24. El regalo de Abel I - Abel

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Abel - Philadelphia
Fábrica, Dic 12:30pm

No dejo de mirar por las ventanas y pasearme por los alrededores. Me había acostumbrado a que Micah se ausentara por las mañanas o a veces por las tardes para entrenar con ese hombre, pero siempre tenía la certeza de que estaba afuera. Ahora se ha ido a alguna parte y no me ha dicho donde. Sé que mi hermano no se iría. Jamás me abandonaría. Pero no puedo evitar atormentarme con la idea de todos modos. El no poder verle; saber que no le tengo a unos cuantos pasos me hace sentir nervioso y triste; asustado como si no fuera a verle más.

No hago sino caminar de un lado para el otro, saliendo de la fábrica y entrando otra vez, al punto en que los cambios bruscos en la iluminación de afuera respecto a lo oscuro y agradable que está adentro hace que empiecen a dolerme mucho los ojos.

Cuando entro la última vez a la fábrica, me siento con la espalda contra la pared de la entrada y empiezo a frotármelos. Me lagrimean aún cuando no lloro. Me lagrimean porque no son ojos normales.

Abrazo mis piernas para acomodarme mientras espero.

—¿Quieres un vaso de leche?

La voz del hombre alto, Byron, me hace levantar la mirada, pues sé a quién se dirige. No la había visto durante la mañana; aunque lo cierto es que estaba demasiado ansioso y preocupado como para fijarme en otra cosa que no fuera la puerta, esperando a Micah. Pero cuando veo a Cassie aparecer en la estancia, recuerdo las advertencias de mi hermano. Parece triste y noto que tiene los ojos cansados, como si no hubiese dormido. Apenas me mira por unos segundos antes de pasar su vista a Byron y después quitársela sin responder a su pregunta.

El hombre se encoge de hombros y deja la taza junto a ella cuando Cassie se sienta en el suelo, con la espalda contra uno de los pilares de la fábrica, en una posición parecida a la mía, solo que, con la cabeza echada sobre los brazos, mirando en la otra dirección.

—Te la dejo aquí.

Ella permanece callada. Micah no me dijo demasiado, pero tengo la sensación de que no estaba equivocado. Ellos están peleados por alguna razón...

El señor Byron viene junto a mí. Sólo le miro unos instantes antes de apartar la vista, esperando que pase de largo.

Empiezan a temblarme los brazos cuando los aprieto más alrededor de mis rodillas. Siento los pasos de Byron muy cerca de mí y me encojo de hombros. Se que no me hará daño... Lo sé... pero aún así me siento ansioso solo de imaginar que seguramente va a hablarme, y que no podré responderle.

Le escucho suspirar antes de hablar:

—¿Has desayunado, Abel? ¿Quieres algo?

No respondo. No estoy enojado con él; sólo no puedo hacerlo. Como si las palabras no fueran a salir de mi boca.

—¿Quieres una taza de leche?

Todo lo que puedo hacer es asentir con la cabeza. No se si tengo hambre; no he pensado en otra cosa que no sea el tiempo que le está tardando a mi hermano regresar.

Pero más tarde, cuando el señor Byron viene con la taza y siento el olor cálido que viene de ella, el estómago se me comprime, apremiándome a tomarla antes de pensármelo mucho. Está caliente por fuera, pero noto apenas entonces cuanto frío siento, y el calor que se traspasa a mis manos por la superficie de la taza se siente agradable.

Me cuesta un poco mirar al hombre a los ojos cuando me entrega la taza, pero lo hago. Quiero darle las gracias. Abro la boca para hacerlo, pero nada sale de ella. Eso provoca que me ardan las mejillas y baje de nuevo la mirada, penosamente.

HUNTERS ~ vol.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora