Cap 112. Quiero que me mires.

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LEON HOFFMANN

— «¡Listo, chicas! Nos vemos mañana, listas para darlo todo» —les grita su entrenador.

La veo venir, está sonriente hablando con unas chicas. Pero mi sonrisa se borra cuando la veo hablar con unos tipos y coquetearles. Es que, ¿de verdad puede ser tan frezca?

Camino a zancadas y me paro tras ella. No me ha visto, pero toso y saludo. No puedo hacerle una escena de celos, pero sí puedo armar un teatro.

Hola, amor, ¿cómo estás? —La volteo de inmediato y la beso. Ella corresponde, pero está anonadada.

Oh, Makarena, ¿no presentas a tu novio? Ya lo cambiaste, pensé que era el rubio que siempre viene, no este guapo moreno. —dice una chica abrazada a uno de los tipos.

Makarena niega, pero yo me presento primero.

Un gusto, León Hoffmann, esposo de Makarena —digo, y las chicas la miran sorprendidas y hacen abucheos. —¡Guau, Makarena, casada! ¿Es en serio? —Las chicas intentan hacerle bullying, pero ella me mira, respira, y ahí vamos.

—¡Si apenas tienes 19 años!

Bueno, sí, en realidad no solo estoy casada con León, también con dos familias y cinco bellos, guapos, espectaculares Adonis, que son mis esposos, y puedo variar, tengo desde rubios hasta morochos.—y me señala.

— ¿Eso es cierto, León? —pregunta una tonta con prepotencia, viéndome.

Totalmente.

Después de salir del gimnasio, caminamos por el parque, tomados de la mano.

Entonces, mi esposo, ¡eh! —dice ella con burla.

No lo soy aún, pero lo seré, amor. ¿Cuándo me darás la oportunidad, mi Risitos? —le pregunto, y ella me contesta con otra pregunta.

— ¿Crees que Luci se enoje si le pido estar con alguien más aparte de mis esposos? —dice ella, haciéndose la desinteresada. Pero no sé por qué pregunta, si es por mí o por... ¿Senne? No soy estúpido, entre ellos pasó o pasa algo.

—¿Lo dices por mí, amor? —pregunto haciéndome el tonto.

Yo resuelvo lo de Lucien y Yanka, tú solo dime que sí y ya —le contesto, y ella me dice...

— ¡León, es en serio!

Luego de comer helados, volvemos a casa.

Voy a la oficina con Lucien, necesito hablar con él.

Cuando entro, busco un trago y le sirvo otro. Me siento frente a él y le pregunto.

Hermano, ¿cómo estás? Te noto muy serio —me pregunta Lucien.

Necesito pedirte algo. Es importante —le digo, y Lucien deja de revisar unos documentos para prestarme atención.

Makarena... quiero estar con ella. Lo he intentado, pero me evade, dice que soy su amigo —le digo.

Lucien se ríe y me dice:

Oh, jajajaja, hermanito, estás perdiendo tus dones —dice aún riendo.

Quiero que esta noche, cuando esté en tu cama, me invites a dormir con ella y estemos los tres, como aquella vez —le digo, y Lucien me mira fijamente.

No aceptará, es orgullosame dice.

Aceptará, si tú se lo pides lo hará —le digo.

Me levanto y lo abrazo.

Gracias, hermano. Amo a esa mujer y no quiero perderla.

Dejo pasar el día. Es de noche y, luego de cenar, voy a mi baño, me aseo y me perfumo. Busco un vino espumoso especial, tres copas y una rosa roja. Voy directo a la habitación que ella comparte con Lucien.

Toco, y es ella quien me abre.

Me ve con el licor en la mano y la rosa. Se la ofrezco, y ella me mira extrañada. Creo que el idiota de mi mellizo no le ha dicho nada.

—¿León, qué haces aquí? —pregunta, sorprendida.

Bueno, me toca ir de frente. Solo espero que el idiota de Lucien me respalde.

Entro en la habitación con el corazón acelerado, sosteniendo el vino espumoso y la rosa, mientras Makarena me mira con una mezcla de sorpresa y curiosidad.

Sé que Lucien está en algún punto detrás de ella, observando, probablemente esperando que yo tome la iniciativa.

La miro a los ojos; su expresión me desafía, como siempre, y esa chispa en su mirada me recuerda por qué me tiene tan atrapado.

No es solo su belleza; es su fuerza, su capacidad para provocarme, para hacerme querer más de lo que jamás he tenido.

—¿León? —pregunta nuevamente, aún sorprendida, mientras le ofrezco la rosa—. ¿Qué haces?

Siento la presión de las palabras en mi garganta, pero no dudo. Hoy no. Me acerco lentamente, dejando el vino a un lado, y mientras lo hago, noto cómo sus labios se entreabren, como si anticipara lo que va a suceder.

Vine a amar a mi mujer —respondo con seguridad—. A nuestra mujer.

Su ceño se frunce, y por un segundo parece que va a rebatir, pero no le doy tiempo.

—¿Amar a tu mujer? —pregunta ella.

La atrapo con mis manos firmes, pero suaves, sosteniéndola como si fuera la única cosa que realmente importara en este momento. La acerco más, hasta que nuestros cuerpos están a centímetros de distancia.

—No soy tu mujer, León —responde, pero su voz no tiene la misma fuerza que antes.

Niego, dejo el vino a un lado, la arrincono poco a poco y respondo.

Lo eres, Makarena, y no voy a seguir más con este jueguito tuyo de amiguitos. De hoy en adelante seré tu novio, o mejor dicho, tu prometido —le digo. La cargo a horcajadas y la llevo a la cama.

Cuando me siento con ella aún cargada, le digo:

—Me importa una mierda si estás o no aún enojada conmigo. Te quiero, mi Risitos, te amo, y de hoy en adelante serás mía, mi mujer. Y hoy te voy a follar, te vamos a follar.

Lucien aparece detrás de mí, su presencia tan segura como siempre. Ambos la rodeamos, y puedo ver en los ojos de Makarena la tensión que se construye entre los tres.

Hermano —dice Lucien, rompiendo el silencio, acercándose con esa calma que siempre tiene—. Hoy se trata de ella. No se trata de ti ni de mí. Solo de Makarena.

Me arrodillo frente a ella, acariciando su rostro con una suavidad que rara vez muestro. Puedo sentir cómo su respiración se vuelve más profunda, cómo su cuerpo reacciona a la cercanía de ambos.

Risitos —murmuro—, quiero que me mires. Quiero que sepas que te amamos, ambos. Y que siempre será así. No es un capricho ni un momento. Es más grande que eso.

Makarena me mira, sus ojos brillando con algo más que deseo. Hay vulnerabilidad, esa parte de ella que casi nunca deja ver. Y en ese instante sé que no se trata solo de pasión o físico. Se trata de algo mucho más profundo, una conexión que trasciende lo superficial.

Lucien se sienta a su lado, tomando su mano, mientras yo acaricio su pierna, ascendiendo lentamente. Doy besos en sus piernas y viceversa.

Somos tuyos, Makarena —dice Lucien, su voz baja y segura—. Como tú eres nuestra.

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SOY MAKARENA GALLEGO. « La  Reina ». Donde viven las historias. Descúbrelo ahora