28. El número nueve de Wasser Road II - Micah

156 29 56
                                    

Micah - Pennsburg, PA
Casa de Bob, Ene 13:11pm

En lo que Caleb bate enérgicamente los huevos en un bol con un tenedor, según le indiqué, yo me entretengo cortando jamón y queso en lo que las verduras congeladas se cocinan en el agua.

—¿De este modo? —pregunta Caleb.

—Con eso será suficiente.

Una vez me entrega de vuelta el bol, veo que casi ha conseguido hace betún con la fuerza con que lo ha batido y me río por lo bajo.

—Sí... será más que suficiente. Será una tortilla enorme.

Caleb se ríe y se acerca a ver qué hago. Por mi parte echo sal y pimienta a los huevos batidos, el jamón y el queso que he cortado, y después las verduras que saco del fuego y escurro. Acto seguido rocío una sartén grande con mantequilla, espero que caliente y echo toda la mezcla, para luego poner la tapa.

El aroma de los huevos y el queso no tarda en impregnar la cocina.

—Estará listo en unos minutos.

—Parece sencillo —opina Caleb—. Me lo apuntaré.

—Con más tiempo hubiese podido hacer algo más elaborado, pero está bien para almorzar.

—¿Cómo aprendiste?

—Con mamá. Tenía la edad de Abel cuando ella comenzó a enseñarme.

—¿Abel también cocina?

Me quedo en silencio. A decir verdad... mamá no hizo nunca con Abel ninguna de las cosas que solíamos hacer juntos cuando yo era un niño.

Recuerdo las tardes cantando, jugando juntos, tejiendo al calor de un brasero, cortando vegetales para cocinar... mientras que con Abel se limitaba a alimentarlo, vestirlo, y cuidarlo cuando se enfermaba. Papá solía decirnos que en el mundo de las personas normales, fuera de nuestra comunidad, aquello se llamaba «depresión postparto», pero nunca tuve claro si se suponía que durase casi por diez años.

Por otro lado, mi padre ya había comenzado a enseñarme a luchar a esa edad. Mientras que a él...

Se me escapa un suspiro nada discreto:

—Nunca tuvo la oportunidad de aprender.

—Bueno, tú podrías enseñarle.

Lo considero. No descarto que quisiera aprenderlo. Abel estaría feliz de hacer cualquier cosa mientras lo hiciéramos juntos. Puede ser una actividad interesante mientras permanezcamos en este lugar.

—Tienes razón —sonrío a Caleb, en lo que reviso la tortilla, pero todavía le falta un poco—. Quizá lo sobreprotejo. A su edad yo hacía muchas cosas que él no hace. Cortaba madera, cocinaba, clavaba muebles, sabía encender fuego... Incluso sabía cazar y pescar.

Caleb me contempla con los ojos de par en par.

—¿Qué?

—O sea que a la edad de Abel sabías hacer más cosas de las que yo hago con diecisiete años —se burla.

Nos reímos juntos un momento. Después meneo la cabeza:

—Bueno, no sabía cómo usar un teléfono móvil hasta hace muy poco. Tampoco había besado a ninguna chica.

El cambio de tono en nuestra conversación es evidente. Nos quedamos en silencio al mismo tiempo; probablemente porque, del modo más insospechado, tenemos en común el hecho de que nuestra última experiencia con una mujer no acabó exactamente bien...

HUNTERS ~ vol.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora