—No pasa nada, vete a descansar. Yo recojo esto, ¿vale? —le dijo Brie, dolida por todo—.
Lexie asintió, su mentón estaba apoyado sobre el hombro de su hija, su mente estaba totalmente revuelta entre tanto pensamiento. Brie se posicionaba entre las dos partes, entendía tanto a su madre como a su padre, pero no podía meterse en medio, pues no sería lo correcto para ella por mucho que le doliera la situación. Minutos más tarde, Lexie subió escaleras arriba, posiblemente a una habitación a parte de la que estuviera Chandler para evitar ocasionar una nueva pelea. Brie recogió los vidrios rotos con cuidado de no cortarse sus pequeños y finos dedos de las manos, después, se sentó en el suelo, mirando cada detalle de la foto creyendo que sería posible juntarla para volver a ver el rostro de Erron, y sí, lo intentó, cosa que fue prácticamente imposible. Sólo logró reconstruir su media melena rubia y lacia, pero ninguna facción de su rostro. Resignada, volvió a deshacer su pequeño puzle, llenándose ambas manos de sus pedazos para tirarlos a la basura.
—Ojalá regreses algún día... —Dijo entre susurros una vez ya todo en el fondo de la basura—.
Pero por desgracia, Brie no albergaba ni una pizca de esperanza en su interior, no después de haber cerrado el caso ni después de ocho años sin dar señales de vida. El único de la familia que todavía albergaba ilusión era Chandler.
Aquel medio día, ni siquiera la comida estaba hecha y Brie tenía en tan sólo una hora, un importante entrenamiento de tiro con arco, pronto tendría una competición de la que dependería su fututo, de su fama como la mejor tiradora de la historia de Atlanta, ya que si lograba quedar la primera en la competición, podría tener acceso a los próximos Juegos Olímpicos del mundo. Tenía un arco Recurvo Olímpico de color rojo, diseñado con un material sintético para darle ligereza, era un arco de precisión capaz de acertar a dianas de 30 centímetros a 180 metros. Sus flechas eran de fibra de vidrio, con una longitud de 74 centímetros y punta fija, de un diámetro de 7 milímetros donde siempre iban dentro de su aljaba negra, del mismo color que las flechas. Brie llevaba entrenando ocho años para ser la mejor, calculo que desde que desapareció su hermano más o menos. Fue Chandler quien, con ahínco, la animó a este tipo de deporte al cual la joven, acabó adorando. A toda prisa, Brie se aproximó hacia la cocina para hacerse algo rápido que llenara su estómago durante toda la tarde. Se frió unas lonchas de lomo para luego ponerlas entre dos trozos grandes de pan tostado. Echó mahonesa, tomate y comenzó a devorarlo con furia, ya que sus tripas rugían como si tuviera un león dentro de ella queriendo escapar. Al poco rato, se escuchaban pasos bajar las escaleras, Brie sabía que quien bajaba era su padre, pues siempre la había acompañado a cada entrenamiento y a cada competición, a parte, que era el mejor acompañante que pudiera llevarse consigo puesto que sabía cómo y de qué manera motivarla para hacerlo todo bien y correcto sin errores.
—¿Lista? —preguntó él—
. Brie asintió a su pregunta llevándose el último bocado a la boca, levantando su cuerpo de la silla sobre la que estaba sentada para subir a su cuarto y coger el arco con todo el material restante. Lexie estaba dormida sobre su cama, así que, depositó un dulce beso sobre una de sus mejillas antes de coger el arco y, después, se fue en silencio para no despertarla. Chandler y Brie marcharon en coche, ella estuvo prácticamente en silencio todo el camino, su padre la miraba de reojo sabiendo qué le podía suceder.
—¿Estás bien? —le preguntó—.
—Sí, como no —respondió ella, intentando disimular—.
—Perdóname, pero estoy dolido.
—Todos lo estamos de un modo o de otro. No deberías ser tan cruel con ella, y tampoco contigo mismo.
Chandler guardó silencio, las palabras de su hija habían sido correctas y ciertas, todos estaban pasando por la misma situación. Ya no volvieron a hablar durante todo el camino, diez minutos más tarde habían llegado a su destino; un enorme edificio únicamente construido para todos aquellos que se dedicaban a un deporte en concreto. El edificio estaba compuesto por diez plantas; la octava era la de Brie. Aparcaron el coche en el parking y padre e hija salieron de éste para entrar por una de las puertas que daban acceso al interior del recinto. Como siempre, tomaron el ascensor y luego caminaron hasta una especie de gimnasio enorme en el que sólo había dianas, el profesor y más de veinte personas apuntadas para intentar ser las mejores, pero Brie ya les había dado mil vueltas a todos ellos desde bien pequeña. Había muchas caras conocidas, otras nuevas recientemente que miraban a la campeona de Atlanta con recelo y otras con admiración.
Nikolai, de origen ruso y profesor de tiro con arco durante años, era un tío de treinta y cinco años de pelo rubio oscuro, alto de estatura y con el brazo derecho tatuado de arriba a abajo. Éste, puso los ojos verdes sobre los esmeralda de Brie, dándole una leve palmadita en la espalda como saludo. Nikolai había sido su entrenador desde los inicios, ambos tenían una relación amistosa y muy humorística que daba buenas vibraciones. Se sentía orgulloso de su gran evolución como alumna, siempre la ponía de ejemplo a los nuevos alumnos que se apuntaban. Brie había sido protagonista de varias revistas famosas llevándose la ovación a la adolescente más preparada para participar en los Juegos Olímpicos de todo el mundo, incluso le habían hecho un par de entrevistas, su historia había dado la vuelta por casi todos los continentes y ya era conocida en el mundo del deporte, pero para entrar, debía ganar su última competición.
—¡Brie! Te habíamos echado de menos —le dijo Nikolai—.
—Lo sé, lo sé. He estado un poco ocupada últimamente. Reconócelo, estabas deseando verme, profe.
Como saludo, Brie le alborotó levemente el pelo mientras sonreía, Nikolai le dio un codazo apenas cargado con fuerza y, juntos, comenzaron a reír a carcajadas.
—Te he preparado la diana, puedes empezar cuando quieras. No te quitaré el ojo de encima, quiero ver si has avanzado o retrocedido.
—No te daré el lujo de quejarte de mí, he practicado.
Brie se dirigió hacia su diana, ya sabía cuál era: la numerada del uno al diez con sus cinco colores: blanco, negro, rojo, azul y amarillo en la que practicaba el tiro olímpico. Junto a su padre, se alejó del resto para practicar mientras Nikolai explicaba cosas imprescindibles en el manejo del arco. Desenfundó su arma de color rojo, cargándola con una flecha, apuntando a su objetivo unos segundos antes de disparar. La flecha se clavó justo en el punto de mira, Brie esbozó una sonrisa satisfactoria y miró a su padre meneando la cabeza hacia adelante y hacia atrás.
—No te confíes. Sigue tirando, ya sabes que nunca es suficiente —le aconsejó su padre—.
Brie no se limitó a responder, volvió a ponerse en posición sacando una nueva flecha negra de la aljaba con la mano derecha, cargándola con fuerza. Apuntó, se concentró y disparó otra vez en el punto de mira. Nikolai estaba sorprendido, se notaba que había practicado durante el verano, así que, no pudo quejarse de su retroceso, dado que seguía siendo igual de buena, tal vez más que antes. Chandler se sentó sobre una silla mientras pasaba las dos horas restantes viendo las prácticas de Brie, también muy orgulloso de ella. Unos minutos antes de que finalizara el entrenamiento, Nikolai recibió una llamada telefónica con una noticia para Brie: la competición sería dentro de un par de semanas.
—¿Tan pronto? —preguntó ella—.
—Tienes tiempo de sobra, ¿cuál es el problema? — preguntó Nikolai—.
—Pues que nunca es suficiente.
Brie miró a su padre, éste le sonrió y le guiñó un ojo.
—Estás preparada, más que nunca diría yo por cómo te he visto esta tarde. Ahora ya sabes que tienes que venir todas las tardes.
Brie asintió, ¿cómo podría faltar ahora que sólo quedaba un paso para ser una deportista de élite?. Nikolai le apuntó en un papel la fecha y el lugar en el que sería la competición y la chica lo guardó en el bolsillo de su pantalón.
—Acuérdate de mí cuando estés en la cima, rubia — le dijo a modo de despedida—.
Ella puso los ojos en blanco sonriendo y después asintió. —Profe, me haré famosa pero tú vendrás conmigo. Lo prometo. Ambos chocaron las palmas de las manos y Brie salió del recinto al lado de su padre.
ESTÁS LEYENDO
Inmunidad.
Детектив / Триллер< El mundo ha sido cautivo por un virus letal que convierte a las personas en muertos vivientes y, un poderoso científico, es el causante de tal atrocidad, creyendo que nadie es capaz de detener su horrible plan de destruir la humanidad, pero no...