Cap 21. Lucien .

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MAKARENA

Ok chicas, a ganar,— nos grita el Coach. Saco todas las malas energías que traigo, igual que el sabor amargo de los mensajes vacíos de Sebak.

Han pasado varias semanas y, aunque él prometió que me llamaría todos los días, casi no lo hace y siempre me evade.

Estamos en el primer juego en Atlanta y hoy planeo dar lo mejor de mí y de mi equipo.

Hoy voy a demostrar la cantidad de horas que pasé en el gimnasio y en la cancha.

Desde luego, el equipo está lleno de nerviosismo y emoción, pero somos ganadoras natas; solo es cuestión de esforzarse un poco.

El primer partido es contra uno de los equipos más duros del torneo. Suena el primer silbato, y de inmediato sabemos que esto será una batalla.

El gimnasio está lleno de energía; los gritos y aplausos de los fans resuenan en cada rincón. Cada movimiento en la cancha requiere una concentración absoluta.

Las jugadoras del otro equipo son rápidas y precisas, y cada punto es una lucha intensa. Pero lo consigo y con ello las algarabías.

Es a mitad del segundo cuarto y siento un dolor agudo en mi tobillo. Creo que caí mal después del salto y el dolor es casi insoportable.

Pero sé que no puedo permitirme mostrar debilidad. Mi equipo cuenta conmigo y no voy a defraudarlas.

Apretando los dientes, continúo jugando, cada paso es una prueba de mi resistencia.

La tensión del partido alcanza su punto máximo en el último cuarto. Estamos empatadas y cada segundo cuenta. Mis pensamientos se centran en las jugadas, en la sincronización perfecta con mis compañeras.

En este punto, la indiferencia de Seb y el dolor en mi tobillo se desvanecen, reemplazados por una determinación feroz.

Con solo segundos en el reloj, logro interceptar un pase crucial.

Corrí hacia el aro, el sonido de mis zapatillas resonando en el suelo. Todo el gimnasio contiene la respiración mientras lanzo el balón. El tiempo se ralentiza y, por un instante, todo queda en silencio.

El balón entra en la canasta justo antes de que suene el silbato final.

La explosión de júbilo es ensordecedora. Hemos ganado. La adrenalina y la emoción me envuelven, y mis compañeras me rodean en un abrazo triunfal. Estar en esta cancha, sentir la energía de la victoria, es todo lo que necesito.

Esta noche, por fin después de algunas semanas, no le envío mensajes a Seb y sí a O'Connell.

Estoy lista —me responde con un beso y, después de varias semanas de celibato, abro el “alcohol”.

O'Connell vino conmigo a Atlanta, su ciudad natal, y hoy será nuestra noche de fiesta; y exactamente “Sebak Lombart que se joda”.

Con O'Connell y otras chicas vamos nuevamente a la discoteca, según me dice O'Connell, es un famoso lugar donde se reúnen muchas personas a hacer negocios.

Yo decido marcar la diferencia y sacar a la bailarina exótica que hay en mí y que Sebak tenía encerrada y muriendo de hambre en lo más profundo de mi ser.

Me subo a las barras y con la música de moda les bailo. Hoy traigo un mini vestido muy sensual, color negro, mi favorito.

Estoy muy entretenida bailando y gritando como loca, cuando me bajo por un segundo y me inclino, siento como un idiota pone un billete de gran denominación. Lo peor es que alza mi vestido y lo enreda en mi tanga.

Vamos nena, esfuérzate y báilame bien rico —lo miro y le sonrío, empiezo a bailarle muy, pero muy sensual, como si le hiciera un privado.

El tipo es grande, musculoso, de cabello rubio y su físico marcado, lleno de tatuajes y con una aura de chico malo. Es bastante joven, tal vez 25 o 23 años, no sabría, guapo y hace que se le mojen las bragas a cualquier chica, incluyéndome, pero como yo no lo soy...

Luego de un minuto en el que el tipo sonríe, le muestro mis dedos en forma de pistola y me acerco a su oído y le digo:

Para la próxima vez, nene, le metes tus billeticos en el culo a tu abuela —y me bajo de la barra.

Voy en busca de mis amigos y veo cómo el idiota tatuado se queda viéndome, con fascinación, con adoración.

Llego al privado donde O'Connell y mis amigos están y nos traen una botella y tragos a cuenta de un desconocido...

Nos relajamos y bebemos, bueno lo hacen ellos. Yo voto el mío.  Qué se cojan a O'Connell, no a mí.

Mientras mis amigos se divierten, me doy cuenta de que necesito un momento de respiro. Busco aire fresco y lo hallo en una terraza algo apartada. La noche en Atlanta es cálida y la brisa suave me calma un poco.

Estoy sola en la terraza, disfrutando del silencio momentáneo, cuando siento una presencia detrás de mí. Me giro y ahí está él, el chico de los tatuajes. Su mirada intensa me escanea de arriba a abajo.

—¿Por qué tan sola? —me pregunta con una sonrisa ladeada. Tiene un acento diferente; habla inglés con acentos raros.

Solo necesitaba un respiro —le respondo, intentando sonar indiferente.

Ese baile fue genial. No todos tienen las agallas para hacerlo —me dice. Sigo pensando que no es de por aquí.

Gracias, pero si crees que soy una puta, te equivocaste. Lo hice por diversión —le corto, no quiero que me pregunte cuánto cobro por hora.

Lo noté. Me llamo Lucien, por cierto.

Mira, Lucien, si viniste a disculparte, no es necesario. Ya pasó —le contesto, harta de idiotas.

No vine a disculparme. Vine a conocerte mejor —me dice y volteo a verlo.

—¿Y por qué crees que querría conocerte?

Lucien se encoge de hombros, su sonrisa persiste.

Tal vez porque tienes curiosidad —responde, dando un paso hacia mí—. O tal vez porque, al igual que tú, también necesito un respiro.

Lo observo detenidamente, tratando de descifrar sus intenciones. Hay algo en su mirada que me intriga, aunque no quiero admitirlo.

Bien, Lucien, dime algo interesante sobre ti —digo, cruzándome de brazos.

Él se ríe suavemente, un sonido bajo y gutural que resuena en la tranquila noche.

No soy de aquí, como ya notaste. Vengo de Luxemburgo. Vine a Atlanta por negocios —explica, sin entrar en detalles.

La curiosidad me pica, pero mantengo mi expresión neutral y mi tono cortante.

—¿Negocios, eh? —digo, con una sonrisa irónica—. Qué emocionante. Bueno, espero que tu estancia aquí sea productiva y explendida.

Lucien se queda en silencio por un momento, su mirada se pierde en la distancia.

Todavía no estoy seguro —admite—. Pero quizás estoy más cerca de lo que pensé.

Oh, qué profundo —replico con sarcasmo—. Mira, no sé qué esperas encontrar aquí, pero no soy la persona indicada para tus aventuras filosóficas.

Hay una sinceridad en su voz que me desarma un poco, pero no pienso bajar la guardia.

—¿Y si solo quiero una conversación normal? —pregunta, su tono calmado contrasta con mi actitud.

Entonces habla con alguien más. Yo vine aquí a estar sola —respondo, girándome hacia la barandilla de la terraza, dándole la espalda.

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SOY MAKARENA GALLEGO. « La  Reina ». Donde viven las historias. Descúbrelo ahora