Capítulo 138.

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Los caminantes invadían el lugar con sus gemidos molestos. Sheller se hallaba solitaria e invadida; el patio trasero estaba infestado de varias de esas cosas que, con suma torpeza, caían al agua negra de la piscina donde intentaban salir sin conseguirlo. Allí ya nadie habitaba y cada casa estaba desierta. Todo parecía el escenario digno de ser visitado al infierno. Sólo quedaban restos de sangre y carne muerta que se despegaba de los cuerpos de los infectados. En la parte del jardín, la tumba de Brie tenía pisadas profundas y hasta le habían puesto una pequeña roca tallada con su nombre. Abajo bajo tierra, su cuerpo seguía igual, su carne, por extraño que pareciese, continuaba intacta y en perfecto estado tal cual lo dejaron. De la forma más mágica y fantástica, las heridas infectadas del cuerpo de Brie comenzaron a curarse hasta cicatrizar, dejando simples marcas más claras que el tono de su piel. La sangre volvió a fluir por sus venas a una velocidad casi imposible de calcular hasta que el blanco de su tez, volvió a recobrar ese rojizo rubor que siempre había tenido. Su cerebro despertó, cada parte del mismo iba recobrando la vida que había perdido, incluyendo el corazón, que empezó a dar los primeros latidos con fuerza golpeando su pecho como queriendo escapar de él. Su cuerpo estuvo así hasta que pasaron varios minutos; sus ojos se abrieron de repente, la tierra se le metía por los orificios nasales. Brie intentaba hacerse hueco entre la arena para salir de allí antes de morir ahogada. No sabía ni entendía qué pasaba ni por qué estaba en una tumba de la que ahora debía salir. De pronto, el brazo de Brie asomó por la parte superior de aquel infierno e hizo fuerza sacando su cuerpo entero. Ahora, era su cabeza la que salía. Se arrastró con vigor y, tras salir del todo, se sentó en el suelo observando la comunidad en completo desastre sin saber dónde estaba ni cómo se llamaba. Su cabeza sólo recordaba que había un apocalipsis zombi y que controlaba a esas bestias por medio de habilidades. Nada más. Examinó la tumba de la que salió, la pluma de una de sus flechas se asomo con la osadía de intentar hacerle recordar algo. Brie removió la arena y se encontró ese arco que tampoco recordaba absolutamente de nada. Con decisión, fue a cogerlo y un recuerdo pasó por su memoria mientras le tembló la mano que continuaba agarrando el arma, soltándola. Ahora recordaba que fue campeona casi olímpica y que el nombre de su profesor era Nikolai, mas el suyo propio todavía no lo recordaba y eso la desquiciaba. Volvió a coger el arco, colgándose la aljaba a la espalda tras coger una flecha y cargarla para disparar a uno de los caminantes que no la atacaba como el resto. Apuntó impasible y disparó. La punta atravesó ese cerebro, sin duda, aún recordaba sus mejores dotes como arquera. Tras eso, se volteó viendo ante sus ojos a más caminantes que veían a Brie como a una más. Se quedó observándolos y quitó esas habilidades de repente. Todos comenzaron a ir tras ella hasta que, de nuevo, Brie las volvió a poner en práctica cuando casi estuvo a punto de ser devorada. Ella sonrió de medio lado mirando a su alrededor como si fueran amigos y se retiró de la parte trasera de la comunidad para dar un pequeño paseo.

Ojeó las casas desde fuera y sintió una leve obligación de entrar a una de ellas para poder recordar y, saber al menos, adónde ir o a quién buscar. Dirigió sus pasos a la que un día fue su casa allí; en ese salón, merodeaban un par de caminantes dando vueltas por el sofá, pero Brie no les prestó atención y subió las escaleras, llegando a su habitación donde todo estaba desordenado. Se acercó a las sábanas de la cama y, con una mano, las tocó. Otra ez esos vagos recuerdos y esos temblores extraños que le impedían pensar y actuar por sí misma. Recordó que, sobre esa misma cama, estuvo con un hombre, mas todo era tan confuso, que aún seguía sin recordar a Dexter. Abrió el armario, su ropa seguía en su sitio y completamente limpia aunque con un ápice de polvo sobre el tejido. Tocó cada camiseta, cada pantalón y no recordó nada. Tal vez la clave para hacer memoria no estaba allí sino en otro lugar, en otra morada. Cabreada, sacó la ropa del armario y la lanzó al suelo con fuerza y rabia, el hecho de no saber absolutamente nada de su vida, era desesperante. Salió de su casa a pasos acelerados, se marchaba ya de Sheller sin saber adónde hasta que su propio pulso golpeteó su sien a modo de advertencia para que no se largara todavía. Gruñendo, se dio la vuelta y vio que el viento, movía la puerta del hogar de Dexter atizando el quicio llamando su atención. Lo intentó una última vez y fue hacia esa vivienda.

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