarte en lo que pueda.

–Son cosas del embarazo. Más nada.

–¿Andrea no se siente bien?

–No, mamá. Andrea no está bien. El embarazo está siendo complicado y ella lo complica todavía más. Está insoportable.

–Te entiendo, mijo. Pero tienes que aguantar ahí, a su lado, como su esposo que eres. Fíjate que las mujeres nos ponemos como raras en esos meses, ¿me oyes? Recuerda como se sentía Rosalía.

–Nada que ver con Andrea –le explica abatido–. Mi mujer se encuentra en un nivel de excitación que supera todos los límites. Yo me temo que eso va a terminar causándole algún daño al bebé.

–Me estás asustando, Daniel.

–Yo ya lo estoy, mamá.

–Fresco, mijo. No te preocupes, que yo voy a hablar con tu papá y se vienen para acá de inmediato.

–Ahora no podemos.

–¿Su médico le ha prohibido que viaje?

–No exactamente. Pero tú sabes que ninguna aerolínea va a aceptar que viajemos con ellos a esta altura de la gestación. Después de los seis meses no está permitido.

La Peor de Mis LocurasWhere stories live. Discover now