La lluvia golpeó las ventanas de tu auto y fue casi suficientemente fuerte como para ahogar la gran cantidad de pensamientos que se arremolinaban dentro de tu cabeza.
No sabías por qué estabas aquí.
Pero eso era mentira, sabías exactamente por qué estabas ahí. Es porque este era el único lugar en el que podías pensar en ir. Y Eddie era la única persona con la que te sentías segura. No importaba el hecho de que hayan roto el mes pasado. Tú habías sido la que había roto con él.
Pero esta noche cada emoción que estabas sintiendo era demasiado abrumadora. La tristeza y la ansiedad que normalmente podías manejar, ahora parecían consumir todos y cada uno de tus pensamientos, ahogándote. Por supuesto, no ayudó que los únicos sonidos que ahogaran tus pensamientos fueran los de la naturaleza no tan calmante.
Tú madre y su novio habían estado peleando constantemente. Los gritos y las palabras duras se convirtieron en una especie de ruido en tu hogar. Los escuchabas siempre con la puerta de tu habitación abierta en caso de que necesitaras pedir ayuda. Sentías una necesidad de protegerla, incluso de si misma.
Las peleas eran tan comunes que rara vez te molestaba, pero esta noche todo había llegado a ser demasiado. Fue como si te empujaran al límite, haciendo que te subieras al auto y escaparas hasta aquí sin llegar a pensarlo dos veces.
Y ahora estabas sentada sobre la parte delantera del auto, jugueteando con el collar que colgaba delicadamente sobre tu cuello, antes de deslizarlo hacía atrás debajo del abrigo, dejando que el anillo que colgaba de el golpeara tu fría piel.
Intentaste averiguar, ¿en qué diablos estabas pensando? ¿Qué te hizo creer que él querría verte? Le habías roto el corazón, él te lo había dicho. Y esas palabras se repiten en tu cabeza todos los días, como una forma de tortura personal.
Eddie sabía que no tenías una gran vida en casa. Fue por eso que prácticamente vivías con él y con Wayne cuando todavía estaban juntos. Tenías tu propio cajón lleno de ropa y tus pertenecías siempre estaban por ahí en el remolque. Un libro que estabas leyendo tirado en el sofá, tú manta sobre el respaldo de una silla o tus artículos de baño sobre el tocador junto a los de Eddie.
Nunca hablaste de la razón por la que estabas ahí tan a menudo. No tenias que hacerlo. Eddie sabía demasiado bien lo que se sentía vivir en ese tipo de entorno, así que nunca necesitaste explicarle nada. Cuando te despertabas en su puerta a media noche, con lágrimas corriendo por tus mejillas, no necesitaba que le dijeras nada más. Siempre hacía que te acurrucaras con él, apoyando su cabeza contra la tuya y preguntaba que necesitabas que él hiciera.
Y solo necesitabas estar con él.
Así que se convirtió en una especie de rutina entre ustedes dos. Eddie te esperaba cada noche, y cuando finalmente aparecías, casi no se intercambiaban palabras. En su lugar, caminabas hasta su dormitorio y te dormías a su lado. Él lo entendía. Sabía que estabas cansada y que a veces no te sentías segura quedándote en tu propia casa.
Si simplemente dejarte dormir acurrucada a su lado era todo lo que necesitabas, él lo haría hasta el final de los tiempos.
Hasta que dejas que la culpa te abrumara. Eddie se merecía algo mejor, no merecía estar en una relación en la que sentía que debía protegerte todo el tiempo. Podías cuidar de ti, lo habías hecho durante años hasta que conociste a Eddie.
Pero había un pensamiento persistente en el fondo de tu mente, estabas confiando demasiado en Eddie, y que eventualmente lo lastimarías de una manera u otra. La ruptura fue rápida, apenas lo dejaste hablar antes de dejarlo solo en su dormitorio. Confundido y con el corazón roto.