Capítulo 10: <Muy alto>

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Hubo pasado una semana desde el cierre de la Universidad por el tiroteo. El lunes de madrugada, Brie se levantó temprano para preparase para un día nuevo de clase, tomó su desayuno en primer lugar y luego se arregló, recogiendo su melena rubia platina en una alta coleta, como de costumbre. Se colgó la mochila a la espalda y salió por la puerta de casa, un poco asustada por tener que volver al lugar donde todo empezó. Para ella fue un duro golpe tener que volver a recordar tras haberse recuperado en cierto modo de la tragedia. El lazo negro seguía sobre la puerta principal, las flores adornaban todo un pasillo junto con las cientos de dedicatorias en honor a las víctimas, la brisa que penetraba por las puertas ya abiertas, arrastraban pétalos hasta el interior de las aulas, todo estaba desolado tal y como Brie pensó que estaría. En clase, nadie mencionó el tema ni por cinco minutos, John se dedicó a dar sus lecciones correspondientes como mejor supo, pues su mente también estaba algo afectada después de su intervención para salvar la vida de Paul. Los apuntes de Brie habían quedado un poco nefastos, con mala letra y tinta restregada en cada una de las hojas escritas, pero no era la única que se sentía así. Una vez llegó el descanso largo en el que los alumnos podían irse a almorzar, Brie salió junto a Shelly del aula, pero esta vez no saldrían a algún bar, sino que quedaron en el edificio, yendo por la parte trasera donde había un enorme patio con pistas de fútbol y canastas de básquet. Por allí, también merodeaba Paul charlando con un amigo suyo, sus ojos se le fueron a Brie, como siempre cada vez que la veía aparecer por cualquier parte del universo. Shelly y Brie conversaban de pie apoyadas sobre una de las paredes, ciertas sonrisas iban y venían con la charla. La pelirroja se acercó al oído de Brie con cierto disimulo y entre susurros.

—Paul te está mirando —susurró Shelly—.

Brie agrandó los ojos, no se atrevía a mirar todavía para que no pudiera notarse el disimulo. Segundos después, giró la cabeza despacio encontrándose con aquella mirada desde la lejanía, Paul sonrió, miró hacia abajo y continuó con la conversación junto a su amigo. No tardó mucho tiempo en caminar hacia donde estaban las chicas, quizás con un poco de timidez. Nada más llegar, Shelly se inventó un pretexto para dejarlos a solas, ella sabía que Paul estaba colado por su amiga desde el primer día en que la vio.

—Venía a pedirte un favor —dijo él—.

—Claro, dime.

—Bueno, verás... Necesito los apuntes de matemáticas.

Brie alzó una de sus cejas, cruzándose de brazos.

—¿Cómo es posible que el «as» de las matemáticas me pida los apuntes a mí?.

—No los apunté.

La garganta de Brie carraspeó un par de veces.

—Paul, tú quieres algo más que apuntes, ¿verdad?.

—En realidad quería invitarte a cenar.

Las pupilas de Brie comenzaron a moverse en todas direcciones sin tener ni idea de cómo poder hacerse con el control de la situación. Paul le gustaba, pero tal vez no tanto como lo que sentía él hacia ella. Brie no estaba hecha para amar a nadie, tenía demasiado miedo por todo en general y ese miedo le impedía tantas cosas, que al final ya se había acostumbrado.

—Tal vez otro día —respondió Brie—.

El gesto de Paul reflejaba la rendición, no sabía qué más poder hacer para intentar conquistarla. No quería detenerse porque sabía que Brie le correspondía un poco en cuanto a sentimientos.

—¿No tengo ninguna posibilidad? —preguntó él—.

Ella se quedó pensativa, en el fondo sí quería pero algo no la empujaba a actuar o a sentir lo que le gustaría.

—Está bien, te propongo algo —añadió ella—.

Paul prestó atención.

—Si gano la competición, nos iremos a devorar esa cena.

—¿Dices eso porque crees que vas a ganarla o porque vas a perderla?.

—No lo sé, pero la suerte ya está echada.

—Acepto. —Este fin de semana lo sabremos.

—¿Es el sábado?.

Brie asintió.

—Estaré allí para verte.

—Si gano, apláudeme alto.

—¿Cómo de alto?.

—Muy alto.

Ambos sonrieron, Paul sintió la necesidad de abrazarla con fuerza para llenarla de energía y potencial, por ello lo hizo. Brie le correspondió aquel gesto amable, se sentía bien estando entre sus brazos, no quería quitarse ni apartarse de él, le gustaba. La tomó de la mano, notando algo suave en uno de sus pequeños dedos. Brie mostró orgullosa un anillo de plata con tres esmeraldas que sus padres le habían regalado por su cumpleaños.

—¿Anillo nuevo? —preguntó Paul—.

—Algo así. Este objeto significa mucho para mí, espero no tener que perderlo nunca.

Paul sabía que era algo relacionado con las esmeraldas, pero se reservó sus preguntas para cuando fuera el momento adecuado. Poco tiempo después, llegó el momento de entrar a clase de nuevo. El día fue normal y corriente aunque con muchos recuerdos que sería mejor no tener que volver a recordar nunca.

Como siempre, Brie marchó hacia casa caminando, su estómago pedía comida y su mente descansar, aún así le gustaba recorrer las calles de Atlanta caminando hasta llegar a su barrio, un barrio lleno de casas de dos, e incluso tres pisos. Parecía un barrio tranquilo a simple vista, pero por las noches tenía costumbre de volverse delincuente: camellos pasando droga, macarras armados con bates de béisbol y cadenas en varias ocasiones. Llegó a casa, se puso a comer a toda velocidad y después se puso con las prácticas en el jardín de atrás. Nikolai le había dicho que fuera a clase, pero ella no sentía la necesidad de que fuera urgente, ya que se sentía mentalmente preparada para ganar la competición del sábado. Se pasaba horas enteras en el patio trasero lanzando una flecha tras otra sin agotarse, como si su energía fuera eterna. Sólo paraba cuando escuchaba el sonido que indicaba que sus padres habían vuelto del trabajo sobre las nueve de la noche. Al entrar a casa, siempre olía a medicinas, a laboratorio, a productos químicos que desprendían un olor fuerte pero agradable al mismo tiempo. Desde que había sido pequeña, siempre se había acostumbrado a ese ambiente, era como recordar cuando sus padres regresaban a casa y ella los recibía con la ilusión que ya no tenía. Ahora todo era más distinto para ella, siempre había crecido en un ambiente solitario debido a la ausencia de sus padres, con los que apenas tenía confianza, aunque bueno, siempre contaba más con su padre que con Lexie, ya que compartió más momentos con él. Esa noche, se subió a la cama, pensando en aquellas pequeñas cosas, en los pequeños detalles. Durmió tranquila, pues a pesar de todo, no había tenido una infancia triste ni mucho menos.

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