Capítulo 84: <Propaganda barata>

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Acababan de llegar a un tramo de autopista complicado, pues había coches apilados en fila, unos con otros sin dejar apenas hueco para que otro pasara por medio. Desde ese punto, ya se veía la ciudad, Brie pudo darle la razón a Jacob. Estaba completamente devastada y apenas daba mucho la luz, la misma se escondía entre unas nubes grises casi negras, contaminadas por guardar en su interior todavía componentes de aquel gas y de aquel virus. Les costó llegar, iban demasiado lentos y se iban encontrando ciertos infectados por el camino que los seguían. Sin que Jacob supiera de su idea, Brie abrió la puerta y salió en un par de ocasiones para liberarse de esos podridos seguidores antes de hacerse con más de cincuenta nada más llegar a la ciudad. Para eliminarlos, utilizó la espada nada más, ya que no quería malgastar balas por si luego le hacían falta. Subió de nuevo al vehículo en marcha y a una velocidad de diez kilómetros por hora. El pelirrojo iba a recriminarle una vez más lo loca que estaba, pero Brie negó con la cabeza antes de que pudiera soltar palabra. Se conocían lo suficiente para entenderse entre el silencio y gesticulando con cualquier parte del cuerpo. Brie tenía cierta paciencia, podía aguantar que le dijeran las cosas hasta un cierto punto, al menos con Jacob, pero no aguantaba más de cinco cosas y tampoco es que tuviera problema en gritarle a Jacob. Le propuso a su compañero aparcar cerca de donde estuvieran los carteles y explorar andando, el motor de ese trasto estaba viejo y desgastado, de ahí ese ruido tan grave y seco como la voz de un fumador. No tenían opción de parar, era eso, o ser perseguidos por todo infectado que estuviera paseando libremente por ahí. Apagó los motores, armándose con un par de pistolas con silenciador y un machete, nada que ver con el armamento de Brie. Empezaron a caminar juntos mientras ella sobrevivía a una ola de nostalgia al pisar esos suelos otra vez, reconstruyendo en su memoria cada calle y cada edificio preferido donde más le gustaba ir un fin de semana tranquilo. Podía ver desde ese ángulo, el edificio donde daba clases de arco, acordándose de repente de Nikolai, del que no había tenido noticias desde que todo empezó. Lo único que pudo desearle, es que estuviera sano y salvo, sobreviviendo al desastre en cualquier parte del mundo. También sabía, que no estaba lejos del "Ferst Center Of The Arts" el gran teatro donde le perdió la pista a Paul para meses después, encontrarse indicios que indicaban su muerte. Pero aquello ya estaba más que superado, digamos que las malas experiencias la habían ayudado a ser fuerte. Jacob le dijo que los carteles los había visto cerca de un gimnasio al que llegaron a pie en cinco minutos, pasando de calle en calle en completo silencio y con mucho cuidado de no llamar mucho la atención. Entraron, los ojos de Brie vieron demasiados carteles con su rostro reflejado sobre ellos, por eso, se adelantó a coger todos los que iba viendo para romper cada pedazo y no dejar ni una letra sin romper. Subió a la parte de arriba donde había un par de infectados paseando, Brie sacó una de sus hachas y les cortó la cabeza de inmediato para seguir rompiendo carteles como si estuviera loca, pero esta vez de verdad. Jacob no rompió ni uno, estaba contemplando a Brie en medio de toda su ira, de todo su rencor y rabia contra todo el mundo y no le dijo nada hasta que barrió todo el edificio en unos diez minutos.

—Igual deberíamos comer un poco —dijo Jacob—.

Brie, que estaba dándole la espalda, se volteó, en su cara estaba reflejada cualquier emoción mala, a cual peor de todas ellas.

—¿Ahora piensas que estoy loca? —preguntó, de mala gana—.

—Cálmate. Comamos algo y después seguimos antes de que se nos haga de noche.

La rubia resopló.

—Pero aquí no. Huele a muerto —dijo ella—.

Brie avanzó hasta salir de la parte de arriba, pasando a Jacob de largo y, sin tan siquiera esperarlo, ella misma se dispuso a comer un bocadillo que tenía guardado en uno de sus bolsillos de su chupa negra de cuero de profundos bolsillos. Se sentó en el suelo empezando a devorar cada bocado hasta no dejar ni las migajas.

—¿Quién está detrás de todo esto? —se atrevió a preguntar Jacob—.

—Cualquiera.

Guardó silencio antes de limpiar sus manos sobre sus pantalones negros rasgados.

—No sé quiénes son, pero supongo que gente muy gorda. Ahora mismo debería llevar el antifaz puesto, era una de las normas que Ellen me puso para no exponerme a traidores.

—¿Por qué no lo haces?.

—Porque he llegado a un punto en el que me da igual que cien ametralladoras me apunten a la cabeza. Igual eso es más fácil que estar huyendo. Soy yo sola contra un puto ejército, jamás tendré ventaja.

—Creo que ya la tienes.

Brie miró sus ojos sin entender a qué se refería.

—Mientras no te encuentren, la ventaja siempre será tuya. Recuérdalo siempre. Sé que alguna vez darás el golpe fuerte, y espero estar ahí para verlo. Al fin y al cabo, yo también estoy metido en la misma mierda, jamás te traicionaría.

—Lo sé, pero los traidores nunca piensan así. A ellos les importa poco si están o no en la misma mierda como todos. Además, la recompensa por encontrarme es bastante tentadora; es la inmunidad, algo más valioso que un fajo de billetes. Por eso no puedo ser colega de nadie.

—Por eso y porque sé que ahora una muerte te duele más que antes. Creo que eres mejor persona que antes pero te escondes bajo un mal carácter para que nadie se te acerque.

—¿Qué tontería es esa? Ya te he dicho mis razones y no pienso volver a repetirlas.

Brie se levantódel suelo, diciéndole a Jacob que siguieran buscando carteles para romperlos,pues no quería dejarse ni uno solo sin hacer pedazos. Juntos, estuvierondeshaciéndose de aquella propaganda barata; más de seis horas yendo de un lugara otro sin parar ni tomar cinco minutos de descanso.

Inmunidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora