Capítulo Extra 3: de Lagertha. (Parte 1)

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Pdv: Lagertha. La chica invisible

Yo era una huérfana devoradora, que nació y creció en el templo. Nunca conocí nada más que el orfanato del templo, un lugar frío y mal oliente, que no quiero recordar...

En aquellos días, tenía el estómago vacío, al igual que el corazón. Yo solo deseé morir cada día, no era considerada humana y no era necesaria para nadie, daba igual si moría o vivía..... No, en realidad era mejor estar muerta, entonces así, sería una boca menos que alimentar.

Pero esto no siempre fue así. Antes de cumplir los 6 años, los dones divinos eran cada vez más escasos. Luego las Sacerdotisas grises que nos cuidaban, se fueron y nos abandonaron para morir encerrados en el sótano del orfanato. Allí pude ver muchos de los niños menores morir de hambre y frío. Muy consciente de que en cualquier momento, yo sería la próxima.

Esa era mi realidad, antes de mi bautismo. Recostada en un frío y sucio piso de piedra, con la mirada perdida y una fiebre que me devoraba lentamente por dentro. Pero no lo suficientemente rápido, porque ni por más que deseé y esperé que acabara mi miserable existencia...... eso nunca sucedió.

En aquel entonces, no estaba ni viva, ni muerta. Cuando recuerdo esos día solo recuerdo el intenso dolor del hambre o de la fiebre. Pero las cosas mejoraron cuando cumplí los 7 años, y fui sacada de ése sucio sótano.

Una mañana, vino una sacerdotisa gris adulta, y se llevó a todos los niños que habíamos sobrevivido, y cumplido 7 años. Me limpiaron, luego fui bautizada y me dieron túnicas grises. Al estar bautizada y ser considerada humana, tuve derecho a recibir dones divinos más abundantes, y podía dormir en una cama en el edificio de las niñas.

Cuando estuvimos presentables, nos llevaron ante el Sumo Obispo, para que él escogiera a las niñas más bonitas de entre nosotras, y el resto fueron desechadas. Yo por alguna extraña razón sobreviví. Luego él escogió, a la más hermosa de nosotras, para que le sirviera como asistente o como flor. Las que quedamos fuimos enviadas de regreso al orfanato, para ser sometidas a un estricto entrenamiento, para servir correctamente a los nobles.

Era difícil y debía trabajar muy duro, pero al menos tenía dos comidas diarias, y en días buenos hasta teníamos tres comidas. Algo que en el sótano del orfanato, donde nos tenían encerrados, no pasaba, allí no comíamos todos los días.....

Como mi condición mejoró, las fiebres no vinieron tan seguido, y pronto me recuperé por completo. Solo tenía que aprender rápido y trabajar duro, para llegar a ser una asistente de alguno de los sacerdotes azules. Esas eran las aspiraciones, de todos los sacerdotes y sacerdotisas grises, en el templo.

Sin embargo, para ése momento no habían muchos sacerdotes azules y yo no era tan bonita como las demás niñas del orfanato, para servir como flor. Yo era pequeña e invisible, muy pocas personas notaban mi presencia. Eso en ocasiones era bueno, porque cuando algo malo sucedía o cometíamos algún error, nunca tocaba la reprimenda o los castigos en la sala de reflexión, como Gil. Él siempre se las arreglaba para meterse en problemas.

En cambio yo, era invisible. Solo notaban mi presencia, cuando hablaba para anunciar que había terminado el trabajo. Pero fuera de eso yo jamás hablaba, me movía por los pasillos del templo sin que nadie notara mi presencia, y yo odiaba eso..... era como si en realidad no existiera. Eso me daba una sensación de vacío que dolía, se sentía como si fuera a desaparecer en cualquier momento, en la nada...... y que nadie lo notaría, ni le importaría. Por eso yo pensé. 'Si me riñeran como a Gil, al menos me daría la sensación de existir'. Por eso deseé con todo mi corazón, que alguien me viera de verdad y que se fijara en mí, aunque solo fuera una vez.

Los días pasaron sin novedad, y todo fue monótono. Mi interés en las cosas pronto desapareció, junto con mi esperanza de obtener un puesto de asistente. El solo pensarlo era absurdo, y era demasiado invisible e insignificante para ser una flor. Pronto las fiebres regresaron, no eran tan frecuentes, pero eran muy dolorosas. Y como era de esperar, nadie ni siquiera notaba mi ausencia en el trabajo, y llorar por ello no tenía sentido.

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