27. Un hogar - Cassie

185 44 18
                                    

Cassie - Philadelphia
Fábrica, Dic 18:00pm

Tras la llegada de Micah, ambos hermanos comienzan a hablar y siento que no pinto nada entre ellos; pero tampoco quiero volver con Byron, aunque ya se me haya pasado un poco el enfado que traía con él. Sigo sin estar de acuerdo sobre la decisión que ha tomado, pero al menos ahora, gracias a Abel, entiendo por qué lo ha hecho. Así que no encuentro nada mejor en lo que pasar el tiempo que haciéndole compañía a Caleb en la chatarrería. No soy de gran utilidad ya que no puedo levantar grandes objetos pesados, pero me entretengo escarbando entre las pilas de aquellos que son más pequeños, escuchando constantemente las advertencias de Caleb de que no me corte con ninguna superficie afilada ni oxidada. Y, la verdad, prefiero escucharle decirme eso a que me pregunte por qué motivo prefiero estar con él ahí en vez de con Byron. Sabe que estamos enfadados, aunque no quiera meterse en la discusión.

— Mira Cassie – me dice de pronto, haciéndome levantar la cabeza de un montón de tuercas con las cuales me entretenía colocándolas como si fueran pétalos de una flor.

Tiene algo en las manos. Cuando se acerca a mí, lo distingo mejor. Es un monopatín. La tabla es negra por arriba, de textura rasposa para evitar que los pies se resbalen, y por debajo tiene el dibujo de un diablo en varios colores. Caleb la hace rodar sobre una superficie de chapa. Los rodamientos parecen desgastados, pues se atascan a medio girar, y el muchacho hace una mueca.

— Mmm... — comenta, entristecido. — Lástima. Siempre quise aprender a hacer skate.

— ¿Y por qué no aprendiste?

Caleb se encoge de hombros.

— Mi padre me dejaba usar su coche, así que no es que fuera de vida o muerte. Pero a las chicas les parecía guay.

Miro el skate, y yo también hago una mueca. En alguna excursión que hicimos con el Orfanato a la ciudad vi a algunos chicos subidos en esos skates rodando por las aceras o las calles entre los coches, y la verdad que no me parecía seguro, ni mucho menos guay.

— Seguro que ahora vas más rápido corriendo que subido en esa cosa – le digo, señalándolo.

Caleb vuelve a encogerse de hombros y lanza la tabla de skate a varios metros de distancia, sobre otra pila de chatarra, deduzco que aquella que ya ha revisado y descartado. Continúo colocando las tuercas hasta que me quedo sin ninguna, dejando el penúltimo pétalo a medio hacer. Rebusco por debajo de la chatarra tratando de encontrar más. Pego la cara al suelo terroso para mirar por debajo de una plancha de contrachapado y distingo algo plateado. Sin pensarlo mucho, meto la mano por debajo y estiro el brazo para tratar de tomarlo con la mano. Noto como lo alcanzo con la punta de los dedos, y trato de atraerlo estirándolo dándole pequeños toquecitos. Parece plano y liso, como si fuera una moneda o una ficha de las que hay en los casinos. Finalmente, logro asirlo entre los dedos índice y corazón, y saco el brazo de debajo del montón antes de que se me caiga encima y me lo ampute. Me incorporo y me sacudo el polvo del abrigo antes de contemplar mi adquisición: efectivamente, no era gran cosa.

— ¿Has encontrado algo? — me pregunta Caleb, que ha debido ser testigo de mi lucha por conseguir tan asqueroso tesoro.

— Una chapa vieja – le confieso, enseñándolesela. Es redonda y con un agujero arriba, como si hubiera colgado de alguna cadena en el pasado. Si en algún momento había algo grabado o pintado en ella, hace tiempo que se borró. — ¿Y tú? — le pregunto, deseando que su búsqueda haya sido más fructífera. No estaría mal que hubiera encontrado otra radio, ya que, según parece, Nee y Nevi rompieron la que teníamos.

Caleb me muestra entonces otro objeto plateado, redondo y brillante que refleja los últimos retazos que quedan del sol de invierno.

— Un timbre de bicicleta – anuncia.

HUNTERS ~ vol.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora