•Parte 4•
Cuando Joe entró al día siguiente, tenías la mano lista, descansando sobre la torre de vasos de papel color marrón, mirándolo con amenaza. Como si fuera un enfrentamiento. Como un vaquero listo para tomar su pistola, listo para sacarla y disparar tan pronto como el otro hiciera el mínimo movimiento.
Joe te vio. Miró tu mano, y se quedó en silencio, y luego desvió varias veces su mirada de tu mano a tu rostro, y le pareció que estabas algo... molesta, por algo.
-¿Puedo pedir un...?
Tomaste apresuradamente uno de los vasos, escribiste Joe sobre el, y luego te acercaste a la caja registradora para que Joe pagara su café.
No esperaste a que pidiera algo. No esperaste a que te diera un nombre al azar. No le dijiste que ese café iba por la casa. Hiciste que Joe pagara, y él sonrió un poco, dándose cuenta que ese era un juego que había empezado a ganar, y muy contento te entregó su tarjeta. Odiabas cada segundo de eso.
-Entonces, ¿pagaste?
Joe acaba de meter su tarjeta de nuevo en su billetera, guardándola en su bolsillo; estaba a punto de decir que sí. Porque sí, si lo había hecho. Había pagados todos y cada uno de los café que le habías dado gratis.
-¿Solo así? ¿Pagaste? ¿Pensaste que podrías hacer eso, a mis espaldas? ¿Venir y aprovecharte de que no estoy para pagar?
Sí, eso es exactamente lo que había pensado Joe. Pensó que entendía el juego, que así es como podría jugar y ganar. Pero la chica que estaba ahora mismo frente a él se veía algo furiosa. Ya no eras un rayito de sol, como todas las mañanas, ya no te veías para nada dulce y amable. Aunque él pensó que todavía te veías linda, pero parecía como que estabas a punto de explotar.
Joe recordó a Jamie diciendo algo como:
-Oh, ella es como un rayo de sol. Pero tienes que tener cuidado, si miras fijamente te puedes quedar ciego.
Y Joe entendió eso ahora. Porque así eras. Eras como un vicio, lo que lo aterraba un poco. No era algo divertido ahora mismo.
-Oh, mírenme soy Joe, miren todo mi dinero. -Murmuraste, imitándolo muy mal, mientras preparabas su bebida, moviéndote sin cuidado, golpeando las cosas. No más rayos de sol, solo una tormenta de verano, aterradora y furiosa. -No puedo apreciar una simple bebida gratis.
-Cuarenta y siete. -Te interrumpió Joe, y por primera vez en semanas te sorprendió.
Eso te hizo mirarlo a los ojos, solo por un segundo, dándote cuenta de que Joe había estado contando.
-Fueron cuarenta y siete bebidas gratis. Y te di las gracias por cada una de ellas. -Siguió hablando él.
Tus movimientos algo rígidos hicieron que algo se te cayera del mostrador. Joe no vio lo que era, y tú no te moviste para recogerlo. Mantuviste tus ojos enojados sobre la bebida aburrida que preparaste para quien sea que te iba a decir que era Joe ese día.
Joe sintió un poco de culpa en su interior, ¿lo había arruinado? ¿Había interpretado mal la situación? De nuevo, ¿que es lo que querías de él? ¿Que esperabas de él? Siempre había algo que le gente quería, e incluso si no preguntaban, siempre era tan fácil para él saber que era lo que querían.
Entonces, ¿por qué siempre era tan diferente contigo? ¿Por qué siempre debía estar adivinando contigo? Y luego, ¿se equivocó? Le habías dado café gratis todos los días durante semanas, ¿y con qué propósito? ¿Cuál era la razón? ¿Solo para que te lo deba? ¿Era eso?
Ugh. Joe no podía soportarlo.
¿Qué era lo que querías?
Una melodía alegre empezó a sonar por toda la cafetería, y Joe sabía que eran los sonidos alegres que te gustaba bailar. Excepto que esta vez no te moviste. Joe estaba triste por no poder ver tus pies desde donde estaba de pie, porque estabas haciendo un gran trabajo en no mover ni un solo músculo en la parte superior de tu cuerpo, pero él apostaría lo que sea a que al menos uno de tus pies se movía al ritmo de la música.