14. Cassie y Bob - Cassie

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Cassie - Philadelphia
Fábrica, Nov. 20:14pm

Me duele la tripa, el pelo se me pega a las sienes y a la nuca por el sudor y estoy segura de que estoy tan colorada como la sudadera de los Philies de Abel, quien me contempla preocupado por encima de mis rodillas donde reposan sus pequeñas manos blancas.

—¿Estás bien? — me pregunta, en voz baja, casi con miedo.

—Estoy bien —respondo yo mi vez, sin voz apenas, pero no por miedo, sino por falta de aliento—. ¿Cuántos han sido? —le pregunto— ¿Los has contado?

Abel asiente con la cabeza.

—Ocho.

—¿Solo ocho? — repito, desinflándome por completo.

Abel no sabe qué responder, y suelto un quejido mezcla de dolor, cansancio y desilusión al tiempo que me dejo caer sobre mi espalda y doy por terminada esta estúpida sesión de abdominales. Abel aparta entonces sus manos de mis rodillas, temeroso de que, ahora que no tiene que sujetarlas, vaya a molestarme que me esté tocando... o por miedo de estar tocándome sin tener que hacerlo. Como sea, no me importa. Me levanto y me sacudo el polvo del trasero del pantalón y de las manos y me giro hacia él.

—¿Quieres probar tú?

El niño me mira sorprendido, y sus mejillas no tardan en tornarse de color cereza antes de que me aparte la mirada, como casi siempre hace.

—Yo no... — empieza, hablando para el cuello de su camisa.

Le miro, porque sé lo que me va a decir.

—Por supuesto que no podrás hacer muchos al principio —le intento animar, recordando como apenas subió el tramo de escalera tres veces ya estaba exhausto—, pero poco a poco acostumbrarás a tu cuerpo al ejercicio. Y ya verás, de aquí a un par de años te pondrás super cachas como Byron.

Le sonrío. Y no sé si ha sido mi comentario o el hecho de que le haya dicho que en el futuro se volverá un tío bueno, pero Abel se poner rojo como un tomate, y eso que todavía ni siquiera ha hecho ejercicio. Me río y le pongo la mano en el hombro.

—Confía en mí, Aby. Los pasos que demos no tienen por qué ser grandes; solo tienen que llevarnos en la dirección correcta.

El muchachito me contempla y su rubor se disipa un poco. He tomado prestada la frase de una de las películas que nos pusieron en el orfanato —varias veces, de ahí que me aprendiera el diálogo de memoria— pero, en esta ocasión, la considero perfecta para la situación. Finalmente, Abel asiente lentamente y, más lentamente aún, se tumba boca arriba en el suelo, flexiona las piernas y coloca sus manos detrás de la nuca. Yo pongo las mías sobre sus empeines y hago presión para sujetarle los pies contra el suelo.

—¿Preparado?

Abel asiente algo vacilante.

—A la de tres, entonces. Una...

Apenas he terminado de pronunciar el número cuando la puerta de la estancia se abre de golpe, precediendo la entrada de Nee, que viene acompañado. Pero no de Byron, ni de Nevi, ni de Caleb, sino de...

—¿Bob? — me extraño.

El hombre, que contemplaba la estancia con cierta indiferencia, posa entonces su mirada en mí y me reconoce.

—Ah, tú, claro, dónde ibas a estar... — comenta despectivamente.

Entrecierro los ojos. Dejando de lado la forma tan maleducada en que ha referido a mí, lo que realmente me interesa es otra cosa y miro a Nee.

HUNTERS ~ vol.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora