10. A posteriori II - Sophie

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Sophie - Philadelphia
Clínica privada Kensington, Ene 12:00

Los recuerdos todavía están un poco borrosos... El ruido del río abriéndose paso entre la oscuridad... El frío colándose por mis poros... El olor del barro y la humedad... Y el cansancio.

Espero pacientemente mientras el doctor Graham me contempla desde el otro lado de su escritorio con un semblante demasiado tranquilo, vaticinando un diagnóstico que, contra todo pretexto, me deja más intranquila.

—Todo está en orden, Señorita Lebeau.

Niego con la cabeza.

Non, non. Mírelo bien. Il y a quelque chose de bizarre avec moi.

El hombre vuelve a revisar sus papeles con dejadez, sin verlos realmente, pasando las páginas una a una y estirando la mano libre en un gesto condescendiente.

—La prueba respiratoria, el análisis de sangre, el T.A.C y la resonancia no han dado resultados anormales.

—Pero... ¡me desmayé!

El doctor encoge los hombros al tiempo que suelta los papeles.

—Debió de ser algo puntual. Una bajada de azúcar, tal vez. En esta ciudad hace mucho frío en enero. Mi consejo es que ingiera más calorías en estas fechas, y... que se abrigue un poco más.

Ladeo la cabeza. ¿Ahora resulta que el problema de que me desmayara radica en mi minifalda de cuadros y las medias hasta la rodilla? Es más, ¿me ha estado mirando las piernas durante toda la sesión? Me fijo mejor en él; es un hombre de mediana edad, de unos cuarenta y pico; cabello oscuro, ojos claros, bien afeitado... Es apuesto, y la bata acentúa ese punto tan interesante y sexy que tanto me gusta en los hombres... 

Non, non... ¡Sophie, céntrate! Ya habrá tiempo para eso en otra ocasión.

—Quiero un examen completo —pido. Ojalá fuera ese otro tipo de examen en el cual pensaba hace un momento.

El doctor Graham se deja caer en su silla, apoyándose en el respaldo con un suspiro.

—Si quiere mi opinión personal, Señorita Lebeau, creo está todo en su cabeza.

¿Excuse-moi?

Aunque los recuerdos están difusos, recuerdo haber perdido la consciencia de repente, y eso no está en mi cabeza. O tal vez sí, pero desde luego no en la forma en que el doctor piensa. 

El hombre se pasa la lengua por los labios antes de volver a apoyarse con los codos sobre la mesa. Me recuerda a la postura que a veces toma Nikolas cuando está a punto de explicarnos algo.

—Es usted una joven sana. Y preciosa, debo añadir. — Sonrío ante su cumplido. —Pero según su historial médico, no ha tenido nunca ninguna enfermedad relevante ni tampoco antecedentes de familiares con patologías preocupantes. Lleva una vida sana; hace ejercicio, come saludable... Está claro que cuida su cuerpo, por lo que deduzco que lo que le ocurrió fue un episodio aislado. Tal vez producto del estrés o alguna jaqueca pasajera. No le dé más vueltas, y sobre todo no se gaste los ahorros en pruebas inútiles.

L'argent c'est pas un probléme — murmuro, haciendo un gesto con la mano para restarle importancia.

—Aún así, — continúa él — mi código ético me impide aprovecharme de su paranoia o de su dinero.

Le contemplo con los ojos abiertos gratamente por la sorpresa. ¿Entiende francés? Oh lá lá Monsieur Docteur... Me muerdo el labio inferior. Ahora sí que me parece terriblemente atractivo. De repente, lo ocurrido en el río pasa a segundo término, quedándose tan difuminado en mis pensamientos como la neblina de aquella mañana.

Deliberadamente, descruzo la pierna, posándola lentamente sobre el suelo y al cabo de unos pocos segundos que espero que le hayan resultado terriblemente irresistibles, cruzo la otra sobre mi muslo, levantándome la falda un poquito más en el proceso. No se me pasa por alto cómo sus pupilas descienden ligeramente durante ese proceso.

Le miro directamente a los ojos, entornando los párpados para que estos queden enmarcados por las largas pestañas, y cuando hablo, lo hago arrullando el tono:

¿Vous êtes sûr...que vous ne voulez pas en profiter de quelque chose d'autre... docteur?

Desde mi sitio noto cómo la respiración se le atraganta durante un instante e intenta disimularlo con un ligero carraspeo. Aunque hace esfuerzos por mantener la compostura, sé que se está debatiendo. Sus ojos vuelan hacia los míos durante un errático segundo en el que no pierdo el tiempo y le sonrío de esa forma seductora que tanto me gusta ensayar. Y, de nuevo, no falla. 

Sus fuerzas flaquean. Le veo agarrar el bolígrafo con fuerza con una mano mientras que con la otra da un par de golpecitos a la mesa. En ese momento, me fijo en algo que había pasado por alto hasta ahora: algo circular y dorado que adorna su dedo anular.

En ese momento, el Doctor Graham levanta finalmente su mirada hacia mí.

—Supongo que podríamos... — empieza.

Sin dejarle terminar, me levanto de la silla, tomo mi bolso de mano del respaldo de esta y me lo cuelgo del hombro al tiempo que me doy la vuelta.

—¡Ugh! — murmuro con desgana y asco.

Y salgo de la consulta dejándole solo con la palabra en la boca y el calentón en los pantalones.

HUNTERS ~ vol.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora