Aquí estoy|Joseph Quinn

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-Hola. -Joe sonó algo alejado a través del teléfono.

-Hola. -Tu voz sonó algo tensa, mientras aguantabas la respiración.

-¿Estás bien? -Joe de inmediato se preocupó.

Sabías que solo estaba preguntando por la forma en que sonabas al teléfono, así que te apresuraste a calmarlo.

-Solo son calambres, estoy bien. -Lograste reír un poco, intentado convencer a Joe de que estabas bien. -¿El vuelo estuvo bien?

-Me pusieron en primera clase. -Dijo Joe.

-Oh, eso es genial, muy guau. -Tenías dolor, pero los calambres en el estómago te estaban superando.

Cerraste los ojos con fuerza, doblándote en el sofá, intentando respirar. Esperabas que pasara con el tiempo.

-¿Estás segura de que estás bien? -Joe podía escuchar el dolor en tu voz, en tu respiración.

-Son solo calambres, es por el periodo. Ya tomé algo, no te preocupes. -Mentiste.

No estabas en tu período, y ahora que lo piensas, no estabas segura de cuánto tiempo hace que tuviste tu último ciclo. Casi nunca tienes calambres cuando tienes tu periodo, sentías un poco de presión en la parte baja de la espalda, así que imaginaste que así eran los calambres menstruales.

No querías preocupar a tu novio si no era algo importante.

Él estaba ocupado trabajando y debería centrarse en eso. Solo estaría en Los Ángeles durante tres semanas; tiempo suficiente para tener reuniones y audiciones, tantas como eran posibles, y también un poco de tiempo para pasar el rato y disfrutar de la ciudad. No querías arruinar eso para él, así que decidiste restarle importancia a lo que te estaba pasando.

Joe decidió silenciosamente confiar en ti y creer en tu palabra. De todos modos, no es como si supiera cómo eran los dolores menstruales.

¿Deberías llamar a una ambulancia?

Pasaron días, pero el dolor no desaparecía. Los analgésicos solo ayudaban un poco, y casi se había convertido en una rutina al despertarte un par de veces por la noche para abastecerte de los medicamentos. La única comodidad verdadera que habías encontrado fue en la ducha, el agua tibia sobre tu espalda te relajaba un poco, aunque el dolor persistía.

Se acercaron las dos semanas. Tuviste que llamar al trabajo para informar que estabas enferma, ya que el dolor aún estaba y se había convertido en alguna clase de apuñalamiento. Ya había pasado tiempo desde la última vez que habías dormido bien, tenías suerte si lograbas dormir algo antes de las 4 de la mañana.

Te despertaste en una de esas noches, pero algo se sintió diferente. Había algo de presión en la parte inferior de tu estómago, un tipo de dolor que no había sentido antes. Parecías incapaz de relajar tu estómago, intentando flexionarte un poco, lo que solo agravó el dolor.

Cambiaste de posición, fue cuando sentiste una humedad entre tus piernas, lo cual te sorprendió, llenándote de pánico, apareciendo lágrimas en tus ojos. Tiraste las sábanas a un lado, estaba demasiado oscuro para ver correctamente, pero sabías que era algo malo. Podías sentirlo más allá de tus rodillas, y cuando te acostumbraste a la luz de la noche, te encontraste con una escena que parecía película de terror.

La sangre era brillante, más oscura en algunas zonas; te estremeciste del dolor.

¿Llamabas a una ambulancia? ¿Era necesario? ¿Podías conducir? Tal vez. Realmente no querías molestar a nadie. Todavía podías conducir.

Después de tratar de limpiarte tan bien como podías;  decidiste conducir hacía la clínica de tú médico. Era algo temprano, pero probablemente llegarías justo a tiempo.

One Shots | Joseph Quinn/Eddie MunsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora