Cap 75. Ese es el precio.

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YANKA LOMBART

No entiendo por qué tengo que ir yo exactamente, Padre —le contesto a Cyrill Lombart, quien ha insistido en que sea yo quien vaya a Zúrich.

Sabes que Mikael Maister es importante. Es nuestro socio comercial, lo odies o no. —responde mi padre.

Lo sé, padre, estoy enterado.   Pero ¿no podría ir Senne? Él siempre se ha encargado de esos asuntos —contesto.

En realidad, detesto viajar a Suiza y tener que hacer negocios con Mika.

Nunca nos hemos llevado bien, ni de niños, ni de jóvenes, y menos ahora de adultos.

Mi padre lo idolatra, pues es el hijo de su amigo fallecido, Matteo Maister, quien fue uno de los fundadores de esta organización.

Pero Matteo falleció cuando Mika aún era joven, con tan solo 14 años, y tuvo que dejar los balones para asumir su legado.

Cyrill y Filipe lo idolatran, según ellos, porque siempre le ha tocado difícil y ha sobrevivido.

Mikael Maister es un hombre frío, controlador, calculador y ordenado. Yo diría psicorrígido. En fin, una mierda egocéntrica y presumida.

Ya te lo dije, Yanka, eres el líder, asume tu papel.

Está bien, padre, iré.

Salgo de la oficina. No quería ir, menos porque quiero pasar unos días con mi conejita, pero ahora, con Lucien Hoffmann encima de ella, será imposible estar cerca.

No sé qué me pasa con esta mujer, que no he podido sacarla de mi cabeza. Desde que follamos ese día, estoy metido hasta el cuello por ella.

Mi dulce maldición, me ha atraído y atrapado de una manera increíble. ¡Makarena! ¡Makarena! ¿Qué me has hecho?

Llego a casa. Cyrill no vive en la mansión; anda de amores y ahora vive en un penthouse con ella.

Pregunto por ella. Me informan que está en el estudio, una sala tipo estudio de un ambiente muy agradable.

Entro y de inmediato ella voltea a verme.

Las puertas están hechas para tocar, idiota —me dice mi dulce esposa.

—¿Por qué tocaría la puerta donde yace mi dulce conejita? —le contesto.

Porque estoy ocupada —no presto atención a sus sutiles insultos—. ¿Cuándo me dejarás repetir lo de las Maldivas? Anhelo tenerte, mi dulce maldición.

Le digo, y ella sonríe.

—¿Maldición? —levanta una ceja—. Ni que fuera el Diablo —contesta.

A medida que hablo, me acerco a ella. Se levanta del escritorio y la cargo, sentándola sobre él.

Me meto entre sus piernas y con mis manos acaricio sus muslos superiores.

Lo eres, Makarena. Un diablo que se ha metido en mi pecho, en mi alma. ¿Qué me hiciste? ¿Por qué no te saco de mi cabeza, de mi corazón? —ella sonríe, aún escéptica.

SOY MAKARENA GALLEGO. « La  Reina ». Donde viven las historias. Descúbrelo ahora