Capítulo 39: <Un buen equipo>

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Casi estaba anocheciendo cuando Chris despertó; su cuerpo estaba reposando en el asiento del copiloto, notando el dolor de su puñalada ya más tranquilo gracias a Brie, la que se había quedado dormida también. Él miró por la ventana, estaban en una especie de desguace detenidos, Brie logró llegar hasta un lugar seguro y calmado, le debía la vida. Intentó incorporarse para ver mejor ese sitio, haciendo chirriar los hierros del asiento, despertando a Brie de su sueño profundo. La chica se alegró de verlo nuevamente con los ojos abiertos, por ello, se formó en su rostro una amplia sonrisa que Chris correspondió de la misma manera. No vio mejor momento para pedirle perdón por todo.

—Fui lenta, te pido disculpas por no haber creído en ti —dijo Brie—.

Chris tragó saliva, mirándola a los ojos hasta que negó con la cabeza.

—Un poco, pero gracias a ti estamos aquí, juntos de nuevo.

Brie asintió, sintiéndose todavía idiota por el error que cometió.

—Tengo algo que te pertenece... —Añadió Chris—.

Este sacó del bolsillo de su pantalón el colgante del triángulo dorado, entregándoselo mano a mano. Brie lo tomó, observándolo unos minutos hasta que se lo colgó al cuello. Pudo decirle mil cosas, decirle cómo de ridícula se sentía, lo dolida que estaba por haberle hecho daño con sus dudas y, sin embargo, no pudo sacar al exterior todo lo que pesaba en su interior. Pronto notaría el brazo de Chris en sus hombros, rodeándole el cuello, sintiendo una leve fuerza que la empujaba contra el pecho de Chris hasta que esa fuerza los llevó a darse un segundo abrazo, esta vez más verdadero e intenso. En el fondo se adoraban. Se fundieron en un abrazo que perdonó cada error, cada confusión, cada discusión... Poco a poco se iban sintiendo más unidos como compañeros de viaje, llegando a la conclusión de que era inútil discutir por tantas estupideces. Fue aquel momento, cuando se separaron, que Brie se introdujo en la parte trasera para coger una bolsa de patatas fritas y un par de refrescos, las mochilas con las provisiones las habían dejado abandonadas a su suerte junto a la cabaña cuando Mac provocó aquella estampida. No muy lejos de donde aparcaron, se encontraba un pequeño edificio, lo más parecido a una casa con dos plantas que correspondía a las oficinas del desguace. Brie necesitaba comprobar si había algo en su interior que mereciera la pena para llevarse mientras no tuvieran nada, así que, antes de que anocheciera completamente, cargó con la aljaba y su arco a la espalda para inspeccionar la zona. Chris intentó impedírselo, pero Brie era terca, nunca dejaría a su compañero que ocupara su lugar en su estado de salud.

—Tranquilo, no me pasará nada —le dijo ella—.

Brie salió de la caravana, dirigiéndose hacia el edificio tranquilamente, ya que desde que llegó, ningún infectado había salido de ningún rincón. Se asomó despacio; pudo ver mantas por el suelo desperdigadas y un sofá rojizo en medio de un par de sillones de otro color, era como si los hubieran transportado desde otro lugar. Luego había también dos mesas unidas como siameses, rodeadas por más de una docena de sillas y comida alrededor. Parecía el refugio de un grupo con unos cuantos miembros. Se acercó hacia la mesa, encontrando sobre esta, un machete ensangrentado y bastante comida enlatada que podría llevarse. Cogió una de las mantas del suelo para envolver en ella la comida, que sería la mitad para no dejar a los verdaderos dueños sin nada. Unos paso lentos interrumpieron los planes de Brie. Al ver a Chris plantado junto a la puerta, se acercó hasta él ordenándole que diera marcha atrás y descansara, orden que desobedeció.

—No vas a hacerme caso nunca, ¿verdad? —dijo Brie—.

—Igual que tú a mí. Estabas tardando demasiado.

—Es que he encontrado algo interesante. Míralo con tus propios ojos.

Chris desvió la atención a las mantas, la comida, la mesa y las sillas, alzando los ojos al ver que habían encontrado cosas que llevarse.

—Cógelo todo —le pidió Chris—.

—Pero... Podríamos dejar a gente sin comer, ¿quién sabe si hay niños?.

—No creo que ellos hicieran lo mismo por ti. No puedes fiarte de nadie, ya lo has visto. Cuando esta gente venga, nosotros nos habremos ido. Hazme caso por una vez.

Chris se retiró a pasos lentos para descansar, Brie extendió la manta sobre el suelo y comenzó a echar encima latas y latas de conserva, guardándose después el machete en el bolsillo trasero del pantalón por la parte de la empuñadura, saliendo de allí no tan cargada como Chris le ordenó, dejando algo para las doce personas correspondientes de ese refugio. Brie era de las que pensaban que todavía quedaba gente buena en el nuevo mundo. Regresó a la caravana, depositando la manta cerrada con un nudo en la parte trasera de la misma junto a una cama, subiéndose después al asiento delantero.

—Tenemos que volver a la ciudad. Debemos recuperar las armas que hemos perdido —dijo Chris—.

Brie volvió a hacer un puente para arrancar y juntos marcharon rumbo a la ciudad bombardeada, esperando encontrar algo que valiera la pena. Por el camino, Chris la miraba con atención con una mano postrada en el vendaje, estudiando cada gesto hasta que Brie se percató de aquella mirada que la intimidaba.

—¿Qué pasa? —preguntó ella—.

—¿Has hecho lo que te dije?.

—Claro...

Chris rió leve, negando con la cabeza, su respuesta no había sonado muy convincente.

—Vamos, que no me has hecho caso, ¿verdad?.

Brie tosió leve, comenzando a ponerse nerviosa hasta que lo miró con una extraña mueca.

—No fui capaz...

—Eres demasiado noble para estar en los tiempos que estamos tan turbios. A lo mejor no eres capaz de dejar a nadie sin comida, pero a lo mejor hay alguien que te puede pegar un tiro sin parpadear. Tal vez debas cambiar y hacerte algo más dura.

—Por suerte o por desgracia, esta soy yo.

—¿Y qué harás si algún día desaparezco?.

—Eso no va a pasar nunca.

Esa última contestación dejó a Chris completamente en blanco, todo quedó en completo silencio.

—Hacemos un buen equipo y nos cuidamos mutuamente, ¿qué nos podría separar? Además, eres más fuerte que un roble. Hasta apostaría por tu inmortalidad.

Chris rió a carcajadas, luego lo hizo ella mientras seguía mirando la carretera, estando casi a punto de entrar a la ciudad; sus enormes edificios ya se veían desde lejos.

—Ni de coña, eso no se lo cree nadie —dijo Chris, sonriendo—.

—Dame unos días más y podré confirmarlo, porque siempre sales vivo de lo peor.

—Esta vez ha sido gracias a ti.

Brie lo miró y asintió señalándolo con el dedo índice.

—Voy creciendo poco a poco.

—Yo te sigo viendo igual de enana.

Brie arrugó losrasgos de su cara para mirar a Chris desafiante, mas poco le duró, porqueestalló de la risa en menos de dos segundos. El trayecto estaba siendo muydivertido, más que de costumbre y eso les gustaba, no todo tenían que serpeleas y malas vibraciones.

Inmunidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora