Acomodándote en la incómoda silla del hospital, te inclinaste hacía adelante, colocando los codos sobre los muslos mientras te cubrías la cara con las manos. Las esposas se aseguraban alrededor de sus muñecas, atrapándolo en la cama, haciéndote enfermar.
En el momento que lo trajeron al hospital, después de sacarlos del Upside Down, le pusieron esas estúpidas esposas. Le pusieron esposas como si fuera a escapar por arte de magia a pesar de estar claramente gravemente herido. Argumentaste eso con la policía, pero no les importó. Eddie fue etiquetado como un asesino.
Creían que era un líder de un culto satanico que iba por ahí rompiendo los huesos de los niños y sacándoles los ojos cuando todo lo que hacía era jugar Calabozos y Dragones; y bueno de vez en cuando vendía algo de drogas, pero ese no es el punto. Esta ciudad lo odiaba por jugar un juego y verse diferente. Lo llamaron bicho raro por como se expresaba y por las cosas que hacía, no era justo. No después de que casi muriera por esta estúpida ciudad que lo odiaba y pensaba en él como nada más que un monstruo y un asesino.
Los policías fuera de su habitación casi no te dejaron entrar, pero luchaste como loca por eso. No ibas a ser expulsada de la habitación mientras el amor de tú vida estaba lleno de dolor sin que nadie lo consolara. No ibas a dejarlo solo en esa fría y oscura habitación en la que lo mantenían.
Alcanzaste su mano, apretándola con fuerza para intentar sacarlo de su sueño. Había estado durmiendo la mayoría de los días para evitar el dolor que sentía.
Eddie gimió, sus ojos se abrieron lentamente y giró la cabeza para mirarte, una pequeña sonrisa pintaba sus labios.
-Oye. -Su voz seguía sonando áspera desde donde un demobat lo había estado asfixiando. -Todavía estás aquí.
-Por supuesto. No te dejaré aquí solo y Wayne pasará más tarde. -Te levantas de la silla y te subes a la cama, con cuidado de hacerle daño. Colocando tu cabeza sobre su pecho, pones tu oreja justo sobre su corazón para poder escucharlo latir.
Al sentir a Eddie presionar sus labios contra tu cabeza, te acurrucaste más cerca de él, deseando que pudieras volver a envolverte entre sus brazos. Deseaste que nada de esto hubiera sucedido.
-No tienes ni idea cuando quiero abrazarte ahora mismo. -Susurra él y se podía escuchar la desesperación en su voz.
Querías sus brazos a tú alrededor tanto como él. Querías que te mantuviera cerca y sentiste como su agarre te apretaba como si tuviera miedo de dejarte ir.
-Yo también quiero eso. -Te las arreglas para decir mientras escondes la forma en que se rompe tú voz.
El silencio los envuelve a los dos, ninguno de los dos quiere que el momento termine.
El sonido de su corazón latiendo en sincronía con el tuyo resonó en tú cabeza y te sentiste reconfortada. Te sentiste más segura de lo que te has sentido en años.
-Te quiero. -Susurras.
Eddie acomodó tu cabello, quitándolo de tú cara y lo oíste respirar hondo.
-Tengo miedo de terminar como mi padre. -Admitió y tú corazón se hundió. Toda su vida ha tenido miedo de una cosa y eso era terminar igual que su padre, quien se estaba pudriendo en la cárcel. -No quiero ser como él.
-No terminarás como él, Eddie, ¿de acuerdo? No te pareces en nada a él. -Te apoyas en el codo para poder mirarlo. -Nunca podrías ser como él, dime que lo entiendes.
Sus grandes ojos marrones nunca se alejan de tu cara, y esperas que pueda ver la sinceridad en toda tu expresión. Encontrarías la manera de demostrar que no mató a Chrissy ni a los otros adolescentes, porque no ibas a dejar que lo metieran a la cárcel por algo que ni siquiera soñaría con hacer. No podía ni matar a una mosca.
Eddie asintió lentamente, sus ojos se suavizaron.
-Lo entiendo, y además si fuera como él, no te tendría a ti. -Empezó a levantar una mano olvidándose de las esposas hasta que siente la presión en una de sus muñecas. Su mano vuelve a caer sobre el colchón y sonríes tristemente.
Volviste a acostarte contra su pecho, emparejando tú respiración con la suya y cerraste los ojos, deseando que esos estúpidos policías que estaban afuera de la habitación todo el día todos los días le quitaran esas malditas esposas. Querías sentir sus brazos a tu alrededor, pero era físicamente imposible y lo odiabas.
-Sí alguna vez me quitan estas cosas, nunca te soltaré.
-Bien, yo tampoco te dejaré ir. -Dijiste aún con los ojos cerrados.
Dejaste que el aire acondicionado los dejara dormir a los dos.