Ugh.
Era la mejor manera de describirlo.
Ugh.
No podías contar con los dedos la cantidad de cosas que te habían molestado durante el día. No había café en casa cuando despertaste. Joe había dejado la pasta de dientes sin la tapa, que no aparecía por ningún lado. Tus pantalones favoritos aparecieron con una pequeña mancha que no se quitaba, una mancha de algún limpiador que usaste para asear el baño.
-Usa ese limpiador, me encanta el olor. -Había dicho Joe cuando habían hecho un trato; él se encargaría de la cocina y tú del baño. Él te había dado la botella. Ni si quiera te habías puesto a pensar en lo que podría hacer si no tenías cuidado, y ahora todo estaba arruinado.
No había más líquido limpiaparabrisas en el auto, así que tuviste que conducir con el parabrisas hecho un desastre, lo que era molesto y a la vez peligroso, porque recordaste haber pensado "Oh, compraré un poco la próxima vez", y eso fue hace tres semanas, y luego solo lo habías olvidado.
Todo era ugh.
Durante todo el día, en todo lo que podías pensar era en volver a casa y arrastrarte de vuelta a la cama después de una larga ducha caliente, donde seguro te sentarías en el suelo a esperar que el agua limpiara todas tus malas experiencias del día, el suelo que estaba limpio gracias al limpiador que te había dado Joe.
Cinco minutos antes de que salieras de casa, habías recibido un correo electrónico sobre una factura pendiente que habías olvidado por completo, y ahora habían añadido los costos por la demora, y todo era tan estúpido. Ibas a tener que pagar más dinero por un error humano. La gente olvida cosas todo el tiempo. ¡Recuérdales! No las hagas pagar por eso.
Esa noche era el turno de Joe de encargarse de la cena.
Había dicho que iba a conseguir algo bueno. Y eso esperabas.
Tendrías una cena. Te ducharías. Te esconderías debajo de las sábanas y esperarías a que el siguiente día fuera mejor. Cuando haya café. Esos eran tus planes.
Pero luego, cuando llegaste tarde, porque, por supuesto, habías llegado tarde en la mañana, el departamento no olía a comida en lo absoluto.
Entraste, molesta y un poco aturdida, cansada y con grandes expectativas que no se cumplieron, lo que solo te acercó a las lágrimas, te enojarías mucho más si llorabas. Siempre te sentiste tonta por llorar por pequeñas cosas. Pero todas se habían juntado y habían hecho una cosa grande, enorme, y estaba empezando a tomar sentido llorar por eso.
-¡Hola! -Dijo Joe desde el sofá con tono alegre, como si hoy no fuera el peor día de la historia.
Ugh.
Te detuviste en medio de la sala de estar y cerraste los ojos. Respiraste hondo. Contrólate. Joe no se merece que le arruines su día.
-Oh, no. -Escuchaste decir a Joe desde el sofá. -¿Qué pasa?
-Todo ha estado de la mierda hoy, y yo solo... Dame solo un segundo. -Dijiste, intentado mantener respiraciones profundas, con los ojos cerrados todavía.
Inhala.
Exhala.
Tu estómago ruge. El departamento no olía a comida. Ya había pasado la hora de la cena. Pero Joe probablemente tenía buenas razones. Siempre tenía buenas razones.
Apretaste los puños con fuerza para luego relajarlos. Lo hiciste solo una vez más, para estar seguros.
Luego abriste los ojos y enfocaste a Joe.