47. La persona más fuerte - Byron

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Byron - Bangor, Maine
Ocho años antes.

Empujo la silla de ruedas por la acera flanqueada de charcos de hierba escarchada. La temperatura sigue siendo baja, aunque ya no nieva, y los rayos del sol que pugnan por atravesar el manto de nubes del cielo vaticinan la llegada de la primavera. El humo del cigarrillo que descansa entre mis labios se confunde con el vaho que sale de mi boca, mezclándose a la altura de mis ojos y perdiéndose en el frío de la mañana.

Delante de mí, sentado en la silla de ruedas, ataviado con un grueso abrigo, gorro y guantes de lana, Bob no deja de soltar gruñidos y maldiciones. La pierna derecha reposa sobre el apoyapiés de la silla. La pierna izquierda... ya no la tiene.

—¿Y ahora qué pasa? — pregunto, sin poder ignorar por más tiempo sus protestas. 

—¿Tienes que fumar delante de mí?

—Pensaba que no te molestaba.

—No me molesta que fumes — objeta Bob, frotándose las manos contra los muslos para hacerlas entrar en calor. — ¡Me molesta no poder hacerlo yo!

Le lanzo una mirada por encima del gorro. Bob siempre ha sido un fumador empedernido; me extraña mucho que haya acatado tan fácilmente los consejos del médico de no fumar durante la recuperación de su lesión.

—¿Quieres uno? — Me quito el guante y le ofrezco la cajetilla abierta. Él se gira sobre sí mismo para mirarme con suspicacia. — No se lo diré a los médicos.

—Eres una mala influencia, muchacho.

—Habló el adulto que le dio a probar al niño.

—Tenías dieciocho. Ya no eras un niño — se defiende él. 

—¿Quieres uno o no? — repito. — Me estoy helando la mano.

Bob mira la cajetilla un instante, debatiéndose, pero finalmente se gira de nuevo hacia el frente, soltando un pesado suspiro.

—Bah, no. No quiero jugármela con Price. Esa mujer tiene olfato de sabueso.

Contemplo su coronilla con una ceja levantada. Su comentario me genera curiosidad, pero antes de que pueda preguntar nada al respecto, igual que si hubiera sido convocada como un espíritu, la aludida aparece al final de la acera, frente a la puerta del hospital, ataviada con su scrub azul, saludándonos agitando el brazo y con una sonrisa en la cara, como siempre.

Aprieto el paso sin darme cuenta y en menos de un minuto, estamos frente a la residente Ava Price, la cual, al verme, borra la sonrisa del rostro y la muda por una mueca disgustada. Pero tampoco tengo tiempo para cuestionarme el motivo de su cambio de expresión antes de que alargue el brazo y, de un movimiento rápido, me arrebate el cigarrillo de los labios y lo tire al suelo, pisándolo con el talón de su zapato inmaculadamente blanco.

—No se fuma en las inmediaciones del hospital.

—No me has dado tiempo a apagarlo — replico tranquilamente. Por algún motivo, su gesto no logra molestarme.

—Ya — sonríe ella de nuevo.  Es que tampoco me gusta que fumes.

Me quedo callado, sin saber cómo responder a eso. Ava se dirige entonces a Bob.

HUNTERS ~ vol.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora