43. Los recuerdos que compartimos - Byron

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Byron - Bangor, Maine
Ocho años antes.

Termino de cerrarme los cordones de las botas ante la mirada iluminada de la residente Price. Han pasado casi cinco días desde que ingresamos en St. Joseph y tanto ella como mi doctor asignado han creído conveniente darme el alta, con la promesa de que me tomaré las cosas con calma.

Pero no a Bob.

Mi continuo silencio y mi cara de pocos amigos no le pasan desapercibidos a la residente Price, quien, sosteniendo mi cazadora de cuero en sus manos, espera al lado de la puerta junto al resto de mis cosas.

—Te prometo que Bob se recuperará — asegura, leyendo la preocupación en mi cara.

Según parece, en cosa de cinco días, ha aprendido a leerme el rostro como si fuera el titular de un periódico.

—¿Cuánto tiempo pasará en rehabilitación? — pregunto, poniéndome de pie.

El gesto de la residente Price se apesadumbra.

—Eso no te lo sé decir... — reconoce, abatida. — Pero bastante, me temo. Tiene que acostumbrarse a su nueva condición, aprender a andar con una sola pierna, además de todas las sesiones de terapia...

La joven deja de hablar al notar mi rostro consternado y sella los labios en una línea tersa, pero enseguida retoma la palabra con algo más de ánimo:

— Pero es un hombre fuerte, ya lo ha demostrado. Y puedes venir a visitarle siempre que quieras.

Suspiro y avanzo hacia ella, quien extiende los brazos ofreciéndome la cazadora de cuero con una sonrisa.

—Y también a visitarme a mí — añade, alegre como ella sola.

Detengo mi mano a pocos centímetros de tomar la chaqueta y la contemplo a los ojos, congelado por completo y tomado con la guardia baja. ¿Lo dice en serio? Mi cara debe ser lo suficientemente graciosa como para arrancarle una carcajada. Es la primera vez que la escucho reír desde que ingresé, y ojalá lo hubiera hecho antes, pues es ligera y suave como un cascabel. Tomo la cazadora de sus manos con cierta turbación, y me la pongo intentando adoptar mi expresión seria de siempre.

La residente calma su risa poco a poco pero no deja de sonreír.

—Te acompaño a la salida — se ofrece.

Recorremos los pasillos del hospital, yo en silencio y ella tarareando una canción que creo conocer, pero no llego a ubicarla. No es un edificio muy grande, apenas tiene tres pisos, pero para una localidad del tamaño de Bangor, cuya población al parecer ingresa por accidentes laborales del ámbito forestal y pesquero, es más que suficiente.

Cuando por fin salimos al exterior, el frío invernal nos golpea, y siento la acuciante urgencia de fumarme un cigarrillo. Llevo todo mi ingreso sin tocar el tabaco. La residente Price se detiene en el borde de las escaleras que descienden hasta la acera, al todavía abrigo del porche del hospital, y yo me giro para despedirla. Ella me aguarda sonriendo. A pesar de que estamos rodeados de nieve, nada es más blanco ni brilla más que su sonrisa.

—Encantada de haberte conocido, Byron — me despide. Espero que todo te vaya bien. Tómatelo con calma; y tranquilo, cuidaré bien de Bob.

HUNTERS ~ vol.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora