Capítulo 130.

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Por los cálculos mentales de Paul, juró llevar ya un par de horas de viaje y no parecían estar circulando por alquitrán en forma de carretera sino por arena y piedras. Estaban en terreno secano y si algo tenían todos claro, era que se encontraban lejos de Marietta, Atlanta y hasta de Sheller. Cinco minutos más tarde, los vehículos se detuvieron. Pronto se escucharon voces masculinas y una sola femenina que felicitaba a Ray por la caza y por la magnífica diversión que eso supondría para todos ellos. Súbitamente, ese tal Doble Erre y sus muñecos de trapo irrumpieron dentro del camión y levantaron a los prisioneros para llevarlos al exterior y poder contemplar un exquisito y bien cuidado centro penitenciario para convictos en épocas rebeldes y no tanto en varias ocasiones. Brie entendía ahora mucho mejor en las manos en las que habían caído: en grupos compuestos por ex carcelarios que ya no creían en leyes y, por supuesto, tampoco en justicia. Allí había gente nueva, Brie continuó con su búsqueda en silencio sin hallar a nadie que pudiera recordarle a su hermano de ninguna de las formas. Tal vez él ya estaba muerto, mas las respuestas estaban en otra persona, la misma que se colocó frente a sus nuevas mascotas de circo. Los ocho, en una fila horizontal uno al lado del otro, seguían maniatados y amordazados observando a Ray pasear de un extremo a otro de la fila.

⸺Bienvenidos. Aprovechando que estamos todos reunidos voy a preguntaros quién de vosotros se une a mis soldados. Le garantizo seguridad, eso es más que obvio. El que se niegue, pagará un precio muy alto y tendrá que soportar estas manos ⸺Ray mostró las palmas y meneó los dedos⸺. Manos que os estrujarán sin miramientos uno a uno hasta ver cómo lloráis, suplicáis y finalmente, morís a mis pies.

Brie tenía la certeza de que nadie de los suyos se uniría a Ray ni siquiera tras esa última y alarmante amenaza que les dejó sin aliento alguno ni aire siquiera que aprovechar en un último suspiro indoloro antes de morir o aguantar esas torturas que seguro vendrían a continuación.

El silencio hizo que Ray ordenara buscar un adecuado pabellón para los nuevos prisioneros, siendo trasladados a empujones ya sin mordazas hacia el interior de la prisión donde se les asignó una celda a cada uno, celdas conectadas para escucharse y poder intercambiar ciertas palabras sin verse la cara. Ray se colocó al otro lado de la celda de Brie, ella era la única que por ahora no tenía intención de matar, pues algo le decía que esa joven era importante y que lo conocía sin saber de qué. Le mostró las llaves de la cerradura, introduciendo una de tantas dentro de la misma y la cerró sin dejarle escapatoria.

⸺Es la hora ⸺dijo Ray⸺.

⸺¿De qué?

⸺Tú tienes algo que escondes y que yo quiero saber, y dadas las circunstancias, es obvio el juego que quiero. Vamos a jugar a policías y a ladrones. Sin leyes.

Eso no sonó demasiado bien. Ray era un jodido loco y lo que estaba haciendo o intentando hacer era un completo y absurdo sinsentido que no tendría por qué derramar sangre, un deseo más que difícil de cumplir. Justo ahí, Brie comprendió el fatídico error que había cometido al decir su nombre, pero tuvo que hacerlo. Fue una forma rápida y poco rebuscada para llamar su atención sin que matara a sus compañeros de una orden. Ahora la torturaría hasta sonsacar información. Necesitaba una rápida mentira y alejarlo de la verdad, pues esa verdad le haría saber que ella también había sido entrenada por Ellen, lo que haría desencadenar a Ray todavía más su sentido del humor para divertirse con el resto de gilipollas que andaban tras de él y que le complacían en todos sus mandatos como lo harían los súbditos de un rey. Brie tenía ahora algo más importante que hacer que plantarle cara y revelarse contra los malos: meterse en la mente de Ray no sería fácil, pero conocía ese tipo de "intelectos" y se creía capaz de manipular sus órdenes si todo salía bien.

Los encargados de vigilar el pabellón eran Doble Erre y la única mujer en ese grupo que, físicamente, infundía respeto y hasta un cierto toque de temor. Su pelo era corto de igual forma que un chico, mas el rojo de sus mechones no era natural y coloreaban el rostro blanquecino de la muchacha por culpa del sudor que la empapaba. Vestía unos pantalones de cuero ajustados y apretados que marcaban por completo y a la perfección su trasero. En sus brazos se dibujaban tatuajes desde los hombros hasta las muñecas, el corsé negro y ceñido le realzaba los pechos. Aquello parecía más una norma de vestimenta para ella que para el resto.

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