Capítulo: 31. Caos en el ducado. (Parte 3)

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Pdv: Ferdinand

Aún no había querido mostrarle la segunda parte de la carta a karstedt, no hasta que estuviera seguro que la primera parte era real, y corroborar su veracidad. 

Es por eso que esperé hasta el último momento para entregársela. Y entretanto él la leía, su expresión siempre seria y recia, digna del caballero comandante, pasó de la conmoción a la ira. Tenía los dientes apretados y sus ojos comenzaron a brillar, por el maná que se agitaba en su interior con furia, comenzando a filtrarse. Esto causó que el ambiente se tornara pesado, mientras él sostenía la carta con tanta fuerza, que pensé que se rompería en sus manos. 

“Karstedt, cálmate tu maná se está filtrando. Contrólate”. Yo di esta advertencia al descontrolado Karstedt. 

‘Sabía que esto pasaría, pero aún así… Es tan extraño ver a Karstedt perder el control de esta manera’. Yo pensé, mientras frotaba mis sienes por el creciente dolor de cabeza que me estaba dando, esta complicada situación.

Karstedt se recompuso rápidamente, pero tuvo que meter la mano en su bolsa de piedras mágicas. ‘Que tenga que recurrir a eso, solo demuestra lo mucho que le está afectando la noticia’. Entretanto reflexionaba en esto, podía escuchar el crujido de las piedras rompiéndose y volviéndose polvo en el bolso.

‘Creo que necesitaremos un trago de algo más fuerte, que un té’. Decidiendo esto, yo pedí a mis sirvientes. “Justus pídele a Lasfam, que nos sirva una botella de vize”.

“Como desee mi lord”. Respondió Justus poniéndose en ello de inmediato.

Cuando Justus fue con Lasfam, Eckhart tomó la carta de las manos de su padre con preocupación,  comenzando a leerla. Y al terminar, él preguntó con el ceño fruncido. “Padre, ¿qué significa esto?”. 

Pero Karstedt no respondió, en cambio se levantó en silencio de su asiento con una expresión determinada en su rostro, dispuesto a asesinar a cualquiera que se interpusiera en su camino. De seguro con rumbo a la ciudad baja, en busca de sus pequeñas hijas. 

‘Éste tonto realmente… Los Linkberg a veces son tan Dunkelfelger en sus acciones. Demasiado precipitados’. Yo me quejé internamente, luego dije. “Adonde crees que vas, Karstedt? No seas imprudente, o ¿quieres alertar a Verónica sobre la existencia de tus hijas?”. Tenía que detener la insensatez de Karstedt, y persuadirlo de que no cometa alguna locura.

Entonces él se detuvo, y se volteo a verme con el ceño fruncido por la furia, y con ira en sus ojos me miró diciendo. “Crees que me quedaré tranquilamente sentado, esperando a que Bezewanst o Verónica las encuentren?”. Preguntó Karstedt con furia contenida. Luego golpeó la mesa con su puño y rugió. “¡¡¡No, las buscaré y las encontraré, entonces estarán a salvo conmigo, yo, su verdadero padre!!!”. 

Ante su arrebato, yo suspiré con cansancio y exasperación. No podía permitir, que Duldsetzen me abandonara en estos momentos. Así que lo miré con seriedad, y comencé a explicar a mi tonto primo lo que estaba apunto de hacer, por su impaciencia.

“Karstedt, primero que nada, debes saber que nadie aparte de nosotros, sabe de la existencia de las niñas, ya que las dos únicas personas que sabían de su existencia han subido las imponentes escaleras, entiendes?”. Yo expliqué esto primero, para tranquilizarlo. “En cuanto a Bezewanst, tú te encargarás de él esta noche, no es así?”. Le recordé al tonto imprudente, lo que ya debería saber. 

La muerte de Wolf ya está confirmada. En cuanto al sirviente tendríamos que investigar. Pero por la naturaleza de los negocios a los que se dedicaban estos hombres, y lo que está escrito en el posdata de la carta, debemos asumir que también a subido la imponente escalera. Por lo pronto, ya conseguí que Sylvester diera la orden de arresto a Bezewanst.

Juego de Shumil gemelosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora