2. Un tercer punto de vista I - Sophie

156 30 25
                                    

Sophie - Philadelphia
Apartamento en el centro, 9:30am

Miro el reflejo de mi cuello, donde las marcas rojas todavía no han terminado de desaparecer, por mucha crema de rosa mosqueta que me ponga. Supongo que mi piel está más acostumbrada a recibir tratamientos de láser de diodo y rayos de luz ultravioleta que estrangulamientos y asfixia. Dejo el espejo de mano sobre el taburete y suspiro.

El olor a frutas y el vaho inunda el amplio baño de mi nuevo apartamento. Muevo un poco las piernas para acomodarme un poco mejor dentro de la bañera, y el movimiento me devuelve a cambio un suave chapoteo del agua jabonosa. Soplo las burbujas de mi mano y estas van a posarse sobre la espuma de mis rodillas que sobresalen como dos pequeños islotes. Alargo la mano y tomo la copa de vino que reposa sobre un pequeño taburete junto al borde de la bañera y doy un sorbo. Pero ni siquiera el buen vino de papá logra apartarme ese pequeño y entrometido pensamiento que no abandona mi cabeza desde ayer, junto con las voces de esos dos: "No puedes elegir tus presas", "Solo te interesan vampiros guapos" "Mi mi mi mi mi"... Sus voces suenan demasiado agudas y chillonas en mi cabeza, producto de la sorna con la que las recreo.

No es culpa mía si ellos se entregan en cuerpo y alma a esa causa. Para mí, hay algo más en la vida: Calidad. Autoestima. Y no está mal mirar por uno mismo, para variar.

Ha pasado un día y no ha habido noticias nuevas sobre la vampira que amenazó a Byron en el club. Él ha dejado muy claro que nadie irá a ver a la Negociadora para intentar conseguir algo más de información, pero se está quedando sin recursos y sin bocas para preguntar. Tampoco es que yo pueda ser de mucha utilidad porque no conozco a casi nadie del gremio; tan solo un par de nombres que maman me mencionó en su día pero que, sinceramente, tampoco me he molestado demasiado en buscar una vez llegué a América: eran... Mary... No, Mindy... ¿Maisy? Y un tal John... ¿o James? Nombres muy comunes, es fácil olvidarse de ellos.

Mi teléfono móvil vibra en ese momento sobre el taburete. No me doy demasiada prisa por tragar y dejar la copa junto a él, porque probablemente se trate de la misma persona que me llama cada tres o cuatro días para decirme lo mismo, y no estoy del mejor humor para volver a enfrentarme a papá.

Sin embargo, me sorprende encontrarme con un número de teléfono que no tengo guardado en la agenda. Me seco la mano de espuma con la toalla que cuelga de la pared, tomo el aparato y conecto el manos libres:

—¿Aló?

—¿Sophie? — La voz al otro lado del teléfono suena conocida, pero no es hasta que se identifica que no la ubico. Y escucharla me sorprende gratamente. — Soy Micah.

****

Fábrica, 11:00am

Ya es la tercera o cuarta vez que vengo a este lugar horrendo y sigue sorprendiéndome lo feo y descuidado que es. Antes de salir del coche, me doy un poco de gel hidroalcohólico como hago siempre, pues no quiero contagiarme ninguna enfermedad extraña en este nido de gérmenes. No me imagino cómo son capaces de criar a dos niños aquí dentro.

Esa es otra historia que me pasó por la cabeza al verlos: ¿por qué no viven con ellos en una casa o un apartamento? ¿Acaso no tienen dinero para costearse un alquiler? ¿O un colegio? En fin, tampoco es mi problema, y mientras ellos sean felices, quién soy yo para juzgar.

Lo que no me llama tanto la atención es la ausencia de la camioneta de Byron. Según me dijo mon petit Micah, él y Nevi habían salido pronto por la mañana a por provisiones: probablemente sal y agua bendita que, según tengo entendido, les ayudarán a combatir a sus enemigos. Sigo sin entender exactamente cómo es posible que un puñado de sal pueda ser efectivo contra un muerto viviente, pero no soy yo quien escribe las reglas... y tampoco soy exactamente quien las cumple.

HUNTERS ~ vol.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora