Capítulo 29: <Mac>

83 11 2
                                    

. Dejaron la noche pasar, Chris estuvo gran parte de las horas cargando y afilando las armas con la ayuda inexperta de una niña que parecía disfrutar poniendo los cartuchos a las escopetas, recargando con balas las pistolas para luego guardarlas todas en una bolsa negra que él cargaba a la espalda. Había asumido que ya no tenía nada que hacer para contactar nuevamente con los suyos, todos sus dispositivos se habían quedado sin batería o los había roto él del mismo enojo.

Brie intentaba dejar atrás su pasado sombrío, intentando olvidar las muertes y las desapariciones, pero ver el charco de sangre del que un día fue su novio no se veía todos los días y eso, por mucha demencia, no se borraba con facilidad. Aunque eso no significaba que no siguiera doliendo porque por supuesto que aún dolía. Amaneció, los dos se prepararon para salir de expedición a la Estación de Autobuses, quedaba a tan sólo diez minutos a pie. Decidieron ir andando porque el coche haría demasiado ruido. Chris le entregó una pequeña pistola a su compañera sabiendo que no la utilizaría, pero mejor prevenir ante el peligro por si acaso.

—¿Esto es... necesario? —preguntó Brie—.

—No creo que sea necesario responder una pregunta que los dos sabemos.

Chris le colocó un cinturón de color marrón para que pudiera colocar la pistola dentro. Así lo hizo, ignorando que tuviera tantas armas y que no se atreviera a utilizar ninguna. Caminaron hacia la Estación, evitando a los infectados con los que se topaban porque no eran bastantes como para deshacerse de ellos. Entraron dentro, el lugar no estaba absolutamente desierto como ellos creían; había varios infectados ya alarmados que se acercaban a ellos y, una vez más, Brie se colocó detrás de Chris viendo cómo él los mataba con agilidad uno detrás de otro. Fueron cayendo al suelo, ella observaba embobada la facilidad con la que los eliminaba, viendo una escena cinematográfica pero de carne y hueso. Cuando acabó la matanza, Chris limpió el filo de su machete en su camisa de cuadros, mirando a su asustadiza adolescente, que intentaba ocultar sus tensas facciones con esfuerzo inútil.

—Bueno, ¿no decías que eras capaz de hacerlo sola? Al final voy a arrepentirme de mi decisión —dijo Chris—.

—¡No! —soltó Brie, tapándose la boca después de haber elevado el tono—. Y lo haré sola, ahora estás tú delante y no se trata de eso.

—Las mujeres sois cojonudas de un modo o de otro...

—¿Eso lo dices porque has conocido a muchas?.

Brie lo miró de arriba a abajo con una mueca dudosa y luego negó con la cabeza.

—No tienes aspecto de haber amado a muchas.

—Eso tú no lo sabes.

—Ya, claro... Yo soy una ingenua.

Los dos sonrieron y después, Chris le trazó el límite de margen de tiempo que debía tardar en volver justo al mismo punto donde se hallaban en ese momento.

—Vete por donde quieras —le dijo Chris—.

—Abre la palma de tu mano.

Chris abrió la palma de su mano, arrugando las cejas. Al hacerlo, la mano de Brie chocó contra la suya un poco con fuerza.

—Cuando dos compañeros se separan, se despiden así —añadió Brie sonriendo—.

—¿Qué te ha llevado a esa conclusión?.

—Lo he visto en películas.

Chris rió.

—Está bien, vete —le dijo él—.

Brie asintió y se dio la vuelta, mirando al frente y decidiendo qué dirección le convenía más a seguir. La verdad es que estaba asustada, nunca había estado en un lugar tan grande y sola, pues sólo estuvo en una relojería un mes y sin salir de ella. Bajó por unas escaleras mecánicas ya desconectadas, despacio y agudizando el oído en cada momento hasta que llegó a las dársenas, viendo los autobuses a través de un enorme cristal. Se quedó mirando cada vehículo, algunos estaban cerrados con más de esas cosas dentro, atrapados dentro de su mismo cuerpo sin poder salir. Estaba tan concentrada mirando aquel autobús cerrado, que no se percató de que venía uno de frente a por ella, solo que esta vez, fue el cristal su única defensa. Al escuchar los golpes frente a ella contra el cristal, Brie se echó hacia atrás sobresaltada chocándose de espaldas contra una pared, aliviándose al instante de saber que no podía alcanzarla. Un niño de diez o doce años era el que daba golpes, queriendo atravesar o derribar el cristal. Brie lo estuvo mirando, asombrada y triste al mismo tiempo, preguntándose si sus padres estaban vivos, pues si lo estaban, lo estarían buscando con locura como ella esperaba que estuvieran haciendo los suyos. Finalmente decidió irse, no quería hacerse las mismas preguntas retóricas de siempre, estaba cansada. Deambuló de un lado a otro sin ver nada interesante que valiera la pena y sólo le quedaban cinco minutos para volver al punto de encuentro con Chris hasta que, a lo lejos, vio algo que podría valer. Se acercó de una carrera, viendo una nevera sellada con un candado. Los ojos de la muchacha volvieron a brillar, poniéndose en cuclillas a la altura de la nevera para intentar forzar aquel candado. Volvió a sacar las navajas de punta, intentando con suavidad hacer sus maniobras por segunda vez, notando al momento, la boca de fuego de una pistola sobre su nuca. Brie quedó paralizada al no reconocer la voz masculina de alguien que tuvo la "amabilidad" de intercambiar palabras con ella.

—Chica mala. Esa nevera ya tiene dueño —le dijo aquella voz—.

Brie seguía en la misma posición, decidiendo si llevarse la nevera y salir corriendo, u obedecer a lo que él le pedía que, seguramente, sería llevarse la nevera.

—Bonito arco, podría llevármelo por la ofensa de que hayas intentado robar lo que es mío.

Brie, al saber que la única arma que sabía manejar corría peligro, se giró con brusquedad, viendo frente a sus ojos a un tipo de estatura alta, pelo rubio oscuro pero en mucha cantidad y de unos cuarenta años más o menos. Mac, el hermano mayor de Dexter quedó sorprendido al reconocer a la campeona de Atlanta, entusiasmado por haberla conocido en persona.

—¡Coño! Yo te conozco. Tú eres la campeona de la que tanto se ha hablado últimamente. Sí, mi hermano se la meneaba viéndote a través de la televisión. Y yo, bueno... A veces.

Se formó una sonrisa asquerosa en su rostro, riéndose después, divirtiéndose con sus propias palabras obscenas. Su sonrisa desapareció cuando escuchó la carga de una pistola y el tacto frío de la misma sobre su cabeza, bajando poco a poco el arma, ya que no dejó de apuntar a la chica en ningún momento. 

Inmunidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora