29. Hasta que te conocí - Cassie

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Cassie - Pennsburg, PA
Casa de Bob, Ene 15:45pm

Creía que Byron únicamente había inventado una excusa para evitar que acompañara a Micah y Abel o que el mayor de ellos se viera obligado a aceptar mi compañía, pero cuando, tras terminar de recoger los platos, me pide seguirle, la curiosidad hace acto de presencia en mí y se manifiesta en forma de tres o cuatro arrugas en la frente cuando él abre la puerta que conduce al sótano y me insta a seguirle escaleras abajo.

Es el único lugar de la granja que todavía no conozco.

Los escalones de madera crujen conforme descendemos, y al llegar abajo Byron prende la luz activando el interruptor de la pared, la cual revela una estancia con un mobiliario que para nada me esperaba. En mi cabeza tenía la imagen de una estancia oscura, sucia, de paredes mohosas, goteras, con una lavadora y secadora oxidadas, bicicletas viejas, algún que otro mueble desechado, una mesa de trabajo o algo por el estilo, y tratos de garaje como cajas de herramientas, prensas o taladros.

Sin embargo, con lo que me encuentro es algo totalmente diferente. La estancia es muy grande, como el resto de las habitaciones del piso superior pero sin tabiques que las separen. Las paredes están revestidas con la misma madera que el resto de la casa y diría que el suelo está casi en mejor estado que el de la cocina. Pero lo que más me llama la atención es el menaje: en una esquina reposan varias colchonetas apiladas; junto a ellas, un poco más allá, un banco de pesas y, justo al lado, un par de sacos de boxeo como cuatro veces más grandes que yo; en la pared contraria, estanterías con varios objetos como guantes, cuerdas o toallas y, en el centro de la habitación, lo que parece un cuadrilátero como en los torneos de boxeo. 

Abro la boca como un buzón, totalmente impresionada.

—¡Hala! ¿Qué es este sitio?

Byron avanza despacio hacia el centro del lugar.

—Un lugar de entrenamiento.

—Parece un gimnasio.

—Le faltan muchas cosas para llegar a ser uno, pero sí, algo así.

Arrugo la frente.

—¿Por qué Bob tiene un gimnasio en el sótano de su casa?

Byron suspira, pero no responde enseguida. Se pasea lentamente por el lugar, acariciando suavemente las cuerdas del ring, con la mirada perdida y una expresión de nostalgia que nunca antes había visto en su cara. Me quedo prendada durante un instante, contemplándole sobrecogida, preguntándome qué pensamientos rondarán su mente.

Finalmente, él habla.

—Aquí es donde aprendí gran parte de lo que sé.

La noticia me toma por sorpresa y abro los ojos producto de esta.

—¡Hala! ¿De verdad?

Byron asiente, avanzando hacia la estantería. Observa los guantes con el mismo gesto melancólico, deteniéndose algo más en unos de color rojo, los cuales palpa ligeramente con ojos cargados de cariño y recuerdos. Parece totalmente sumido en sus memorias, casi ajeno a mí, por lo que me acerco a él despacio, temerosa de molestarle. Me fijo entonces en los guantes que acaricia apenas con las yemas de los dedos: son más pequeños que el resto, y parecen significativamente más viejos y usados. Me viene enseguida a la mente una idea:

—¿Eran tuyos?

Byron asiente.

—Los primeros que usé. John los compró para mí.

HUNTERS ~ vol.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora